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Pedro ya es libre, pero no puede regresar a casa
Pedro ya es libre, pero no puede regresar a casa
Cuartoscuro
6 minutos de lectura

Pedro ya es libre, pero no puede regresar a casa

21 de julio, 2011
Por: Rosario Carmona/Uriel Ricardo Hernández
@WikiRamos 

Me duele recordar tanto sufrimiento”, dice Pedro Gatica con su español recién aprendido y con esa libertad que aún le sabe un poco amarga.

Cuando me agarraron, cuenta el indígena Tlapaneco,  “yo estaba viviendo en la casa de mi mamá. Me dijo vas a ir a Ayutla a comprar, me dio dinero y mi padrastro también. Era domingo y ya en Ayutla, no me imaginé que la gente me iba a señalar acusándome de un delito”.

Pedro asegura que aunque hubiera sabido que tenía orden de aprehensión no se iba a esconder porque él tenía la conciencia tranquila, “yo sé que no hago mal a nadie”, dice con un tono inocente de quien ha crecido a fuerza.

“Ya en Ayutla me bajé cerca de la farmacia, me fui caminando. Si me hubiera ido derecho para el mercado no me hubieran agarrado, pero agarré un callejón y ahí vi que estaba un grupo de judiciales, pero  yo no tenía nada contra ellos y vi con ellos unas personas que me estaban pillando, se llama Andrés Vázquez, el que me señaló”.

Pedro, que viste la ropa que le han regalado, que ansía ponerse a trabajar y que sueña con poder borrar el odio que lo ha acompañado desde niño, narra el momento en que fue detenido.

“Estaba un judicial de civil pegado a la farmacia y que me agarra del pantalón, me dijo ¿cómo te llama? le respondí: Pedro Gatica y me dijo, a ti te andan buscando. Vi atrás una camioneta que cerró el paso en el callejón pero yo no sentía miedo.

Cuando le dije que por qué me andaban buscando, me dijo no te acuerdas que mataste a dos personas allá en la Ciénega, tú mataste a Juan Zeferino y a Raymundo Flores Zeferino, yo le dije que no, pero que llegan los otros y que me tuercen la mano y la persona que me señaló dice sí él fue el que mató a Juan y a Raymundo”.

El nudo en la garganta impide que continúe el relato. Se encoge unos instantes y como si se tragara sus sentimientos aprieta la mano y continúa.

“El judicial me dio un puñete”, dice mientras se toca la frente, ahí donde se le hinchó el golpe y se le agolpan los recuerdos.

Me esposaron y me dijeron que me subiera. Allá vamos a ver. Llegando allá vas a decir hasta lo que no has hecho cabrón, ya vas a ver. Me llevaron arrastrando, me subieron a una camioneta, a una patrulla y se subió también Andrés”.

Con un metro y medio de estatura y su acento casi infantil, el indígena insiste en que nada pudo hacer para que le creyeran.

“Yo quería levantar la cabeza y me pateaban los judiciales. Todavía le dijeron a Andrés, ¿no te ha hecho nada?, les dijo que a él no, pero que había matado a su amigo y entonces le dicen: pues si era tu amigo al que mató, desquítate, pégale y Andrés me pegó”.

Las lágrimas, aderezadas de un coraje reprimido, de impotencia contenida, interrumpen, nuevamente la  narración.

Toma aire, se acomoda en la silla y retoma la historia de su vida, su mente regresa al momento en que llegó a la comandancia.

“Es cierto que anteriormente con mi papá y sus abuelos del mentado Raymundo tuvieron problemas pero eso fue  en el 82, cuando mataron a mi papá y a mis 5 hermanos”.

Esa gente me odia a mí.

Recupera el aliento y entonces vuelve a cargar con un conflicto que lo ha dejado prácticamente sin familia.

“Ellos no dejan esos problemas, pero yo quiero olvidar y esa gente sigue buscando algo, a que otra persona haga o roben las cosas o algo así para que me echaran el problema a mí”.

Cuando asesinaron a Raymundo, Pedro estaba con su padrastro y su mamá a unas 3 horas de distancia.

