Frank, el Artista Henestrosa, es un periodista fracasado que no tiene historias para contar, vive una vida de perro y justifica todo lo que hace o está a punto de hacer. Es un cuarentón que siempre estuvo en busca de una mujer que no conocía. Pero tiene en el bolsillo de su pantalón corriente ¡cinco mil pesos! que pueden ser la diferencia de saltar hacia una vida menos miserable o hundirse eternamente en el lodo.
Frank decide gastar su único dinero y buscar la suerte en el Hotel Isabel, un lugar modesto donde muchos turistas extranjeros se hospedan y uno que otro chilango encuentra un refugio fugaz. Frank piensa que pasando unos días en el viejo edificio ubicado en la esquina que forman Isabel la Católica y República de El Salvador, puede pescar temas interesantes para escribir y publicarlos en los mismos periódicos de poca reputación.
Lo que nunca imaginó el Artista Henestrosa fue encontrarse a personajes sin destino, que caminan en la cuerda floja, como él. Artistas visuales, actores, sicarios, turistas, rockstars, mujeres hermosas, todos bajo un mismo techo luminoso y sombrío. Todos en el azar de un hotel barato. Río sin fondo, sólo devenir. El Hotel Isabel no es un hotel cualquiera, sus huéspedes son impredecibles. Abre la puerta, ven…
Hotel DF es una novela fragmentada, donde cada capítulo es una habitación, una historia que forma parte de la vida que se va. En cada habitación descansan los sueños, tristezas, anhelos, frustraciones, miedos, deseos, de hombres y mujeres que recuerdan lo que son y que saben que nunca podrán construirse una vida distinta o escapar de las miserias del día. Frank prefiere tener suerte que ser un hombre bueno. No tiene nada bajo control sólo su respiración. Siempre hay algo que no se puede tener y Frank lo sabe, pero es un idealista idiota.
-¿Por qué estructurar la novela en capítulos muy breves?
Tengo la sensación de aburrir a los lectores, intento terminar a la brevedad lo que estoy escribiendo. No soportaría el peso de una novela larga escrita en dos o tres capítulos. Soy muy aficionado al fragmento, a la brevedad, y en Hotel DF lo pensé así, independientemente de la historia. Cada capítulo breve tendría que concentrar la fuerza y la esencia de toda la novela. Es decir, que el sólo hecho de leer un capítulo te podría ya poner en camino hacia donde va la novela misma. Porque además me gusta la idea del caos, siempre he sido desordenado, no creo que las cosas tengan un principio y un fin.
-El Hotel Isabel es un personaje donde habitan otros personajes, ¿Cómo imaginaste narrar un el DF a través de Frank Henestrosa, Susana Servín o el Nairobi?
Pensé que un hotel al tener varias habitaciones ofrecía muchas historias particulares de la realidad. Cada capítulo es una habitación que construye la novela, que es al mismo tiempo metáfora de un hotel, es decir, metáfora de la convivencia entre extraños. ¿Qué lleva de pronto a tantas personas a reunirse en un hotel? ¿La casualidad? ¿El azar? Y esa reunión azarosa da lugar a otras historias que nadie domina y nadie previó o que nadie planeó y que, sin embargo, provoca que la historia continúe.
-¿Cómo le diste personalidad a cada personaje, tan diversos y distintos uno del otro? Sin duda, hay muchos Frank y Laura Gibellini en la ciudad de México…
Hablaría de la experiencia cotidiana. La experiencia de una persona como yo que camina su ciudad y la conoce, que atraviesa sin ningún problema esos barrios y que ha vivido en ella toda su vida. Mis padres están enterrados en esta ciudad, la cual de alguna manera la vuelve ya en destino y tumba. El estar alerta y atento a lo que sucede a tu alrededor, ser un buen cronista de tus experiencias, es lo que le da justamente ese cariz de realidad y de peso. No hay fantasía, odio la fantasía. La realidad narrada con imaginación y experiencia abre mundos inabarcables e inagotables en sí mismos. Es el peso de la experiencia y la eficacia narrativa lo que hace que al leer Hotel DF, el lector se encuentre con personajes totalmente verosímiles o reales.
-¿Por qué esta idea de la mala nostalgia, la resaca de la noche? ¿Una mujer es la culpable?
