El juez Edgar Agustín Rodríguez Beiza, que desestimó una denuncia por violación con base en el comportamiento de la víctima, enfrentó una acusación similar hace cinco años: una de sus alumnas en el Centro de Estudios Superiores en Ciencias Jurídicas y Criminológicas lo denunció por abuso sexual, lo que condujo a su vinculación a proceso, es decir, a la decisión de que debía enfrentar un proceso penal por los hechos.
Sin embargo, el proceso concluyó —sin que se resolviera el asunto de fondo— gracias al perdón que le otorgó la víctima el 26 de marzo de 2019, según informó el Poder Judicial de la Ciudad de México. En los procesos penales, el perdón ocurre cuando la parte agraviada lo decide de manera individual y generalmente —aunque no por fuerza— a cambio de una reparación del daño. Por lo tanto, no llega a determinarse si el acusado fue responsable o no.
Rodríguez Beiza se libró de esta denuncia tras dos años de señalamientos suyos hacia la víctima por supuestas extorsiones, una exoneración inicial que después fue rechazada por magistrados que ordenaron su vinculación a proceso, acusaciones de la víctima por amenazas, un ataque en su domicilio y una agresión de la que el juez culpó a la familia de la estudiante.
Ahora, el pasado 8 de julio, decidió no juzgar con perspectiva de género el caso en el que una residente de ortopedia, Michelle, denunció por violación al médico Carlos Alberto Vidal Ruiz, quien fungía como profesor adjunto en un posgrado académico a cargo de la UNAM.
De acuerdo con el Protocolo para juzgar con perspectiva de género de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), juezas y jueces tienen la obligación de incorporar a su análisis de pruebas todas aquellas cuestiones que, debido al género, pueden conllevar un trato inequitativo.
Sin embargo, ante la petición de la Fiscalía General de la CDMX (FGJCDMX) de vincular a proceso al presunto agresor de Michelle, el juez Rodríguez Beiza desechó esa posibilidad con el argumento de que, dado que se trataba de un profesor adjunto, pero no de su jefe directo, no existía una relación de supra subordinación. Luego, la criticó por haber intercambiado mensajes “joviales”, por no recurrir a un código de emergencia que había acordado con una amiga y por denunciar meses después.
Abogadas feministas coincidieron en que en este caso el juez Rodríguez Beiza no cumplió con su obligación de juzgar con perspectiva de género, que se establece a partir del criterio jurisprudencial “Acceso a la justicia en condiciones de igualdad. Elementos para juzgar con perspectiva de género”, emitido en abril de 2016 por la SCJN, y que es de observancia obligatoria con independencia de si las partes lo solicitan o no.
De ahí se desprende un método con puntos específicos que cualquier persona juzgadora debe atender: identificar de manera plena cualquier situación de poder que pueda dar lugar a un desequilibro; cuestionar hechos y pruebas desechando estereotipos y prejuicios, y visibilizando situaciones de desventaja; ordenar la realización de pruebas que permitan visibilizar el desequilibrio cuando las que tiene no son suficientes; analizar hasta qué punto el derecho aplicable es neutral y aplicar los estándares internacionales necesarios para el grupo al que pertenecen las personas involucradas, así como evitar cualquier visión sesgada por estereotipos sobre lo que deben ser o cómo deben reaccionar los hombres y las mujeres.
“Me parece que el juez no deja de lado la visión que tiene personalmente, incluso de índole moral, lo cual le resta imparcialidad y objetividad, y no cumple con los estándares del criterio jurisprudencial”, señaló Perla Gómez Pulido, abogada feminista, litigante y profesora de amparo en la Universidad Iberoamericana Puebla. Además, el juez muestra una visión estereotipada de qué se espera de una víctima y cuál debería ser su conducta, añadió.
Cuando apunta a lo que debió haber hecho Michelle con anterioridad o posterioridad a la agresión, “está agregando elementos de su subjetividad”, lo que le impide hacer visible un contexto que pudiera no identificarse a simple vista: el juez ignora que la víctima que sufre de un hostigamiento sistemático habitualmente tiene miedo. Pedirle una respuesta en cuanto a la denuncia deja incompleta la visión de cuál era realmente el contexto, apunta Gómez Pulido.