Pero el argumento no valió de nada, ni ante los judiciales ni ante el juez, así lo demuestran los casi 12 años que pasó en prisión.

Incluso, de nada sirvió el testimonio de su padrastro, familiar directo de Raymundo. “Es tío del finado y él lo único que me dijo fue que lo perdonara porque no pudo librarme de pagar una culpa que no era mía”.

Reencuentro familiar lejos de casa

Lo que más quería Pedro cuando salió de la cárcel, era ver a su mamá, regresar a su casa, recuperar el terreno que le dejó su papá.

Ya ha pasado el tiempo y nada ha podido lograr.

No puede regresar a su casa y tuvo que reencontrarse con su mamá en Ayutla, lejos de su pueblo, porque el odio sigue intacto y la revancha que amenaza su vida está latente.

Cuando su mamá lo vio, sólo atinó a regañarlo.

“Me reclamó que no me fui para mi casa, que no fui a verla, que no regresé al pueblo. Yo le expliqué que quiero trabajar y mandarle un poco de dinero, yo creo que no voy a poder regresar a La Ciénega”.

Y una vez más las lágrimas se agolpan en el pecho. Se cierra la garganta y él oculta el rostro como si al apretar la mandíbula detuviera todo el dolor que ha guardado en cerca de 12 años de encierro.

Al menos, se conforma con vivir cerca para que su mamá pueda ir a verlo algunas veces.

Con un rostro que por momentos recuerda esa inocencia que se convirtió en dureza, a fuerza de tantos días acumulados en la prisión, Pedro no escatima recuerdos, detalles, incluso lágrimas.

Los once años y medio en prisión, los cuenta de forma breve, como si tratara de olvidar, como si al no mencionarlos se borraran automáticamente de su memoria y regresa a hablar de su libertad recién recuperada, de caminar a donde quiere, pero ni siquiera a eso está acostumbrado.

Hasta ser libre  cuesta trabajo

Ha dejado mucho tiempo sin hacer cosas, “hasta caminar te cansa, es mucho tiempo sin trabajar la tierra”. Sus manos ahora tienen ámpulas, porque fue a sembrar, a fumigar. Todo es muy difícil, cuando dejas de hacerlo por muchos años, cuenta Pedro.

En 15 días, es la segunda vez que visita el Distrito Federal. “Ahora sí recuperé mi libertad”, explica, y espera que pronto pueda conseguir un empleo.

Una tarde en prisión escuchó que le gritaban, pero no entendía bien, de pronto el custodio le dijo: Pedro, te hablan en la reja, a lo mejor ya es tu libertad y no haces caso, “yo estaba en la sala del uso múltiple y que me voy, cuando llegué a la reja estaba el secretario del juez, que me dice: a partir de hoy eres libre cabrón, fírmale aquí. Yo no creía porque no tenía la boleta de libertad”.

La boleta de libertad, le dijeron,  te va a llegar más tarde, “ahorita te vengo a notificar porque llegó un papel por fax de Chilpancingo que desde este momento eres libre, puedes irte donde quieras, desde orita, vete de aquí”.

Estaba cayendo el agua recio, ya en la tardecita, queriendo oscurecer, recuerda.

“Salí y no sabía qué hacer. Me acordé de un señor que me ofreció ayuda en el penal. Lo llamé y me dijo que  lo esperara que no me moviera de ahí porque era peligroso. Ahí estuve hasta que llegó y me llevó a su pueblo, al otro día me puse a trabajar con él en el campo”.

Y entonces tuvo que  enfrentar el primer golpe de libertad.

“Me sentía muy mal porque no aguantaba para trabajar, se me doblaban las piernas y para sembrar me quedaba hasta atrás, la gente decía que yo no servía para eso, hasta que el señor les dijo que acababa de salir de la cárcel”. Aunque no le pagaban y sólo le daban de comer, Pedro agradece el gesto solidario de un amigo de la cárcel.

Así fue mi historia de salir de ahí”.

Ahora Pedro sonríe y presume su libertad. Puede ir a donde quiera, hacer lo que quiera; aunque no a La Ciénega del Sauce, su pueblo, donde está la tierra que le pertenece, pero que ya cultivan otros.

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Imagen BBC