En el auditorio del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) no cabe una persona más. Los asistentes, casi todos jóvenes estudiantes –algunos de ellos parados en los pasillos con sus bolsas entre los pies– no dejan de mirar al expositor ni un solo segundo. Lo que él dice les hace sentido, los motiva –su lenguaje corporal lo dice todo: tienen ganas de salir a “hacer algo”. Inmediatamente. Ya. En ese momento.
Bjarke Ingels habla sin pausa, consciente del poder que ejerce en sus escuchas, y visiblemente contento por su respuesta. “La arquitectura no es un conjunto de dogmas”, dice a los estudiantes –casi gruppies, alguien podría decir–, “a la arquitectura hay que pensarla como algo flexible que no puede seguir un modelo establecido”.
Al fin de la conferencia, Bjarke –nadie quiere llamarle señor Ingels a alguien nacido en 1974 quien cree firmemente en las bondades del comic book y la novela gráfica como medios de expresión artística– recibe un aplauso caluroso, firma decenas de libros, y sudoroso y sediento me dice: “vamos ya”.
Sentado frente a una reconfortante Diet coke servida en un vaso repleto de hielos, Bjarke responde rápidamente a mi primera pregunta: ¿Qué pasa con el proyecto del Museo Tamayo? BIG –el despacho que fundó en 2006– en asociación con Rojkind Arquitectos –despacho mexicano– ganó el concurso para construir el Nuevo Museo Tamayo en Atizapán, Estado de México. El alcalde de entonces –el panista Gonzalo Alarcón– había prometido donar 10 mil metros cuadrados para construirlo. El alcalde de hoy –el priista David Castañeda– dice que “la comunidad prefiere tener ahí un parque que un museo”. ¿El resultado? No hay museo, no hay parque y no hay claridad de lo que sucedió en el camino.
– ¿Qué va a pasar?, pregunto.
– “No sé”, se ríe.
– Pero ¿qué sucedió, nos podrías explicar?, insisto.
-“Creo que lo que pasó –y debo decir que el proceso no ha sido muy transparente– es que el alcalde anterior de Atizapán había prometido dar tierra a la fundación Tamayo y el nuevo alcalde no quiere hacerlo.
-¿Bajo qué argumentos?
– El alcalde dijo que prefería hacer un parque que un museo, no sé. En mi mente este es un argumento muy pobre. ¿Por qué no deberíamos de hacer el museo ahí si igual sería un área pública?.
Aún así, Bjarke dice ser un “optimista irredento” con respecto a que “algo bueno” va a pasar con el museo. “Mi experiencia me dice que aún cuando las cosas no suceden –y eso pasa con frecuencia– igual envías una señal que regresará eventualmente a ti en forma de algo que sí sucederá. La idea ahora es volver a hablar con la fundación Tamayo en 2012 y ya veremos”.
Mientras tanto, la idea está viva…
Bjarke cree –vive– la arquitectura “no dogmática”. El creador de monumentales y reconocidas obras alrededor del mundo habla de su arquitectura con una sencillez que se agradece: “Mi arquitectura es deliberadamente no-dogmática”, sonríe. “Creo que si llevas la máxima de que ‘la forma está antes que la función’, deliberadamente reduces tu espectro de actuar. Casi sabes la respuesta antes de que pienses en el proyecto. Es como el estilo universal del modernismo, en donde se aplican las mismas formas sin importar el contexto cultural, geográfico, climático y demás”, concluye.
De acuerdo con su propia narración, el proyecto del Museo Tamayo en Atizapán surgió precisamente de la flexibilidad con la que ellos se aproximaron a la creación. “Frecuentemente los directores de museo y los patrocinadores prefieren una pieza arquitectónica que se convierta en un icono (…) pero nosotros pensamos y tratamos de hacer una estructura puramente funcional”.
¿De dónde surgió la idea? De observar las necesidades de sus usuarios básicos: los artistas plásticos. “Si le preguntas a los artistas contemporáneos qué tipo de espacio prefieren para que su obra sea exhibida casi todos describen construcciones tipo bodega industrial. La generosidad de los crudos y amplios espacios industriales permite que los artistas alcancen el máximo nivel de libertad de expresión”.
Fue así como llegaron –sin buscarlo– a crear un proyecto en forma de cruz. “De alguna manera al crear las formas más crudas y amplias que pudimos terminamos recreando al que quizá sea el más poderoso de todos los iconos: una cruz”, dice en tono divertido. De proyecto destaca un elemento más –común también en otras de sus obras– la convicción de que los edificios deben vivirse. Al respecto dice: “nuestro proyecto de Museo es una forma de cruz, pero en vez de que sea algo que se voltea a ver –como en Brasil el Cristo del Corcovado– es más bien una gran plaza a la que uno llega, un edificio que te invita a entrar y a explorarlo”.
La ciudad del futuro se hace hoy
Flexibilidad, desprendimiento, observación y experimentación son cuatro conceptos cruciales en la obra de Bjarke. “Si te aferras a una sola idea nunca terminas de saber qué es lo más importante”, repite. Por eso, no sorprende cuando, cuestionado acerca de la naturaleza de las ciudades del futuro, el danés responda –palabras más, palabras menos– que las ciudades del futuro son las ciudades de hoy, las que se hacen todos los días.
“Las cosas pasan y cada vez que tenemos un nuevo proyecto estamos construyendo lentamente la ciudad del futuro”, dice sin perder la sonrisa. “Por eso no tiene mucho sentido el modernismo utópico en donde la idea es que todo se aplique universalmente”.
– Aún así, ¿cuándo piensas en el futuro, en las ciudades del futuro, no hay en tu mente ciertos principios básicos que guíen tu reflexión?
– Sí, responde pausado. Tengo ciertas listas mentales, ciertas cosas de las que parto como “dados”. Mi principio básico es: La vida está siempre en evolución y mientras va evolucionando es nuestro trabajo como arquitectos observar hacia dónde está yendo y asegurarnos de que lo que hacemos “encaje” en vez de hacer lo que siempre hacemos, que es tratar de imponernos.
– Y esta aproximación a la arquitectura ¿en qué te diferencia de otras visiones?
– Si hacemos esto cada vez que hagamos una nueva construcción estaremos seguros de que será una expresión hasta donde ha llegado la vida y un paso adelante para el próximo gran salto hacia delante.
Nuestra conversación va acabando. Bjarke tiene una agenda apretada que cumplir antes de irse de México. Espera volver pronto, quizá para hablar más sobre el Tamayo, quizá para hacerlo –seguro para hacerlo– pienso contagiada de su “optimismo irredento”, mientras él termina de hablarme sobre lo que considera la diferencia fundamental entre los políticos y los arquitectos: “los políticos viven del conflicto, mientras que los arquitectos viven de la búsqueda de vías para solucionarlo”, finaliza con una carcajada. “Así es”, concluye.