Ibett Estrada Gazga, abogada feminista consultora en materia de derechos humanos de las mujeres, añadió que juzgar con perspectiva de género comienza desde la posición en la que el juez se coloca personalmente al momento de analizar el caso y cómo decide hacerlo: a partir de lo que él cree, o bien, de lo que la ciencia y el conocimiento dictan.
La postura del juez Rodríguez Beiza, destacó la abogada, no resiste ningún análisis del discurso porque “está actuando desde el prejuicio y la discriminación; la conducta de ella antes o después es irrelevante para juzgar el hecho”.
Estrada Gazga insistió en que el primer paso del método es establecer las relaciones de poder. En ese aspecto, es fundamental entender que la violencia sexual está vinculada al abuso de poder. “En el caso más grave, que es la violación, eso está detrás; cuando lo ves desde la posibilidad de tomar una decisión, dejas fuera todo lo demás”, explicó.
De esa manera, el juez Rodríguez Beiza desechó todos los elementos del ambiente coercitivo que la víctima vivía. “Todos sabemos que los ambientes institucionales son altamente jerarquizados, igual que el estudiantil. Cuando dice que no había una relación de poder, quiere decir que entre profesor y estudiante no hay una relación de subordinación, ¿cómo?”, cuestionó la especialista.
Ambas abogadas coinciden en que el juez no analizó los hechos a partir de una perspectiva de entendimiento de cómo funciona el poder. Además de que dejó —o convalidó— a la defensa reproducir estereotipos en torno a la figura del médico Vidal Ruiz, y cómo por sus méritos, condiciones de vida y profesión, que son irrelevantes, no podría ser responsable del hecho.
“Basta con hacer una revisión para que te des cuenta del maltrato sistemático a los estudiantes de medicina, que incluso se deberían revisar. Además de lo que culturalmente representa ser médico, una figura como la del profesor o el sacerdote; él está en dos de esos ámbitos”, destacó Estrada Gazga, y apuntó a signos de que existía una relación de poder formal y de facto.
Lo que el juez omitió analizar y que sí debió ver —agregó— es el comportamiento ético y profesional del médico, que mandaba mensajes a su alumna para establecer una relación fuera del espacio académico-laboral: rebasó los límites de su autoridad y abusó del poder.
Ambas expertas subrayan que el método para juzgar con perspectiva de género permite al juzgador ordenar las pruebas necesarias para determinar el contexto de desequilibrio de poder, si cree que no existen las suficientes. “Cuando dice que no tiene que reconocer su dicho está yendo en contra de lo que ha costado tantos años”, sostuvo Estrada Gazga.
Toda su actuación —agregó— denota que no tiene entendimiento sobre el fenómeno de la violencia sexual y cómo funciona, ni de la psicología del testimonio. El método para juzgar con perspectiva de género, subrayan las especialistas, se creó para evitar que las personas juzgadoras tomen decisiones a partir de lo que piensan o creen pues, cuando es así, se tornan arbitrarias.
El juez Rodríguez Beiza ha enfrentado una acusación por abuso sexual, pero también ha sido sancionado administrativamente por el propio Poder Judicial capitalino.
En cuanto a lo primero, en noviembre de 2017 la entonces procuraduría capitalina (hoy fiscalía) inició la carpeta de investigación CI-FDS6-03/1179/11-2017 tras la denuncia de una de sus alumnas, quien aseguró que el juez la había agredido sexualmente durante una evaluación en el auditorio del Centro de Estudios Superiores en Ciencias Jurídicas y Criminológicas, según consignaron entonces diversas notas periodísticas.
