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México también lucha contra <br> la jerga del narco
México también lucha contra <br> la jerga del narco
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México también lucha contra <br> la jerga del narco

14 de abril, 2011
Por: Dulce Ramos
@WikiRamos 
La cultura del crimen organizado ha permeado diferentes capas de la sociedad y Malverde es un ejemplo de ello.//FOTO: AP

En México hay media docena de palabras para referirse a los informantes de los cárteles del narcotráfico. Y el doble para aludir a las muertes relacionadas con el tráfico de drogas. “Narco” es hoy el prefijo de una enorme cantidad de términos.

Algunos creen que la jerga del mundo de las drogas funciona como un anestésico y hace que la violencia parezca algo de rutina. Varios expertos, no obstante, dicen que esa “narcojerga” y los eufemismos pueden ayudar a la gente a hacer frente a los horrores que la rodean.

Hay decenas de términos para aludir a quienes mueren por la violencia, dependiendo de si sus cadáveres se encuentran envueltos en una frazada (“encobijados“), metidos en el maletero de un auto (“encajuelados“) o asfixiados con cinta adhesiva (“encintados“).

En la prensa y en el hablar cotidiano en México, suele ahora incluirse la palabra “narco” como prefijo de muchas palabras. Se habla de “narcofosas” para referirse a los lugares donde los cárteles entierran a sus víctimas; de “narcomantas“, para describir los mensajes amenazantes dejados por la delincuencia organizada en una tela que cuelga de muros o puentes, y de “narcotienditas“, para hacer mención a los lugares pequeños que venden drogas al menudeo. En caso de que esos establecimientos ofrezcan también heroína, se les llama “picaderos“.

Los asesinatos a sueldo son “trabajos“, se le dice “levantón” al acto de secuestrar y matar a alguien y se conoce como “ajuste de cuentas” a los asesinatos de narcotraficantes a manos de pandillas rivales.

“Creo que me andaban halconeando”, dijo Jaime Rodríguez, presidente municipal de García, un suburbio de la ciudad norteña de Monterrey, después de que decenas de pistoleros abrieron fuego contra su caravana, matando a uno de sus guardaespaldas e hiriendo a otros más.

Se conoce como “halcón” a un informante de la mafia, frecuentemente un taxista que opera sin permiso y sigue a los blancos de un futuro atentado por las calles de la ciudad. Los informantes que están apostados en alguna calle o esquina reciben un nombre diferente, “postes” o “estafetas“. Las “ventanas” son informantes que caminan por las calles y marcan las casas de los blancos de algún ataque, colocando una hoja volante o pintando una señal en un muro.

Algunos mexicanos le temen a la banda de los Zetas, a la que se culpa de algunos de los actos más atroces en el país, incluidas las matanzas de 144 personas en el estado de Tamaulipas. El temor es tanto, que muchos se refieren a este grupo de manera velada como “La última letra” o simplemente “La letra“.

Activistas que combaten la delincuencia, como Isabel Miranda de Wallace, consideran que esta jerga constituye una forma peligrosa de aludir a la realidad, la cual deja menos espacio para la indignación por la violencia que azota a varios estados del país. “Decirle ‘levantón’ le resta gravedad al caso porque es un término que ellos usan, los secuestradores”, opinó Miranda, quien encabezó una lucha de una década para llevar ante la justicia a los secuestradores de su hijo, cuyo cadáver no ha sido localizado. “Son palabras que han ido introduciendo en el vocabulario tanto de la sociedad como los medios de comunicación“.

Pero si hay una palabra que sustituya la de “horror”, ello puede hacer también que los graves problemas sean un poco más fáciles de sobrellevar, responde Ricardo Ainslie, profesor de la Universidad de Texas, quien ha estudiado los efectos psicológicos de la violencia en Ciudad Juárez.

“El lenguaje te ayuda a absorber situaciones abrumadoras… la gente necesita este lenguaje porque le permite estructurar una experiencia”, añadió Ainslie, quien destacó que los habitantes de Ciudad Juárez suelen referirse a las víctimas de los cárteles como “muertitos“.

“Hay algo en el lenguaje que busca normalizar las cosas”, explicó. “Tenemos esta tensión, y una de las formas de manejarla es trivializándola“.

Las autoridades suelen incluso evitar el término de “cárteles” y prefieren hablar de “delincuencia organizada“, algo quizás más preciso ahora que buena parte de los ingresos de estas bandas proviene de la extorsión y el secuestro.

Pero, sensibles al alto costo humano de la guerra contra el narcotráfico, que ha dejado más de 34 mil muertos en los primeros cuatro años de la ofensiva, los funcionarios han ajustado las palabras para enfatizar que la violencia se origina con los sicarios de los cárteles, no con las operaciones de policías y soldados que buscan combatirlos.

En abril, el gobierno cambió oficialmente el nombre de la base pública de datos sobre muertes relacionadas con la guerra contra el narcotráfico. En vez de llamarse “Base de datos de homicidios presuntamente relacionados con la delincuencia organizada”, recibirá el nombre de “Base de datos de fallecimientos ocurridos por presunta rivalidad delincuencial”.

La prensa comienza también a cuidar los términos que emplea. Un acuerdo voluntario suscrito a finales de marzo por las cadenas televisivas más poderosas y por muchos diarios señala que los periodistas deben evitar en sus notas el uso de la terminología empleada por los criminales.

El acuerdo no dio una lista específica de las palabras que deberían evitarse.

Algunos periódicos, como Reforma y La Jornada, eligieron no firmar el acuerdo, y algunas figuras públicas, como la columnista y escritora Guadalupe Loaeza, dijeron abiertamente que no se sumarían a una “autocensura”.

“Es un absurdo, es un puritanismo”, dijo Loaeza. El mundo de los cárteles y de la droga “es la realidad y tenemos que mostrarla”.

La publicación de contenido por parte de los cárteles en YouTube se ha convertido en parte de la cobertura diaria. Abundan imágenes de gente torturada para obtener información, incluido un policía que reveló un escándalo en una prisión, en la que el director permitía que los miembros de una pandilla abandonaran las celdas para cometer asesinatos y luego volver.

La cadena Televisa entrevistó en enero a un presunto miembro de un cártel narcotraficante, José Jorge Balderas, alias el “JJ”, horas después de que fue detenido como presunto implicado en la agresión a tiros contra el futbolista Salvador Cabañas, quien jugaba en México.

Vestido con una camiseta Polo, Balderas parecía guapo, cómodo, astuto, relajado y razonable, jactándose incluso de lo bien que iba su negocio de narcotráfico.

Y las bandas del narcotráfico han rebasado por mucho la capacidad léxica para describir sus atrocidades. Han arrancado las caras a sus víctimas y las han colocado en postes o cosido a balones de fútbol. No hay todavía una palabra que describa eso.

AP

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Imagen BBC