El encuentro de Susana con Frank tiene algo de agobiante, sarcástico y también de desgraciado. Él amaba o deseaba enamorarse de una española hermosa, rebelde, cosmopolita y, sin embargo, al final ella se va como toda utopía. Frank debe conformarse con la realidad y la realidad es una mujer a la que le falta una pierna, que fue un amor de juventud, una mujer desgraciada… En La otra cara de Rock Hudson también hay esta especie de eterno retorno de lo mismo, no puedes salir de lo que eres. Cada vez que te esfuerzas por abandonar lo que eres, algo te regresa. Lo que eres ya está dado. Y Susana está ahí para demostrar que uno no puede ser más de lo que es. Por lo menos esa fue mi idea como escritor. Sin embargo, tienes razón al subrayar cierta hora melancólica o nostálgica de un amor perdido que aparece sólo en los momentos de exaltación.
Guillermo Fadanelli dice que ha tenido suerte como escritor. Sabe que parte de la vida depende de la suerte. No tiene todo bajo control, salvo las cervezas en el refrigerador. Tuvo la fortuna de encontrarse con un puñado de buenos editores, que se esforzaron en publicar y difundir sus historias a lo largo de 20 años. Fadanelli guarda como su mejor tesoro a las amistades, a las buenas amistades. No amigos por conveniencia, sino amistades que inician por una cierta atracción intelectual, como un buen árbol que entierra sus raíces en el cielo.
Kafka, Batis y la ingeniería
Fadanelli siempre ha llegado tarde a todo y la literatura no fue la excepción. En su casa no había libros y su padre a los once años de edad lo metió a una escuela militar: un poco de disciplina no le caería nada mal a un niño que perdió todas sus peleas callejeras.
Su padre, un obrero que siempre soñó con ser ingeniero, hizo todo lo posible para que su hijo mayor ingresara a la Facultad de Ingeniería y cumpliera su gran anhelo: verse reflejado en su primogénito. No es nada después de todo, dice con desenfado el autor de Lodo, quien luce una camisa de manga larga verde militar, jeans negros y una gorra oscura que apenas deja ver su cabello graso.
“Mi padre deseaba que fuera ingeniero, tenía razón y además tenía derecho. Yo no tenía los suficientes arrestos ni la suficiente fuerza para oponerme. No tenía particular interés por nada. Podría haber estudiado medicina, derecho, en realidad mis intereses no eran en el orden de las profesiones sino más bien de las artes o la ética”.
Gracias a un par de maestros, cayeron en sus manos buenos libros que de inmediato lo motivaron a seguir leyendo y descubrir mundos fascinantes. Su interés por la literatura despierta cuando lee El Diosero, de Francisco Rojas González, y posteriormente la novela de Se llevaron el cañón para Bachimba, de Rafael Muñoz. Y de ahí siguió las páginas de Martín Luis Guzmán y La sombra del caudillo; Las buenas conciencias, de Carlos Fuentes, y así construyó poco a poco su camino literario.
A los 20 años de edad, Fadanelli decidió ser escritor cuando leyó La Metamorfosis, de Kafka; y El viejo y el mar, de Hemingway. Sabía que valía la pena vivir si podía intentar escribir obras como la de estos grandes escritores. Cuando estudiaba ingeniería llegó el perfecto equilibrio: no asistía a las clases aburridas y en cambio se dedicaba a leer filosofía, sobre todo a Cioran e Iván Ilich. Nunca se graduó y nunca le importó. Al final, su padre ya no tenía el control de aquel joven de 25 años y Fadanelli fue lo suficientemente cínico y fuerte para defender su gusto por el mundo de las letras.
Fadanelli destapa su tercera cerveza oscura y confiesa que Huberto Batis es no sólo su amigo sino el gran impulsor de su vocación literaria. El director del mítico Sábado, no sólo lo invitó a colaborar en el suplemento cultural del Unomasuno, sino lo solapó, le celebró todos sus excesos y patanerías, incluso lo instigaba para que fuera un escritor más crítico, lúdico y suicida.
“Encontrarte con un personaje cultísimo, un hombre de gran experiencia, te lanza por un camino sin retorno. Quizá de no haber estado Huberto en ese camino, no estoy tan seguro si hubiera tenido los ánimos suficientes o la paciencia para mantenerme en el camino de la literatura”.
– ¿Qué tan difícil fue pasar de la vocación literaria a ser un escritor publicado y leído?
La vida va dando tumbos y nos vamos transformando en otras personas. La figura de Batis fue decisiva para mí. No sólo es tener la vocación sino es escribir y además publicar. Creo que no debes de dejar escribir porque pierdes ese tiempo de la juventud, tienes que escribir todos los días, aunque no seas publicado y tarde o temprano el libro llega. En cambio, si de pronto, tienes la oportunidad de publicar y no tienes nada, has perdido tu tiempo no sólo al no contar con textos para mostrar sino has perdido la oportunidad de ejercitarte y de construir una experiencia literaria.