Más tarde, en abril de 2018, la propia procuraduría solicitó que fuera separado del cargo, bajo el argumento de que, tras su vinculación a proceso, ya no podría regirse con los principios de imparcialidad, legalidad y honradez. La institución capitalina buscaba que fuera sancionado con una pena de hasta 11 años y nueve meses de cárcel, tras recabar diversos testimonios y peritajes que sustentaban la acusación de la víctima.
En diferentes ocasiones, Rodríguez Beiza acusó a la estudiante o a su familia de intentar extorsionarlo y, posteriormente, cuando recibió un roce de bala el 22 de marzo de 2018 en la colonia Paraíso, alcaldía Iztapalapa, culpó al papá de la joven.
Ese mismo año, la denunciante declaró a un medio de comunicación que los abogados del juez se habían acercado a ella, en el receso de una audiencia, con la intención de llegar a un acuerdo reparatorio para evitar que el juicio continuara. Aunque en ese momento no aceptó, en marzo de 2019 le otorgó el perdón, según informó el Poder Judicial de la capital sin dar más detalles.
Pero esa no era la primera vez que el nombre de Edgar Agustín Rodríguez Beiza salía a relucir. El 9 de junio de 2017 —cuando tenía 14 años de antigüedad en el Tribunal Superior de Justicia capitalino y cuatro como juez penal—, después de ser captado en video y exhibido rompiendo una silla durante una audiencia, la institución le abrió un procedimiento administrativo por daño a la propiedad, que resultó en un pago reparatorio y una suspensión temporal.
“El hecho incluso se encuentra reconocido con su propio manifiesto, vertido en el informe que rindió el 10 de agosto de 2017, donde aceptó que inhabilitó el sillón que ocupó en ese recinto con el único fin de que de una vez se hiciera la sustitución respectiva”, consigna el Consejo de la Judicatura de la Ciudad de México en el expediente 67/2017.
El chisme es un comportamiento presente en casi todas las culturas, desde las ciudades bulliciosas hasta las comunidades hortícolas remotas. Pero ¿por qué nos atrae tanto?
Puede arruinar tu reputación. Puede justificar tu comportamiento. Es entretenido. Y para muchos es un pecado.
El chisme (cotilleo o chusmear, como también se dice en algunos países de América Latina) es un comportamiento que los antropólogos han observado en muchas culturas, desde asentamientos urbanos hasta los más lejanos poblados rurales.
“El chisme está presente en todos nosotros y en cada cultura cuando se dan las circunstancias adecuadas”, le explica a la BBC Nicole Hagen Hess, profesora de Antropología de la Universidad Washington State en EE.UU.
Cuando pensamos en el chisme, podemos pensar en la imagen de una persona hablando a espaldas de otros con malas intenciones. Pero para Hess es algo más amplio.
El cotilleo es un intercambio de “información relevante para la reputación”.
Eso puede significar lo que amigos, familia, colegas o incluso rivales dicen sobre nosotros, pero también incluye lo que se dice en las noticias o en un evento deportivo.
“Bajo mi definición, no se necesita la ausencia de una tercera parte o de la persona que estés hablando, puede estar tranquilamente enfrente tuyo”, explica.
“Si estás hablando sobre esa persona, ya sea sobre su vestimenta o de lo que ha hecho, eso cuenta como chismear”, agrega.
Pero, por qué los humanos hemos llegado a este tipo de comportamientos es una pregunta que los investigadores quieren responder. Estas pueden ser algunas pistas.
La idea de que el chisme puede tener un rol positivo en la sociedad fue popularizado por el académico Robin Dunbar, un antropólogo británico.
De acuerdo a su teoría, en los primates, el aseo es un comportamiento higiénico, pero también social. Junto a crear vínculos, también puede ser usado para reconciliaciones después de peleas, diluir las tensiones y establecer la posición de cada uno de los primates en la jerarquía social.
Este proceso es conocido como “acicalado social” (allogrooming en inglés).
Pero como los humanos no tenemos pelo como el de los primates, el chisme y las conversaciones livianas pueden ser los equivalentes humanos de este “acicalado social”, que tiene el mismo propósito de crear vínculos, establecer el lugar en la jerarquía social e intercambiar información sobre otros, como por ejemplo en quién confiar y en quién no.
