En Facebook una publicación asegura que tomar té de laurel elimina la presión arterial alta, la sangre en azúcar y la grasa en la sangre, pero expertas explican que, aunque ayude a mitigar algunos síntomas, no hay pruebas científicas de que un té pueda eliminar la hipertensión o cualquier enfermedad crónica.
La publicación sobre el té de laurel ha sido compartida en más de 650 ocasiones y dice: “una sola taza en la mañana te ayuda a quitar la presión alta, la azúcar y la grasa en la sangre”.
Incluye una imagen que agrega: “esto baja el azúcar, presión, colesterol y triglicéridos, quita el mal de orín y mucho más”.
Anai Romero, médica general por la Universidad de Guadalajara, explica que hasta el momento no existe alguna evidencia científica que compruebe que un té puede curar la hipertensión o cualquier otra enfermedad. “Más que curar, es para ayudar y prevenir”, enfatiza la médica.
La médica general enfatiza que dentro de la guía clínica de cada enfermedad es usual encontrar la recomendación de ingesta de líquidos, entre ellos ciertos jugos o tés, pero enfatiza que por sí solos no combaten la enfermedad.
Luz Vera Becerra, doctora en nutrición e investigadora de la Universidad de Guanajuato, concuerda con ello.
“Aunque algunos estudios sugieren que las infusiones muestran propiedades biológicas con beneficios a la salud, la ausencia de estudios controlados limita la posibilidad de recomendar su consumo para el control de condiciones patológicas crónicas como la hipertensión, dislipidemias o disminuir la glucemia en pacientes con diabetes mellitus”, explica Vera.
Es importante señalar que sí existen estudios sobre las propiedades del laurel, cómo éste realizado por investigadores de la Universidad Mustafa Kemal,Turquía, sobre el efecto antibacteriano del laurel; o este otro, de la Universidad de San Carlos en Guatemala, sobre el efecto antiinflamatorio de las hojas de laurel; pero no encontramos ningún estudio que sustente que con una infusión de laurel se curen enfermedades.
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Vera Becerra insiste en que las infusiones o tés deben ser sugeridos, pero como coadyuvantes a un tratamiento médico. Es decir, como un elemento suplementario, pero no como parte de la medicación.
La académica Vera Becerra agrega que el uso de las infusiones se ha popularizado, y es gracias a sus efectos benéficos inmediatos sobre algunos síntomas menores como la inflación gastrointestinal, cólicos y congestión de las vías respiratorias, pero no en enfermedades crónicas como lo es la hipertensión y la diabetes.
Parte de que suceda esto, agrega la médica Anai Romero, es que desde la herbolaria -en este caso el laurel- no se ha podido corroborar que tenga propiedades curativas para acabar con enfermedades crónicas. “No hay una dosis exacta, que te digan tómate tanto (para curarte)”, dice Romero.
Por eso, enfatiza Vera Becerra, “no es recomendable considerar que el consumo de éstos por sí mismos puede mejorar alteraciones metabólicas complejas, que requieren un diagnóstico y tratamiento profesional”.
En conclusión: el té no puede curar la presión alta también conocida como hipertensión, aunque puede ayudar a reducir malestares menores como cólicos, dolor abdominal y congestión de vías respiratorias. Ante malestares físicos siempre es importante contar con asesoría profesional, antes de automedicarse.
Los soldados ucranianos en el campo de batalla no creen que la guerra contra Rusia vaya a terminar pronto.
Mientras Moscú considera un alto el fuego temporal, su maquinaria militar sigue presionando en el frente. Las negociaciones diplomáticas pueden ser lentas y difíciles, pero en el campo de batalla, se pueden medir en vidas perdidas.
A un hospital militar en el este de Ucrania, los heridos llegan en oleadas en ambulancia. Aquí, hay una desconexión obvia entre la diplomacia que tiene lugar lejos de los combates y la brutalidad de la batalla, en la que los cuerpos humanos todavía están siendo destrozados, despedazados y marcados por las bombas y las balas.
Vemos a otras dos docenas de soldados ucranianos heridos que se suben a un autobús para ser llevados a un hospital en Dnipro; algunos están heridos pero caminan, otros son llevados en camillas. El autobús está provisto de equipos médicos para monitorear a los heridos mientras son trasladados a toda velocidad por carreteras llenas de baches.
Los hombres a bordo son los menos gravemente heridos. La mayoría fueron alcanzados por metralla. La causante es a la ahora más prolífica y temida arma en el frente: los drones.
