Diana Pacheco, de 31 años, es licenciada en administración de empresas. Apenas en junio pasado consiguió trabajo en el despacho de contadores IPS, que desde hace siete años ocupaba el cuarto piso del edificio de Álvaro Obregón número 286, en la colonia Roma.
[contextly_sidebar id=”BtEmPQeCnpGN7b0h8MnP6RmQxzooQpN0″]El martes 19 de septiembre a las 13:14 horas, cuando inició el temblor, intentó bajar por las escaleras de emergencia, pero no lo consiguió. El inmueble de seis pisos colapsó en cuestión de segundos, como si sus paredes hubieran sido de cartón. La joven quedó bajo los escombros, con una losa cerca del cuello. Estuvo ahí por 17 horas y media casi sin moverse, pero con el celular en la mano.
Su esposo, Juan Jesús García, se enteró por las noticias que uno de los edificios colapsados por el sismo de 7.1 grados, era en el que trabajaba Diana. Llegó al sitio a las 15 horas para intentar rescatarla, pero los brigadistas no se lo permitieron entrar al derrumbe. Pasó toda la noche en las vallas que delimitan la zona de desastre esperando noticias.
A las 6 de la mañana de este miércoles recibió un mensaje de WhatsApp que le cambió la vida: era Diana, enviándole su ubicación. Esa señal fue la esperanza hecha realidad, por la que rogó toda la noche. Avisó a los rescatistas que inmediatamente concentraron las labores en el punto preciso, en la parte trasera del edificio.
Diana fue rescatada a las 6:30 de la mañana.
Hasta ese momento, los rescatistas habían conseguido sacar a una veintena de personas, pero en las 11 horas siguientes, las labores de rescate no habían encontrado a alguien más entre los escombros.
“Fue un milagro de Dios, fue un milagro de Dios”, dice Olga Tejeda, suegra de Diana. Mientras está en la sala de espera de la Cruz Roja de Polanco, narra la historia de la joven con quien su hijo se casó hace 12 años. Con el llanto contenido, agradece a Dios que su nuera esté bien, que haya librado la muerte.
La familia vio a Diana y está consciente, sólo se ve muy hinchada de la cara por los golpes y aún continúan haciéndole estudios. Les contó cómo intentó salir del edificio y la desesperación que pasó durante esas horas bajo los escombros. También les dijo que aún había mucha gente, aunque no todos sobrevivieron. “Ella vio morir a uno de sus compañeros que iba delante en las escaleras”, explica Olga.
También les contó que debajo de ella habían 14 personas más con las que tuvo contacto durante esas horas. “Mi nuera está muy preocupada por todos sus compañeros y pide que hagan algo por ellos, que no los vayan a dejar ahí. Por favor los que los rescatistas saquen a toda la gente, porque hay gente atrapada, pero vive”, dice Olga.
Los dos hijos de Diana y Juan, tienen 6 y 11 años. Ninguno sabe lo que sus papás están pasando. La abuela materna les dice que ambos están trabajando y han salido de su casa muy temprano, por eso no los han visto.
Noemí Manuel García estudia contaduría en la Universidad de Londres. Hace 10 meses decidió hacer su servicio social en el despacho de contadores IPS y hace cuatro fue contratada. Es su primer empleo.
Tiene 21 años y es la tercera de cinco hijos. Apenas está por acabar la carrera y cada fin de semana le ayuda a su tía a vender artesanías en Coyoacán para ganar un poco de dinero.
Este martes a las 13:14 horas estaba trabajando en el cuarto piso, con el resto de sus compañeros. El derrumbe la alcanzó. Ella es una de las 36 personas que, según los reportes de familiares, aún se encuentran bajo los escombros.
Su hermano Misraim Manuel, mayor por dos años, estuvo en las labores de rescate desde la noche del martes. Hasta las 3 de la tarde del miércoles llevaba 19 horas sacando escombros. Él, a diferencia de Misael, otro de los hermanos que también ayudó, no quiso salir de la zona de derrumbe.
Olivia, la hermana mayor, dejó su trabajo como subgerente en una tienda para estar ahí, esperando noticias de Noemí. Le llamaron por teléfono después del sismo y no respondió. Por eso los hermanos llegaron al edificio a buscarla desde la tarde del martes. “Vimos las calles cerradas, las ambulancias por todos lados. Nos alarmamos”, dice Misael.
Paulino Estrada Villegas es contador, originario de Tequixquiac, Estado de México, pero vive en la colonia Torres de Potrero en la Ciudad de México. A la hora del sismo, estaba en el cuarto piso del edificio de Álvaro Obregón y no logró salir.
Cecilia lo reconoció en una publicación en Facebook que lo reportaba como desaparecido. No son amigos cercanos, pero decidió enviarle un mensaje por WhatsApp para preguntarle cómo estaba. “Las palomitas se pusieron azules. Vio el mensaje”, cuenta la joven.
A las 11:01 de la mañana de este miércoles, Cecilia recibió una llamada por Facetime de Paulino, pero no alcanzó a contestarla. Ella le regresó la llamada cinco minutos después. Sólo se veían pedazos de concreto, pero no se escuchaba nada, relata Cecilia.
Esa señal de vida mantiene a la familia con la esperanza de rescatarlo. Los amigos comparten la publicación en Facebook y atienden las llamadas para conseguir cualquier dato que ayude a encontrarlo.
Ellos son uno de los 90 empleados del despacho IPS que ocupaba todo el cuarto piso. Sin embargo en el momento del sismo había entre 50 y 60 personas, sobre todo contadores, pero también ingenieros, auditores, encargados de nómina, de reclutamiento.
El sexto piso del edificio estaba una inmobiliaria y el quinto iba a ser una escuela de idiomas, pero aún no estaba terminada; en el segundo había una clínica. Hasta el momento no se sabe con exactitud cuántas personas había dentro al momento del sismo.
Según Álvaro Byrds, contador del despacho IPS, el edificio había sido reforzado hace cinco años. Incluso, el dueño ocupaba una de las oficinas para su empresa, pero “nada es suficientemente seguro”, dice mientras observa el inmueble. Él no estuvo en el momento del sismo porque había ido a Polanco a resolver otros pendientes.
El edificio estaba en la avenida quizá más representativa de la Roma. Con restaurantes, cafés, bares, librerías y hasta un teatro, la sala Chopin. Pero desde este martes, el rostro de la zona cambió, quienes llegaron no buscaban entretenimiento, sino ofrecer ayuda.
Todo el día llegaron jóvenes con palas y cascos para remover escombros y aunque debían esperar horas formados para ser considerados en los relevos, igual permanecieron y hacían cadenas humanas para pasar herramienta o escombros.
Otros más repartían comida y agua, hacían listas de los desaparecidos y rescatados; ofrecían atención psicológica, cargaban vigas, ordenaban el tránsito, separaban víveres.
En ese sitio la emergencia no ha cesado, y la ayuda tampoco.