En 1992, cuando la Cumbre de la Tierra se llevó a cabo en Río de Janeiro, la Guerra Fría acababa de terminar y Europa estaba en proceso de firmar el Tratado de Maastricht, que significó la base de una nueva y fortalecida Unión Europea. Al mismo tiempo, la agenda ambiental cobró fuerza y se convirtió en un polémico tema de conversación.
En Río+20, el debate ambiental es visto con una urgencia aún mayor, pues el mundo enfrenta un aumento de las temperaturas globales y la pérdida de los recursos naturales. El panorama político mundial ha cambiado con el auge de los países emergentes, como China, India y Brasil. Sin embargo, la crisis económica mundial ha eclipsado estas preocupaciones.
Impacto Político
La Cumbre de la Tierra de 1992 se convirtió en un punto de referencia: fue la conferencia más grande de su tipo y contó con las delegaciones de 178 países. Uno de los objetivos de Río+20 es retomar varios de los temas que se discutieron entonces. En la conferencia anterior -conocida en Brasil como Eco-92- se allanó el camino para la creación del Protocolo de Kyoto (1997), un acuerdo internacional destinado a controlar las emisiones de gases de efecto invernadero. Para algunos, sin embargo, la ausencia de metas concretas hizo que la consideraran decepcionante.
Los organizadores de Río+20 se abocaron a atraer a delegaciones de 183 países y lograr un resultado igual de “histórico”. Esto, a pesar de grandes ausencias como la de la canciller de Alemania, Angela Merkel, o el presidente de Estados Unidos, Barack Obama. La cumbre, además, se lleva a cabo en un ambiente de escepticismo global, tras una serie de fracasos de las conferencias de la ONU sobre el cambio climático.
El debate
Río+20 tiene como objetivo establecer cómo se conseguirá el desarrollo sostenible durante las próximas décadas, en temas relacionados con la economía verde y el acceso al agua, a la seguridad alimenticia y al suministro de energía. Uno de los debates se centra en lograr un acuerdo sobre los Objetivos de Desarrollo Sustentable: un conjunto de metas medioambientales para la próxima década, que junto con los acuerdos y protocolos buscan la creación de un modelo económico-social más ecológico.
Conclusiones y expectativas
La Cumbre de la Tierra de 1992 finalizó con un documento de gran importancia simbólica, la Declaración de Río –el equivalente a la Declaración Universal de los Derechos Humanos para el medio ambiente- que junto con otro documento de la Agenda 21, definió el debate sobre el medio ambiente durante las décadas siguientes. El documento, sin embargo, no era lo suficientemente fuerte como para establecer compromisos formales, en los que los países ricos se comprometieran a pagar por los programas ambientales. Los objetivos de reducción de CO2 también fueron vagos y no lograron cumplirse.
Quienes participan en Río+20 se enfrentan al desafío de producir un documento final con objetivos concretos y un impacto duradero, pues no existe un consenso internacional sobre temas importantes, como las emisiones de efecto invernadero. Hasta ahora, las negociaciones para reemplazar el Protocolo de Kyoto, que expira en 2012, están estancadas.
El País anfitrión
Cuando se llevó a cabo la Cumbre de la Tierra de 1992, Brasil estaba en su etapa inicial de retorno a la democracia, después de décadas de dictadura. Pero la cumbre coincidió con un escándalo de corrupción en torno al presidente Fernando Collor de Mello, quien fue destituido ese mismo año.
Río+20 se realizará en un país que no solo es un productor de petróleo en crecimiento, sino también un líder en la producción de etanol. Y aunque esté tratando de establecerse como un líder ambiental, antes deberá enfrentar el desafío de equilibrar el desarrollo económico con la conservación.