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López Obrador en Washington: <br>¿Un hombre nuevo?
López Obrador en Washington: <br>¿Un hombre nuevo?
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López Obrador en Washington: <br>¿Un hombre nuevo?

12 de octubre, 2011
Por: Wilbert Torre @wilberttorre
@WikiRamos 
Andrés Manuel López Obrador en Washington, EU.

Andrés Manuel López Obrador no se parece al hombre peligro que sembraba minas por donde quiera que pisaba, hasta hace unos años. Bum, bum, bum: bombas para los empresarios, para la clase política y hasta para quienes protestaban por los secuestros.

Ayer llegó a la capital de Estados Unidos con un look renovado: traje gris, el tono terso de un sacerdote de pueblo y la lengua contenida. Quizá lo más estridente de su apariencia era la corbata que llevaba puesta, una lengua de seda rojo carmesí.

El López Obrador de estos días cita al presidente Roosevelt y declara una relación cordial con los Estados Unidos. “No he recibido de los americanos una mala calificación”, sonríe al recordar los cables de  WikiLeaks. Niega que se haya movido al centro. Dice que sigue siendo un hombre de izquierda, pero aclara que para él eso sólo significa ser honesto, “pero nada más”.

“Lo veo más en el centro político”, le insiste un periodista; López Obrador parece en guardia, listo para el ataque.

Pero hoy no será así. El tabasqueño, aficionado al beisbol y a la música de Chico Che, luce tranquilo y sonriente como un turista en Disneylandia.

“No soy como me pintan”, responde con el gesto de un niño que niega haber derramado el vaso lleno de leche. “Han distorsionado mi imagen quienes me ven con malos ojos. Me han creado una leyenda negra”. Hoy López Obrador enseña los dientes sólo para sonreír.

Maquiavelo dijo que no hay nada más difícil de emprender, más peligroso de conducir y más incierto que tomar la iniciativa de cambiar. ¿López Obrador es un hombre nuevo? ¿Qué ha cambiado y por qué? ¿O es el mismo en versión light?

Por lo pronto, sus pasos son diametralmente distintos a los de hace seis años. En la campaña de 2000 se volcó sobre el país y se empeñó en mirar sólo hacia dentro y hacia abajo. Hoy, en los prolegómenos de las campañas, su mirada se ha dirigido hacia otros puntos cardinales: los empresarios en Monterrey. Estados Unidos. España la próxima semana.

El nuevo López Obrador tiene pasaporte.

El país y su circunstancia en los ojos del candidato que perdió la elección por 250 mil votos, el número de habitantes de la delegación Magdalena Contreras:

“Raro sería que no hubiera violencia después de más de veinte años sin crecimiento y empleos. Soy un mexicano que como muchos desea un cambio. No quiero violencia y esto no es un discurso. No nos pueden acusar de ser violentos. Nos robaron la presidencia y no se rompió un vidrio”.

Dice que su divisa en estos años ha sido el cambio por la vía pacífica.

En la capital del imperio, al nuevo López Obrador sólo le faltó decir: “Amor y paz”. Sólo al final, antes de despedirse, soltará una andanada de latigazos que recordarán al hombre que, en palabras de sus adversarios políticos y algunos empresarios, hace seis años representaba un peligro para México. ¿Podrán cambiar todos ellos lo que pensaron algún día sobre el excandidato? ¿Seguirán creyendo lo mismo?

**

Llegó a la capital de los Estados Unidos la noche del lunes. Lo recibió Lázaro Cárdenas Batel, que vive, estudia y de vez en cuando sacude las percusiones en algún bar de Washington DC.

La mañana del martes, López Obrador tuvo un desayuno privado con los directivos del Woodrow Wilson Center. Después, el discurso que pronunciaría ante un centenar de personas: un texto que parecía construido con palabras y significados que parecían medidas con calibrador.

“La nuestra es una relación compleja, con periodos de comprensión y entendimiento”, dijo a manera de buenos días. A sus espaldas se alzaba una bandera de los Estados Unidos. La sala estaba llena de jóvenes estudiantes de medicina, política y economía que llegaron de México hace algunos años.

López Obrador habló en español, con los brazos sobre el atril. Nunca levantó la voz ni lanzó una de esas clásicas declaraciones incendiarias que sacudían con furia el telón de la campaña 2000. Ni siquiera cuando desde el público alguien le preguntó:

“¿Si llega a la presidencia llevaría a Calderón ante las cortes internacionales para que se le juzgue por la muerte de 40 mil mexicanos?

Un aplauso invadió la sala y después se hizo un silencio expectante como esos que anteceden los momentos esperados. Pero la ovación se estrelló con el López Obrador de estos días. Él y su lengua contenida:

Buscamos justicia, no venganza. Queremos ver hacia adelante. No nos mueve el odio y el rencor”, dijo y su voz sonó más serena aún. Y luego, como si quisiera evitar la menor duda: “Queremos crear condiciones distintas, llegar a un acuerdo con todos. No habrá persecución cuando triunfe nuestro movimiento.

El público lo despidió con un aplauso que no llegó a ser ovación. Bajó las escaleras seguido de varios colaboradores y se detuvo a saludar a decenas de hombres y mujeres que le preguntaban sobre Morena. Vio a un par de jovencitas y les preguntó:

“¿En dónde estudian?”

“En la escuela de la vida. Somos de los que no han tenido otra opción más que venirse para acá”.

Después se detuvo a conversar con otro conocido. Conversaron sobre literatura. Un día, antes de que fuera candidato, visitó Chiapas y al llegar a su cuarto de hotel encontró un libro que su amigo había olvidado. Desde entonces se volvió lector de Antonio Tabuchi.

Casi al final, cuando había descendido al segundo piso del edificio, un periodista le picó la cresta. Y sólo entonces, López Obrador, el de las frases calientes, el provocador incontenible de hace unos años, sacó la cabeza detrás del saco gris y la corbata rojo carmesí:

“¡Peña Nieto!” – alzó la voz y sacudió los hombros como si le hubiera picado una avispa –. Su jefe de prensa es Salinas y su jefe de propaganda es Televisa”.

Sobre el presidente Calderón dijo que le apostó a la espectacularidad y se equivocó. “Sin diagnóstico –dijo– apostó por una guerra que nunca calculó. Le dio un garrotazo al avispero”.

Cuando un sol pálido iluminaba la capital de los Estados Unidos, López Obrador se despidió de los periodistas de mano: amable, cálido, sonriente. En su primera visita a Estados Unidos parecía un hombre nuevo.

Hasta su cabello parecía distinto: alisado, peinado con denuedo.
Por ninguna parte asomaba el gallo que le alborotó la cabeza hace seis años.

*Para saber más del autor, aquí su blog.

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Imagen BBC