En la política, como en la vida, son pocos los que están conformes con lo que tienen. ¿Quién no ha deseado alguna vez los bienes o la fortuna de quien tiene al lado? La insatisfacción permanente y el deseo insaciable son caldo de cultivo para la envida; uno más de los pecados capitales que Animal Político analiza en la vida pública de México.
La envida es “el descontento por excelencia” según el Diccionario Católico Moderno del cura jesuita John A. Hardon. El sentimiento de que a uno le falta lo que ve en otra persona y la sensación de que es injusto no poseerlo, son esenciales para que se geste este pecado capital, según el sacerdote de origen estadounidense.
Así, la envidia, que tiene como causa un deseo exacerbado, tiene como consecuencia desear el mal al prójimo y encontrar satisfacción cuando eso ocurre. En la Divina Comedia de Dante, el castigo a los envidiosos era llevar los párpados cosidos, pues habían disfrutado al ver la mala suerte de los otros.
En la política mexicana, siempre hay algo que un partido no tiene y desea para sí. La presidencia, el control de las Cámaras, la cantidad de gubernaturas, las figuras más populares. Por más poder que tenga un grupo, siempre querrá algo más. Animal Político reflexionó sobre las posesiones más preciadas de los tres principales partidos políticos, las cuales despiertan envidias entre sí.
PRI: Sin sus ‘bienes’ más preciados
El tricolor tiene el control de la Cámara de Diputados con 240 legisladores; y ostenta 17 gubernaturas, pero desde hace casi 11 años, el tricolor se quedó sin su posesión más preciada: La presidencia de la República.
Con el Ejecutivo en manos del PAN desde 2000, el PRI ha pasado de ser un partido fracturado y que algunos expertos daban por perdido, a un partido que se ha convertido en el crítico más acérrimo del Gobierno Federal y que se perfila como uno de los mejor posicionados hacia la elección presidencial de 2012. En una encuesta hecha el mes pasado, el PRI, sin mencionar a algún posible candidato de por medio, tenía casi el 40 por ciento de preferencia electoral rumbo a los comicios del año entrante. La envidia por la presidencia perdida ha hecho que el partido eche a andar la maquinaria que lo convirtió en un partido arrollador.
Donde, sin embargo, la maquinaria no parece tener cabida, es en el Distrito Federal. Por décadas, los presidentes surgidos del tricolor decidieron la suerte de la capital mediante la designación de regentes. En 1993, una reforma constitucional le otorgó mayor autonomía y en 1997, la capital pudo elegir por primera vez a un jefe de Gobierno.
Desde aquellos comicios, el PRD se ha colocado como primera fuerza en la capital del país. Desde aquel año, cuatro jefes de gobierno han ocupado el Palacio del Ayuntamiento, sin que uno solo sea de signo político distinto. De hecho, elección tras elección, el PRI ha visto mermar su preferencia, pues en 1997 registró 25.6 por ciento de la votación, en 2000, 22.8 por ciento y en 2006 tuvo nuevamente una caída y quedó en 21.59 por ciento.
PAN: Con corona, pero con poco poder
Poseedor de ‘la joya de la corona’; es decir, la presidencia, el PAN pudiese estar conforme con el poder que ostenta, sin embargo, fuera de haber ganado la última elección presidencial, sus bonos parecen estar a la baja.
El poder Ejecutivo ha estado atado de manos por el control que ejerce el PRI en la Cámara de Diputados. La elección del 2009 resultó desastrosa para el blanquiazul. Pasó de mayoría a primera minoría y el PRI, de tercera fuerza a mayoría, lo que se ha traducido en un mayor contrapeso para el Ejecutivo.
De aquellos comicios se recuerda la renuncia de entonces dirigente nacional, Germán Martínez. “Son mi responsabilidad todos y cada uno de los resultados electorales”, dijo al presentar su dimisión.
Al otro lado de las ideologías políticas, el PAN también tiene aspectos envidiar.
Desde inicios de este año, el partido en el poder ha visto cómo la mala opinión que de él tienen los ciudadanos ha ido aumentando; contrario a lo que ocurre con el PRD. Las últimas encuestas mensuales de Consulta Mitofsky demuestran que, si bien, la imagen de este partido no ha despegado de manera exponencial, poco a poco gana terreno, contrario a lo que ocurre en el partido del Presidente Felipe Calderón.
PRD: Candil del DF, oscuridad de su casa
Desde 1997, el partido del Sol Azteca no da tregua en el DF. Si bien ha perdido algunas jefaturas delegacionales, como Cuajimalpa, en la Asamblea Legislativa conserva su mayoría. De 66 asientos, 34 son amarillos.
Sin embargo, la fortaleza que el partido muestra en la capital, se resquebraja al cruzar las puertas de su sede nacional. Desde la renuncia de su primer dirigente, Cuauhtémoc Cárdenas, en 1993, la renovación del liderazgo interno ha estado llena de baches, irregularidades y pleitos. Líderes como Rosario Robles, Jesús Ortega, o el más reciente, Jesús Zambrano, envidiarían la cohesión que mostró el PRI a principios de este año, cuando renovó su liderazgo sin divisiones internas y dio muestra de la disciplina característica de los viejos tiempos. Todos los militantes apoyaron la candidatura del exgobernador de Coahuila, Humberto Moreira, y proclamaron la unidad del partido por todo lo alto. La última renovación del Comité Ejecutivo Nacional del PRD, celebrada el mes pasado, distó mucho de ser como la del tricolor.
Del PAN, lo que el partido del sol azteca pudiese querer para sus filas, es la simpatía de las élites económicas. En distintas reuniones con los círculos de poder, el PRD ha debido reiterar que no están en contra del sector empresarial, sino de las oligarquías y monopolios del país.
En distintos encuentros con organismos como el Consejo Coordinador Empresarial o el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, el expresidente del partido, Jesús Ortega, reiteró su apoyo a las pequeñas y medianas empresas.
Para la historia quedan también las acusaciones que en 2006 hiciera el entonces candidato a la presidencia de la república, Andrés Manuel López Obrador, contra importantes hombres de negocios. Antes, durante y después de la campaña, el político los señaló por impulsar entre los electores la idea de que él era un peligro para México.