Para Dunbar, el lenguaje incluso evolucionó para permitirle a la gente chismorrear.
En 2021, un estudio de la Universidad de Dartmouth en EE.UU. reveló que la gente que cotillea junta, además de influenciar en el otro, también se une más en el proceso.
“Especulamos que los participantes de este estudio establecieron un sentido de comunidad entre ellos, creando una ‘realidad compartida’ que sirvió para influir en el comportamiento y las perspectivas de cada uno, al tiempo que satisfacía el deseo inherente de cada uno de tener una conexión social”, se puede leer en la investigación.
Esta investigación también descubrió que el chisme ayuda a promover la cooperación dentro de un grupo, después de observar que los participantes estaban dispuestos a contribuir con más dinero en un juego grupal cuando tuvieron la oportunidad de cotillear entre ellos.
“El chisme no es una construcción monolítica y su definición es mucho más compleja y va más allá de que simplemente es hablar mal del otro como lo hemos aprendido”, concluye la investigación.
Kelsey McKinney, fundadora del podcast Normal Gossip en el que personas comunes y corrientes comparten sus chismes, sabe como una anécdota con contenido puede juntar a varios extraños.
Cuando comenzó la pandemia del covid-19 y las personas tuvieron que estar encerradas, la necesidad por historias se hizo más grande.
“Me di cuenta de que estábamos hambrientos”, explica McKinney.
“Mucho de nuestras vidas y de cómo percibimos el mundo es através de la narrativa que nos contamos y el chisme es la narrativa. Nos contamos las cosas entre nosotros, y por supuesto hay peligro, pero también hay muchas cosas buenas”, añade.
Los humanos han evolucionado durante millones de años para aprender cómo es la mejor forma de protegernos de un potencial daño o peligro.
Para algunas mujeres, el chisme es una herramienta vital de estrategia para sobrevivir, particularmente cuando se navega en amenazas como una situación riesgosa en una cita.
“Las mujeres están en una situación de desventaja física cuando se trata de pelear con un hombre. Eso es una información importante que deseas compartir con tus amigas o con tus más cercanas aliadas”, explica Hess.
La supervivencia y nuestro lugar en la sociedad también depende mucho de la reputación.
Tener mala reputación puede ser devastador, señala la experta.
De acuerdo a ella, puede dañar tu posición social, limitar tus oportunidades económicas e incluso afectar tu acceso a recursos como los alimentos.
“Si la gente habla de forma negativa en los chismes sobre ti puede causar un daño substancial”, anota Hess.
Además argumenta que el chisme es una forma social de control usada para mantener o mejorar la posición en una jerarquía social.
Para ella la gente trata de manejar cómo es percibida en sus entornos sociales, así que se vigilan unos a otros a través del cotilleo.
Y agrega que el chisme también sirve para proteger su propia reputación y, en algunos casos, socavar a los rivales.
“Los humanos son competitivos por naturaleza con otros miembros de su especie y el conflicto no es algo de lo que se van a desprender”, explica.
Para la mayoría de la gente, el chisme puede parecer una diversión inofensiva.
“Ese es el tipo de chisme en el que me especializo”, dice la podcaster McKinney.
Su fascinación por este tema, y su pasión por contar historias, proviene de haber crecido en un hogar religioso donde le enseñaron que el chisme era pecaminoso.
“Un buen chisme es algo que inmediatamente sale de tu boca y se lo dices a otra persona”, argumenta.
¿Y un mundo sin él?
“¡Dios mío! ¡Qué aburrido!”, responde riendo.
Ya sea por diversión, supervivencia o vínculos sociales, el chisme se ha convertido en una constante en nuestras vidas: un “universal humano” que no debe ignorarse, dice la doctora Hess.
“El chisme tiene consecuencias reales”, explica. “Si solo fuera una conversación informal, aleatoria y falsa, no afectaría la forma en que las personas deciden distribuir beneficios a otros miembros de sus comunidades”.
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