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San Jerónimo: un corredor del juego
San Jerónimo: un corredor del juego
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San Jerónimo: un corredor del juego

27 de agosto, 2011
Por: Dulce Ramos (@WikiRamos), enviada
@WikiRamos 
El presidente Felipe Calderón montó una breve guardia ayer frente al Casino Royale. Foto: Cuartoscuro.

Monterrey NL.- La esquina de la avenida San Jerónimo y Doctor Jesús María González huele a alfombra quemada. A plástico chamuscado. A combustible que ardió. Ahí estaba el Casino Royale. Ese que atraía a los vecinos del poniente de Monterrey con el lema The Luckiest Place on Earth. El lugar con más suerte en el mundo.

Hoy, el lugar de irónico eslogan es una suerte de caja gigante ennegrecida por el hollín. En el segundo piso, donde hubo ventanales, se asoman cables ennegrecidos, restos de alfombra tiznada y concreto pulverizado. En el primero se distinguen las entrañas de la cocina. Fogones.  Una máquina cafetera. Pero el fuego dejó todo como una fotografía tomada en blanco y negro.

La Avenida San Jerónimo y la colonia del mismo nombre tienen una atmósfera lúgubre. De estupor. La calle donde está lo que queda del Royale es fundamental para el tráfico de la zona y está llena comercios, escuelas y corporativos que ayer cerraron. En la ruidosa zona sólo quedó el ruido de una lluvia inusual para el verano regio.
Más adentro de la colonia hay calles tranquilas, edificios departamentales que conviven junto a casonas de los años 40 y 50. En aquellas décadas, la clase media alta de Monterrey se avencindó en San Jerónimo, a la par de la transformación industrial de la ciudad.
Igual que Monterrey, el barrio ha cambiado su rostro de escenario bucólico a zona industrial y de área de corporativos a corredor del juego. En el triángulo que forman las avenidas San Jerónimo, Gonzalitos y Fleteros –donde hoy es el sector principal de la colonia—las luces de las salas de apuestas invitan al juego las 24 horas del día.

Muy cerca del Casino Royale se encuentra el Red Casino Entertainment. Unos metros más adelante, en la intersección de Gonzalitos y Fleteros, un Play City llama a las apuestas. A unos pasos de ahí, una sucursal de Caliente hace lo propio.

‘¿Y la patrulla?’

El cerco que mantiene la Sedena y la Policía Estatal en la Avenida San Jerónimo no sólo mantiene a los curiosos a raya. También los vecinos se abstienen de salir de casa. Hasta la tienda de conveniencia en la esquina con José Luna Ayala, que usualmente vive un trajín, pasó el día prácticamente sin ventas.

Una vecina que paró a comprar cigarros, y que se niega a dar su nombre comenta:

–En la gasolinera de enfrente siempre hay patrullas vigilando hacia el Red y al Royale.  Y ayer no había ni una sola.

–Es mucha casualidad, ¿no? –le responde una dependienta.

–Los carros donde venían los narcos se estacionaron aquí al ladito.

En la farmacia. ¿Y la patrulla? ¡Nada!—agrega otra.

De pronto, otra mujer vestida de negro interrumpe la charla.

–¿Puedo estacionar aquí mi carro? En la funeraria de la esquina ya no hay lugar.

Donde inicia la avenida san Jerónimo hay una agencia de automóviles, varias oficinas y luego el Royale. En el otro extremo, una de las funerarias más antiguas de Monterrey. Ahí se ve adivina el rostro de quienes la tarde del jueves se divertían en el casino, antes de que en dos minutos y medio seis delincuentes decidieran que la partida de esa tarde, no la ganaría nadie.

En una capilla están los féretros de tres hermanas que rondaban los 45 años. Les reza un enorme grupo de familiares y amigos de clase media alta entre coronas y ramos de flores blancas.

En la sala contigua, decenas de señores de bigote oscuro y entrecano rematan sus abrazos con palmadas en la espalda.

Cada quién llora a una persona distinta, pero en cuanto en una capilla inician misa, todos se vuelven una familia que llora el mismo dolor. No importa que no se conozcan.

Entre los 52 muertos que dejó el ataque del crimen organizado al Casino, la mayoría eran mujeres mayores.  De 43 cuerpos que han sido identificados, 36 tienen rostro femenino. Alrededor de los féretros, hombres y mujeres –la mayoría adultos jóvenes–  lloran a su madre.
Es común ver a señoras y señores mayores divirtiéndose en los casinos, es cierto. Pero San Jerónimo y las colonias aledañas como Cumbres u Obispado están habitadas por familias de clase media alta que son tan regiomontanas como el cabrito.

Generaciones de regios se han criado en la colonia desde los años 50, cuando abrieron colegios como el Mexicano o el Centro Universitario Franco Mexicano. En los terrenos donde alguna vez estuvo la Hacienda de San Jerónimo se consolidaron familias y recientemente, padres, madres y abuelos, tuvieron en los casinos un espacio de diversión a ‘tiro de piedra’.

Pero la convivencia entre corporativos, colegios, departamentos  y los recién llegados casinos mostró su rostro peligroso. En 2009 hubo una balacera entre sicarios y el Ejército. El año pasado, recuerdan los vecinos, hubo un granadazo en una gasolinera. Hace dos meses, los alumnos del Colegio Mexicano iniciaron el día con el cuerpo de una mujer decapitada a las puertas del plantel.

Rodrigo Medina, gobernador de Nuevo León. Foto: Cuartoscuro.

La ‘muerte’ de la autoridad

A unos 10 minutos de la calle que acapara la atención de México, Carlos, un hombre corpulento de 32 años, vela a su madre, Aída, en una modesta funeraria del centro.

–Que no me digan que la gente que va a los casinos es a la que le gusta el dinero fácil.

Con los párpados enrojecidos de llanto, pero sereno, el abogado cuenta que su madre, de 62 años,  iba al Casino a apostar algo del dinero que ganaba en un puesto de tacos con el que se mantenía desde hace 20 años.

–Jugaba unos 70, 80 pesos. Nada más.

En las palabras pocas que el dolor le permite hilar, cuenta que un funcionario de Salud estatal, conocido suyo, se acercó cuando esperaba el cuerpo de su madre en Servicio Médico Forense.

–Lo siento mucho –le dijo el funcionario con unas palmadas en el hombro.

–Si lo sintieras, estarías en las escuelas previniendo la drogadicción –espetó Carlos.

De ese momento surgió un encontronazo moral con la autoridad que resume con voz firme.

–Yo perdí a mi madre, pero a pesar de eso yo no quiero matar ni al Gobernador Rodrigo Medina, ni a su mamá. El Gobernador, para mí, ya está muerto. Está muerto porque ve el horror de lo que pasa y no hace absolutamente nada.

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Imagen BBC