Como en un partido de futbol, en medio de la diplomacia con la que ayer se llevó a cabo el diálogo entre el presidente Felipe Calderón y el Movimiento por la Paz (y más allá de los convenios alcanzados), en el encuentro no faltaron los intentos de ambos bandos por anotar el mayor número de simbólicos goles a la contraparte, a tal grado que algunos balonazos le tocaron, incluso, a rivales que ni siquiera estaban llamados a la cancha.
Fue así como, ayer, en el alcázar del Castillo de Chapultepec, el esférico se puso en marcha…
Primer tiempo
Tan pronto como inició el encuentro, alrededor de las 10:30 horas, y luego de entonar el Himno Nacional, el poeta Javier Sicilia anotó el primer tanto, al sorprender a los presentes, empezando por el presidente Calderón, con la petición de que todos, sin excepción, se pusieran de pie y rindieran un minuto de silencio “por todas las víctimas de esta guerra atroz y sin sentido”.
La tribuna estaba a rebozar de periodistas, así como algunos invitados especiales (como el historiador Enrique Krauze y la académica Denisse Dreser), por lo que Calderón no tuvo más opción que participar en el homenaje, aunque con gesto adusto y, pasados los sesenta segundos de mutismo, el mandatario no quiso dirigir ni una mirada a quien encabeza la movilización ciudadana contra la violencia, que en los últimos cuatro años ha dejado 40 mil muertos, durante su primera oportunidad al micrófono.
De hecho, la vista del presidente no se fijó en Sicilia ni siquiera cuando éste le exigió a él y su equipo (integrado por los secretarios de Gobernación, Francisco Blake; de Educación, Alonso Lujambio; la procuradora General de la República, Marisela Morales, y el secretario técnico de la Comisión Nacional de Seguridad, Alejandro Poiré): “¡Vean bien nuestros rostros, busquen bien nuestros nombres, escuchen bien nuestras palabras, somos una representación de las víctimas inocentes! ¿Les parecemos bajas colaterales? ¿Números estadísticos? ¿El 1% de los muertos? (…) El habernos movilizado hasta aquí, para recordarles su deber, habla muy mal de las instituciones y del dinero que gastamos en ellas.”
El Ejecutivo federal, sin embargo, no arrancó el encuentro de forma pasiva, sino con algunos dribles que parecían orientados a restar ánimos a los miembros del así denominado Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, y a cuyos dirigentes, en boletines iniciales, las autoridades calificaron sólo como “miembros y representantes de la sociedad civil”.
Vino luego un tiro directo de Sicilia, la exigencia de abandonar la lógica militarista en la lucha contra el crimen organizado, el cual, no obstante, Calderón atajó con firmeza, al calificar tal demanda como una “equivocación” de las víctimas; llegó entonces el contragolpe del mandatario, quien anotó su primer tanto al rechazar tajantemente que “la violencia sea generada por el Estado, pues no todo es culpa del gobierno“, esta idea, aseguró, es un “prejuicio” de los ciudadanos movilizados.
Segundo tiempo
Siguiendo el plan trazado con antelación, Sicilia avanzó sobre los argumentos del gobierno federal, haciendo pared con Julián Lebarón, el ranchero chihuahuense que se ha convertido en emblema del movimiento cívico contra la violencia, quien logró llegar hasta la portería del rival, desde donde intentó una jugada de riesgo, al invitar a Calderón a participar, como ciudadano, en la próxima Caravana del Consuelo, que ya prepara el Movimiento por la Paz, esta vez con ruta al sureste mexicano. “Queremos llegar hasta Guatemala –le adelantó el ganadero y constructor–, y yo quiero que usted, señor presidente, nos acompañe.”
Calderón, no obstante, logró desviar este remate, al señalar que su participación en dicha marcha “estaría medio complicada, no sé si me acepten, hay que preguntarle al resto de los asistentes”.
Fue entonces que la señora María Herrera recuperó el balón y superó a las autoridades federales con el reclamo de justicia formulado “en nombre de las miles de madres mexicanas que están desgarradas por el dolor, a causa de la pérdida de sus hijos”. Ante la furia que escurría por las mejillas de esta mujer de gesto crispado por la indignación, cuyos cuatro hijos se encuentran desaparecidos, junto con otras 15 personas de la comunidad de Pajacuarán, Michoacán, el presidente no pudo más que generar un autogol, al ponerse de pie e intentar consolar a la doliente con un abrazo.
El primer fuera de lugar corrió a cargo del poeta Sicilia, quien pocos minutos después interrumpió al presidente cuando éste hablaba sobre la despenalización del consumo de drogas, sólo para pedir su autorización para encender un cigarrillo.
–Si quiere –sugirió Calderón, con algo de sorna–, podemos hacer un receso…
Sicilia se desistió, pero la falta ya estaba marcada.
Cabe destacar que, pasados algunos minutos, el mismo presidente le informó al poeta que el alcázar del Castillo (con paredes de cristal y un domo totalmente cerrado), se consideraba una terraza y, por lo tanto, no contravenía disposición alguna si fumaba…
–¡Saquen! –murmuró, entonces, algún hincha desde las gradas.
La intensidad del encuentro, ciertamente, venía a pique en sus últimos momentos, y fue entonces que los ánimos comenzaron a caldearse, primero en el caso de Julián Lebarón, quien con coraje reclamó al presidente “no ofender la memoria” de su hermano Benjamín, asesinado en Chihuahua por encabezar la lucha contra el secuestro en el municipio de Galeana, y es que el mandatario había asegurado que los responsables ya estaban en prisión (aunque por otros delitos).
“No se ha hecho justicia –subrayó Julián–, porque nadie ha sido sentenciado por el asesinato de mi hermano.”
Este reclamo encendió también el enojo de Omar Esparza, esposo de Bety Cariño, asesinada en Oaxaca en 2010, cuando la caravana humanitaria en la que participaba fue emboscada por paramilitares, y cuya participación como orador no estaba pactada.
Tanto a él como a Julián, el presidente Calderón les aclaró que no deseaba insultar a las víctimas, pero también exigió no ser increpado de forma insultante.
Fue así que, como para relajar las tensiones, el jefe del Ejecutivo comenzó a arrojar la pelota a otras instancias, como las autoridades (perredistas) de Michoacán, cuya corrupción, aseguró, las hace corresponsables de los conflictos por la tala ilegal en el municipio de Cherán, o de la impunidad en la que opera el cártel de La Familia; luego lanzó un balonazo al Poder Judicial, de cuyas incongruencias el mejor ejemplo, señaló, es la liberación del exalcalde priista de Tijuana Jorge Hank Rhon, a pesar que en su domicilio fueron halladas armas de uso exclusivo del Ejército, dos de las cuales, además, fueron empleadas para cometer asesinatos, punto en el que coincidió con Sicilia.
Se suscitó entonces un acto de paz con el que se daba por concluido el encuentro: la entrega a Calderón de uno de los amuletos que por decenas pendían del cuello de Sicilia, y que, aseguró, le han sido entregados por las víctimas de la violencia que se han sumado a su movimiento. Se trataba de un rosario que, prometió Calderón, rezaría junto con su esposa, Margarita Zavala.
Sólo así los rivales abandonaron la cancha, no sin antes pactar que la revancha será dentro de tres meses.