Ni con el ofrecimiento de llevarlo a la casilla y traerlo de vuelta a su domicilio, Héctor acepta participar en la elección de ayer, en el Estado de México. “Mejor me quedo aquí –razona, sentado en un momento de reposo, deteniéndose en medio de toda su ropa y algunos muebles, que se orean en el garage–, aguardando a la gente de Sedesol, que se comprometió a darnos algún tipo de ayuda”.
Héctor come sobre las rodillas, pues no le ha quedado ni siquiera dónde descansar el bote plástico que le sirve de plato, y mira los restos de la barricada de costales con la que él y sus vecinos intentaron en vano detener el agua, que en su colonia, Valle de Aragón Tercera Sección, en Ecatepec, alcanzó un metro de altura el pasado jueves, al desbordarse el Río de los Remedios.
“Aún así –afirma, con ánimo pero sin buen semblante–, nos dijeron que no estamos contemplados dentro del área de desastre. Por ello, en vez de ir a votar, preferimos ir por la mañana al puesto de atención que montaron en la primaria Justo Sierra (ubicada a cinco cuadras, dentro de la zona de afectaciones reconocida por la autoridad), para protestar. Tristemente, sólo cuando uno protesta le ofrecen ayuda, porque el gobierno, de una manera amable o presta, no lo hace. A mí se me echó a perder toda mi ropa, mis muebles, mis aparatos, a media pared están las marcas del nivel que alcanzó el agua, y todavía dicen que hasta aquí no llegó el desastre… es triste ver que la autoridad tenga esa falta de tacto”.
Mientras Héctor habla, un camión del Ejército, cargado con colchonetas, pasa junto y sigue sin detenerse. “Todos los vecinos estamos en la conciencia de que esto es algo difícil para las autoridades, pero la solución al problema no es hacer como que la zona de afectación es menor a su tamaño verdadero”.
“¡Ni los policías nos han ayudado! –añade un hombre ya grande, que escucha la conversación desde su zaguán, al otro lado de la acera, su nombre, sin embargo, se lo guarda–. Los policías nomás andan paseando, con su palita en la mano y un pico, por aquí sólo pasan y se van caminando, haciéndose tontos.”
–¿Usted ya fue a votar? –se le pregunta.
–¡Qué voy a votar! –responde, más molesto con la situación que con la pregunta–. Qué ganas quedan de votar, con todo esto. Si no tenemos apoyo de la autoridad, de dónde vamos a sacar ese deseo de manifestarnos en favor o en contra de nadie… Si mis palabras las escucha alguien, que entienda que en realidad uno necesita la ayuda, ¡que no nos digan que no estamos dentro del cuadro de contingencia!”
Es de boca en boca que los habitantes de la zona van informándose unos a otros de las “migajas” que van quedando para ellos, como dice doña María, la mujer que viene avisando a todos los que halla a su paso que, a unas cuadras de ahí, están regalando un litro de cloro por vivienda, y que, más allá, pueden alcanzar, “si se apuran”, botellitas de agua purificada.
“¡Un litro de cloro! –dice la mujer, ofendida, mirando las dos botellas de 500 mililitros que ha logrado conseguir– Como si con esto pudiera yo limpiar mi casa.”
La ayuda más efectiva, de hecho, la da un grupo de ancianas cristianas, que fuera de su templo, inundado como el resto de los inmuebles en Valle de Aragón Tercera Sección, ha puesto varias pacas de ropa sobre dos mesas.
No se trata, sin embargo, de ropa empapada en lodo, sino prendas secas, usadas pero limpias, que obsequian al que la necesite.
“Nosotras somos de una iglesia evangélica –señala, serena, doña Noemí– y esta ropa solemos venderla los lunes en un tianguis, así recaudamos fondos para nuestro templo, pero como ahorita vemos la necesidad que hay, pues decidimos regalarla a la gente que lo necesite.”
–¿Ustedes también se vieron afectadas?
–Sí, todo se nos echó a perder, los únicos muebles que pudimos rescatar fueron las sillas, porque son de metal, pero la alfombra del templo, que acabábamos de poner con mucho esfuerzo, se nos arruinó. Nos dijeron que tal vez vendría alguna autoridad a ver en qué nos ayudaban, pero ya no conservamos ni pruebas de lo que perdimos, porque vinieron los ropavejeros y se lo llevaron, estaba todo muy apestoso, ni modo que lo tuviéramos aquí hasta que alguien pasara a constatar las pérdidas.”
–Y, ¿ya fue a votar?
–Claro que sí –responde la señora, con total convicción–, bien tempranito porque yo respeto mucho las instituciones.