Ninguno de los soldados que entrevistamos cree que esta guerra vaya a terminar pronto. Maksym, de 30 años, está en una camilla conectado a un medicamento intravenoso para aliviar algo del dolor de las múltiples heridas de metralla que tiene en todo el cuerpo. Dice que ha oído hablar de un alto al fuego temporal de 30 días, pero añade:
“Considero a Putin un asesino y los asesinos no se ponen de acuerdo tan fácilmente”.
Vova, quien está sentado cerca, dice refiriéndose a la posibilidad de un alto al fuego: “No me lo creo”. Señala que cerca de la ciudad de Pokrovsk, que se encuentra bajo asedio, se estaban enfrentando a ataques rusos todos los días. “Dudo que haya una tregua”, me dice.
Otro soldado llamado Maksym dice que esta es la segunda vez que resulta herido. “No creo que haya un alto al fuego”, afirma. “Tenía muchos amigos que ya no están con nosotros”.
“Me gustaría creer que todo va a estar bien, pero no se puede confiar en Rusia. Nunca”.
El autobús médico es operado por el Batallón Médico del Ejército de Voluntarios de Ucrania, conocido como los Hospitalarios. Transportan a decenas de soldados heridos todos los días.
Sofiia, una estudiante de medicina de 22 años, ha estado trabajando con ese equipo durante los últimos 18 meses. Ella también es escéptica sobre las posibilidades de un alto al fuego: “No puedo creérmelo, pero realmente desearía que sucediera”, dice.
Me cuenta que cuando se enteró de que Estados Unidos y Ucrania habían acordado presionar para lograr un alto al fuego, los drones rusos sobrevolaban su base y eran interceptados por las fuerzas de defensa aérea ucranianas. Para ella, hablar de paz es como hablar de un universo paralelo.
Sofiia dice que “al menos es bueno que Ucrania y Estados Unidos vuelvan a hablar”. Pero en cuanto a las esperanzas de un alto al fuego, se remite al pasado reciente.
“Si nos fijamos en todos los intentos de alto al fuego que hemos tenido en el pasado, no funcionaron. ¿Cómo va a funcionar este?”, pregunta.
Su colega médico, Daniel, se unió a los Hospitalarios desde Suecia. Dice que entiende lo que se siente cuando una nación más pequeña es atacada por su vecino gigante. Su abuelo luchó por Finlandia contra Rusia durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando Daniel llegó a Ucrania, solía preguntarles a los soldados heridos qué querían hacer después de la guerra. Ya no lo hace. “Nadie quiere responder eso”, dice, “porque no quieren decepcionarse. No se atreven a tener esperanzas”.
Daniel no descarta un alto al fuego. Pero añade: “No se puede confiar en que Putin vaya a hacer algo que no le beneficie”.
Ucrania tiene mucha experiencia negociando con Rusia.
Francia y Alemania mediaron en los altos al fuego de 2014 y 2015, cuando las fuerzas respaldadas por Moscú tomaron por primera vez partes del este de Ucrania y Crimea.
Esa negociación no funcionó. Tampoco impidieron que Rusia llevara a cabo su invasión a gran escala de Ucrania ocho años después.
Puede que haya conversaciones de paz, pero los hombres de la 68ª Brigada Jaeger de Ucrania siguen preparándose para la guerra. Miramos cómo ensayan sus maniobras para evacuar a un soldado herido bajo fuego enemigo. La mayoría ya ha tenido que hacerlo en la vida real.
A lo lejos, oímos los estruendos de la artillería. Estamos a solo 16 kilómetros de la línea del frente, adonde pronto regresarán.
Han recibido pocas noticias positivas en los últimos días. Las fuerzas ucranianas están siendo superadas en Kursk. En agosto del año pasado, esa ofensiva sorpresa en territorio ruso parecía una jugada de brillantez táctica, que elevaba la moral. Ahora corre el peligro de convertirse en un importante revés estratégico.
Es posible que Kursk deje de ser pronto una moneda de cambio para futuras negociaciones, y se convierta en una pesada carga, por la pérdida de valioso equipamiento y vidas ucranianas.
Uno de los pocos aspectos positivos es que Estados Unidos ha reanudado su apoyo militar. Eso es importante para la 67ª Brigada, que opera con equipos fabricados en Estados Unidos. Realizan sus entrenamientos con un vehículo blindado MaxxPro suministrado por Washington.
Ivan, el conductor que lleva una pequeña bandera estadounidense en su uniforme, dice que le alivia que la administración Trump haya accedido a revertir el bloqueo. Su vehículo necesita reparaciones con regularidad. “Me gustaría que siguieran ayudando”, dice.
Pero Ivan aún no está seguro de si se puede confiar en el presidente Trump.
“Tengo dudas”, dice. En cuanto a confiar en el presidente Putin, responde: “No. Nunca”.
Aquí, incluso un alto al fuego temporal parece estar muy lejos.
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