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¿Qué hay en el más allá de un narco?
¿Qué hay en el más allá de un narco?
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¿Qué hay en el más allá de un narco?

12 de agosto, 2011
Por: Juan Veledíaz
@WikiRamos 
Un grupo de personas da los arreglos finales a una tumba.

Las imágenes comenzaron a circular por la red a finales de febrero del 2009, semanas antes habían llegado a los correos de un reducido grupo de reporteros en Sinaloa. En ese momento se desconocían las circunstancias de la muerte y en torno a la identidad del personaje, se aventuraron hipótesis que al paso de los meses nunca corroboraron. Lo único claro era que se imponía el morbo como complemento de la suspicacia. El gasto fastuoso como estilo de vida se hacía presente hasta la tumba, salía a relucir ese culto a la manía adquisitiva de quien tuvo todo y al final, quiso llevarse algo al sepulcro.

Existe una leyenda que dice que debajo de alguno de los mausoleos de redondas cúpulas que pululan en el panteón Jardines del Humaya, en Culiacán, yace un hombre que en vida se dedicó al narco y pidió que fuera sepultado con todo y su camioneta. Si los narcos ejercitan sus creencias con el gozo de la insensatez, como dijo en una conferencia a fines de enero del 2008 Carlos Monsiváis, matar entonces se convierte en una forma de dialogar con la realidad.

 

Pero ¿quién es?

La ceremonia luctuosa sucedió a principios del 2009. Se trató del sepelio de una persona con cierta jerarquía dentro de la organización mafiosa asentada en Sinaloa, el clan que desde más de un año atrás arrastraba una ruptura que desató una vorágine de violencia con episodios que hoy día, ya forman parte de la crónica contemporánea de las legiones de exterminio en que se convirtieron los ejércitos de pistoleros transformados en hordas de paramilitares.

Su identidad no sólo ha sido un misterio, sino que alrededor de su vida se han tejido todo tipo de leyendas propias de quien se dice estuvo muy cerca del “Botas Blancas”, como conocían desde joven a Arturo Beltrán Leyva. Los nombres y apodos se cruzan, se contraponen y al final, no hay ninguna certeza de quien yace ahí en vida se ostentara con ese halo de grandeza con el que buscan inmortalizarse los capos en sus mausoleos.

¿Y si se tratara de una mujer? Quizá una de las tantas que comenzaron a ser abatidas a tiros cuando se rompieron todos los pactos. Porque esas zapatillas, el tocador con los perfumes y esencias femeninas colocados en orden, generan nuevas dudas. ¿Y el whisky con sus vasos dispuestos junto al chaleco bordado? Hubo quien se preguntó si habría corriente eléctrica para encender esa pantalla de plasma para cuando al ánima del difunto se le antojara ver el beisbol, o tal vez el canal de videos Bandamax. De nuevo se impone el entrañable Monsiváis: “En la nota roja, entre mentiras y drásticas inexactitudes (nada es como se cuenta, salvo los muertos), el morbo adquiere calidades de “pesadilla tranquilizadora”.

Zapatillas, perfumes y whisky son algunos de los objetos que hay dentro de esta peculiar y misteriosa tumba.

Bendita “agua bendita”.

Su figura suele aparecer ciertas noches por las escaleras que conducen al sótano, un sitio refrigerado y aislado de la luz natural, donde trabajan los embalsamadores de cuerpos de la funeraria más famosa de Culiacán. De lejos se  distingue por su silueta enjuta de andar pausado, de cerca tiene el cabello cano que contrasta con el tono rojizo de su piel. Cuando el sacerdote franciscano Héctor Orozco Gutiérrez se aproxima a los cadáveres, lo primero que hace es abrir un estuche que siempre trae consigo, de ahí saca una jeringa, la llena de agua bendita y comienza a regar con ella el lugar mientras camina y empieza rezar.

El padre Jeringas”, como le conocen, es un personaje muy recurrido en hospitales y funerarias de la capital sinaloense. Su presencia reconforta a los deudos de quienes han muerto en circunstancias violentas por disparos de armas de fuego. A los cuerpos suele colocarles un escapulario para después rociar con su jeringa los alrededores, luego empieza a rezar algo como parte del ritual que se escucha ilegible. Es el encargado de iniciar las exequias que en ocasiones se transforman cuando el difunto es trasladado a su cripta, encabeza las honras en la funeraria, lo que ocurra después suele no ser asunto suyo. Evita acudir al panteón porque, comenta,  sus días no le alcanzan para atender a sus feligreses que lo requieren a todas horas en su parroquia localizada al sur de Culiacán.

En la cabecera de la tumba se observan flores y otros objetos que incrementan la especulación.

El silencio que arropa con estoicismo es la única repuesta del “padre Jeringas” cuando se le pregunta cuál ha sido el entierro más extraño que le ha tocado presenciar. No habla, no cuenta porque, dice, no se acuerda. Sus jeringas son la herramienta para ahuyentar las “malas vibras”, ayuda a tranquilizar la atmósfera del proceso de embalsamamiento y hace más llevadero el trabajo, dice uno de los empleados de la funeraria.

–Padre ¿Qué hay en el más allá de un jefe del narco?—se le pregunta. El sacerdote mira al reportero y de nuevo se queda callado. Pareciera que “Jeringas” no acostumbrara a cavilar sobre esas cosas. ¿Será porque los gustos de los capos puede perdurar más allá de la muerte?

Carnita asada

La imagen fue captada a las afueras de Culiacán, previo a un convivio donde se suele comenzar desde temprano con latas de cerveza bien frías que aquí se les dice “botes”. Unos “botes” fueron la previa a la llegada de la carne asada, que ya era esperada por este artilugio inspirado en la sicología de la industria neoliberal más exitosa, como se le conoce al binomio narco-armas.

Con este tipo de objetos el “gobierno paralelo” del narco impone su huella en el imaginario colectivo.

Sus acabados fueron hechos por un herrero que conoce los secretos del oficio. Tiene el peso suficiente para desplazarse sin mayor esfuerzo apoyado en ese par de ruedas. Parecería que la normalidad de las costumbres de la violencia adquieren categoría de parodia cuando se banalizan. Y en esta atmósfera que se respira en el país, el “gobierno paralelo” del narco impone su huella en el imaginario colectivo. Uno de los últimos escritos en vida de Monsiváis fue el prólogo al libro “Malayerba”, escrito por Javier Valdez, colega reportero sinaloense, donde a propósito señalaba: “La muerte no mata a nadie, la matadora es la suerte, y a eso se atienen los que usan cuernos de chivo y rifles de alto poder. Si los cristeros llevaban un escapulario grande con la imagen de Jesucristo y un letrerito que decía: “Detente bala, el Corazón de Jesús está conmigo”, los narcos, todos ellos muy creyentes, podrían llevar otro que dijera: “Detente bala, ya le pagamos a las autoridades correspondientes”.

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Etiquetas:
cultura
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Imagen BBC