– ¿Recuerdas cómo conociste a Batis?
Lo conocí por medio de un escritor, mi amigo y compañero de la Facultad de Ingeniería que se llama Neif Yehya. Era alumno de uno de los talleres literarios que impartía Batis. Yo detesto los talleres literarios, desde entonces me causaban urticaria. Pero tenía curiosidad de conocer a Huberto y gracias a Neif que accedió a presentármelo, fuimos a su oficina y lo conocí. Charlamos un momento, él siempre fue un hombre intimidante, yo fui cauto y de esa primera visita nació la idea de escribir una artículo y pasar por la horca a la mayor parte de los escritores mexicanos contemporáneos. Escribimos a la limón Neif y yo un artículo que se llamó “La literatura a la que estamos condenados”, donde hicimos mofa, critica, reflexiones sarcásticas, burla descarada, reseña y ensayo de cerca de 40 escritores mexicanos. Nos ganamos el odio y la curiosidad del medio literario. Esa fue la entrada a Sábado, gracias a Huberto. Pórtate mal y siempre serás bien recibido era la regla.
– ¿Cómo interpretas esta carencia de suplementos culturales?
Recuerdo una frase de Octavio Paz: la literatura está hecha de excepciones. Y siempre habrá quien seguirá interesado en la literatura de Kafka o de Pessoa, y siempre existirá una sensibilidad que sea afectada por Dostoyevski, y pasarán los años y aun por debajo de las piedras habrá uno que podrá apreciar el humor de Ibargüengoitia. Quien no lee y se deja llevar por la televisión y el entretenimiento, vive en un mundo homogéneo, como una rata dentro de una jaula sin poder crítico, sin capacidad de reflexión. Los suplementos culturales te permitían estar alerta, porque había críticas y reseñas sobre arquitectura, teatro, cine, video, literatura, traducciones, novedades, ensayos de los escritores, novedades filosóficas. Los suplementos culturales tenían la función de hacernos más humanos, más cultos y hacernos especialistas de la diferencia.
-¿Cómo llegaste a tener un “estilo” propio? ¿Cómo eliges tus temas, el tono de tus frases?
Justamente es un aprendizaje continuo. Lo que uno hace al escribir y al leer constantemente es abrirle camino al estilo. ¿Qué sería el estilo? Como diría Roland Barthes es la orfandad del escritor, es justamente ese momento en que te quedas sin padres y sin hijos. Y eres justamente tu. Que no importa el tema que elijas, no importa la historia que vayas a contar, hay un tono, un ser que proviene de un origen misterioso que eres tu mismo y que se impone. Lo único que hay que hacer es trabajar y estar atento, estar alerta, tener algo de gracia y un poco de suerte. Pero una de las características por las que la literatura me interesa es que no puedes elegir ser alguien, no puedes construir ordenada y mesuradamente una carrera. Hay quienes lo intentan hacer y a veces les resulta, y tienen premios y aplausos, pero sus libros serán probablemente olvidados.
Hotel DF en frases…
-No, a mí me gustan las mujeres adultas, y si tienen celulitis o várices me gustan más.
-¿Tampoco recuerda que en la escuela se burlaban de él por llevar tortas de sopa de fideo?
-No tengo dudas de que soy inestable e invisible a los ojos de quienes buscan vidas interesantes para, al compararse con ellas, sentirse fracasados, pero me reconforta saber que la gente estable es asesina en potencia.
-El miedo de vivir con una mujer y a formar un hogar debe tener un nombre que no recuerdo ahora. Tal vez sea una enfermedad como la meningitis, pero no deseo enterarme.
-Y si la mirada de una mujer se encuentra con la mía ella tendrá la impresión de que soy un hombre que jamás podría hacerla feliz, y yo creo lo mismo.
-Viajar sin compañía a una ciudad peligrosa como el Distrito Federal es prodigar mucha fe a los seres humanos, y la ingenuidad se paga más caro que los pecados, así es y no tiene vuelta de hoja.
-Por eso mismo me avergüenza que me llamen Frank, el Artista, me avergüenza tanto como lavar mis calcetines en el lavabo de un baño de hotel.
-Los hombres beben y comienzan a recordar a todas las mujeres que han amado, las sacan de bajo las piedras, las inventan, lo que sea, pero ellas deben existir porque si no entonces los borrachos se encuentran perdidos y son sólo unos idiotas mentirosos.
-¿Tú? Eres mi prima, Sofía, y tengo la obligación de que todas las primas me gusten. Y no hablemos, todavía traigo cocaína en el cabello.
-Yo no estoy viejo, sino decepcionado. Es muy distinto. No es lo mismo podrido que amargo.