Los centros de rehabilitación irregulares están en el punto de mira en Guanajuato. Sufren los ataques del crimen organizado en el estado y las autoridades quieren cerrarlos porque incumplen la normativa.
El padrino maneja una camioneta destartalada jugando con el freno de mano y sin acelerar. Lleva el tanque de gasolina casi vacío y aprovecha las cuestas abajo para no perder impulso. Lo hace a medio camino entre Silao, municipio industrial en el centro de México, y la capital de su Estado, Guanajuato. Minutos antes alguien llamó y pidió auxilio. Le dijo que ya no aguantaba más al borracho de la casa, durmiendo la mona, tirado en un colchón. Que se lo lleven, lo encierren, lo bañen, lo terapeen o lo que sea Dios que hagan al interior del anexo, esos centros de rehabilitación que, en su mayoría, no siguen ninguna norma para el tratamiento de adicciones.
El padrino Nico es un tipo fornido, su cuerpo tiene la forma de un trompo gigante y su gesto es hosco, endurecido por un bigote en forma de herradura. También tiene un ojo bueno y otro que le chingaron, recuerdo de uno que le clavó un cristal antes de que pudiera inmovilizarlo para llevarlo a anexar. Fue boxeador, huachicolero, mecánico. Un hombre polifacético que ahora se encarga de pastorear a quienes quieren dejar de drogarse.
Abrazó la sobriedad hace 15 años. Desde entonces se dedica a recoger alcohólicos, drogadictos o personas con problemas de consumo de las que sus familias quieren desprenderse y a “curarlos”, según su modo de entender el mundo.
Hoy ha sido un día intenso en “La Sagrada Familia”. Por la mañana, una joven de 21 años tan menuda y esquelética que daba la sensación de que podría quebrarse como una rama seca, se entregó por voluntad propia. Según explica ella misma, lleva un mes consumiendo cristal, y no es la primera ocasión en la que la encierran.
Gady Zabicky, titular de la Comisión Nacional contra las Adicciones, dice que el porcentaje de usuarios que desarrolla un consumo problemático es muy bajo, aunque los últimos datos del tema datan de 2016. Tampoco hay estudios actualizados que digan cuántos de aquellos que utilizan estupefacientes terminan por desarrollar problemas que necesitan de atención; ni existe una estrategia que vaya más allá de la campaña “En el mundo de las drogas no hay final feliz”, con la que el gobierno federal trata de disuadir del consumo de estupefacientes
En 2010, apenas el 10% de los usuarios de los Centros de Integración Juvenil de Guanajuato aseguraban haber utilizado este estimulante. Ocho años después, la tasa se había disparado hasta el 60%. El resto de drogas, por el contrario, se mantuvieron estables: el 90% de los jóvenes que recibieron atención usaban tabaco, alcohol o mariguana.
La Auditoría Superior de la Federación certificó que entre 2013 y 2019, el presupuesto destinado a prevención y atención de las adicciones disminuyó en 13.2%. Y eso a pesar de que el vocero presidencial, Jesús Ramírez, reconoció que el consumo se multiplicó un 141% entre 2002 y 2017.
La Auditoría también menciona a los centros de rehabilitación. Detectó 2 mil 866 establecimientos, de los que 2 mil 118 (73.9%) eran residenciales y 748 (26.1%) ambulatorios. De los 2 mil 118 establecimientos residenciales que se encontraban en operación, sólo 589 (27.8%) estaban registrados y únicamente 342 (16.1%) contaban con reconocimiento.
Mientras se incrementó el despliegue del ejército para labores de orden público bajo la excusa de combatir el narcotráfico, se abandonó por completo dos líneas básicas: la prevención y el tratamiento de los usuarios de drogas.
Zabicky reconoce que hay muchísimo que hacer y se muestra reacio a cerrar estos locales, a pesar de que sean ilegales. ¿Quién se haría cargo de las miles de personas que reciben atención en los anexos si se clausuran?
No hay estudios que digan por qué los anexos crecieron en las últimas décadas, pero se han expandido en un contexto de auge de la violencia. En 2020, en México se registraron más de 34 mil asesinatos, de los que 4 mil 500 ocurrieron en Guanajuato.
Con una tasa de homicidios de 74 por cada 100 mil habitantes, es uno de los estados más violentos del país. Ubicado a dos horas y media en auto de la Ciudad de México, Guanajuato es escenario de una guerra entre grupos del narcotráfico. Por un lado, el Cártel Santa Rosa de Lima, una estructura local que comenzó dedicada al robo de combustible, o huachicol, y por otro el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), la organización criminal con mayor auge de los últimos años.
La disputa ha llegado al terreno del narcomenudeo y hombres de cada uno de estos grupos asesinan a vendedores del rival e incluso a consumidores que cambiaron de punto de venta. Cada grupo vende un producto con marca propia y así lo distingue del contrario. Santa Rosa es conocido por la metanfetamina de color azul, que se cocina en laboratorios del norte de Michoacán y es más barata, mientras que Jalisco ofrece la droga más blanquecina, más cara, pero de mayor calidad. Es la lógica de un mercado controlado por el crimen organizado: el usuario que cambia de proveedor se enfrenta incluso a que su antiguo dealer pida su cabeza.
Una decisión política convirtió a México en este campo de batalla. Se cumplen 15 años desde que el expresidente Felipe Calderón anunció una “guerra al narcotráfico” que llevó a tener un país con 350 mil muertos y al menos 90 mil desaparecidos.
Rosa Alma Santoyo, de 56 años, es una mujer enlutada de pies a cabeza, con grandes ojeras y gesto ausente, que nunca supo qué era un anexo hasta que sus hijos necesitaron uno. Se llamaba Buscando el Camino a Mi Recuperación y estaba ubicado en la comunidad de Las Arandas, un arrabal en las afueras de Irapuato. El 1 de julio de 2020, tres hombres armados irrumpieron en el local y comenzaron a disparar.
La masacre de Irapuato cambió las reglas de los anexos. Dice el padrino Nico que la mitad de los centros del municipio cerraron y la otra mitad fue clausurado por las autoridades. Arnulfo estaba en uno de estos últimos cuando la policía lo puso en la calle. Tras recaer nuevamente en las drogas y pasar algunos meses durmiendo al raso, alguien lo llevó a Silao para comenzar de nuevo el ciclo de la sobriedad.
La penúltima batalla de la ‘patrulla de la sobriedad’ del padrino Nico tuvo lugar el 22 de abril de 2020. Aquel día, medio millar de anexados de todo Guanajuato trataron de bloquear el acceso al palacio de Gobierno. Exigían diálogo con el ejecutivo para legalizar sus centros y apoyos económicos para no ahogarse.
La protesta terminó con enfrentamientos con la policía y la desconfianza instalada entre la administración y los representantes de los centros de rehabilitación.
Los centros de rehabilitación continúan en ese limbo vulnerable, siempre bajo el riesgo de que las autoridades los clausuren o que el crimen organizado los ataque.
Cada día, miles de hombres y mujeres participan en larguísimas sesiones de terapia y permanecen encerrados durante semanas convencidos de que ese es el único camino para mantenerse sobrios.
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