Por muchos años Javier Valdez y su columna Malayerba fueron un baluarte del periodismo en Sinaloa, estado que por décadas se ha visto inmerso en una vorágine de asesinatos y desapariciones producto de la impunidad y el narcotráfico.
El asesinato de Javier no solo es una afrenta al periodismo; es un agravio a la sociedad sinaloense que ha perdido a uno de sus principales pilares en materia de libertad de expresión.
[contextly_sidebar id=”M6B6giiqgk7hhJlMbQUZKmHUpscQj8yD”]Aun cuando el propio Valdez se calificaba como una persona solitaria, contaba con cierta alegría en sus ojos y tono de voz que lo caracterizaban. Nacido en Culiacán, Sinaloa, el 14 de abril de 1967, era un periodista que siempre tenía una palabra de aliento para sus colegas, y nunca se acobardó ante la violencia y las amenazas.
Estudió sociología en la Universidad Autónoma de Sinaloa y como muchos de sus paisanos, quería que la violencia en Sinaloa -y en todo México- cesará. Le dolía, pero aun así cada semana, a través de su columna Malayerba, y sus diferentes libros, la reflejaba y era claro en señalar a los responsables.
Malayerba, Miss Narco, Huérfanos del Narco, Narcoperiodismo y Con una granada en la boca, fueron los títulos de sus libros, donde sin ningún tipo de censura narraba el drama del narcotráfico en México.
Apenas el pasado 29 de marzo, Javier y un centenar de periodistas sinaloenses protestaron frente la Catedral de Culiacán, por el homicidio de Miroslava Breach, reportera asesinada en Chihuahua.
“A Miroslava la mataron por lengua larga. Que nos maten a todos, si esa es la condena de muerte por reportear este infierno. No al silencio”, escribió Valdez desde su cuenta de Twitter, tras el crimen de la periodista.
Filosofía Río Doce
La editorial, ¿Quiénes somos? de Río Doce, refleja perfectamente la filosofía de Javier y sus compañeros (Ismael Bojórquez, Alejandro Sicairos y otros cofundadores como Francisco Sarabia y Cayetano Osuna ) en cuanto a la forma de hacer periodismo:
“Ríodoce nació (en febrero de 2003) en un contexto de fuerte control de los medios de comunicación por parte del Gobierno estatal, al que solo se salvaba, parcialmente, el diario Noroeste. Por eso nos propusimos desde un principio marcar una distancia clara respecto al poder, concentrado entonces, de manera absolutista, en Juan Millán Lizárraga, gobernador del estado…La sombra del poder nos acompañó implacable los primeros dos años. El gobernador había lanzado una consigna: ‘Vamos a matarlos de hambre’. Fueron hasta las oficinas del periódico a decirlo. Incluso se cruzaron apuestas. ‘No llegan a mayo’; ‘No pasan de agosto’; ‘Ya mero truenan’. Nosotros nos habíamos planteado otra: sobrevivir. Y acordamos que de ser necesario saldríamos con una hoja impresa por los dos lados, pero no bajaríamos las cortinas”.
En diferentes reuniones con periodistas y defensores de los derechos humanos, donde se buscaban alternativas para frenar la violencia contra la prensa, Javier siempre fue una voz crítica y constructiva, a favor del gremio periodístico.
“No podemos negociar con los principales agresores”, señaló en más de una ocasión, ante la propuesta de abrir un diálogo con las autoridades policiacas, responsables de 2 de cada 3 agresiones contra la prensa, según ha documentado la organización internacional Artículo 19.
El Malayerba
En el marco de la “guerra” contra el narcotráfico declarada durante inicio del sexenio de Felipe Calderón, Javier Váldez se convirtió en referente de Sinaloa en muchos sentidos. No sólo por su pluma sino por su valentía que a veces parecía no tener filtro y que para muchos periodistas era una especie de ejemplo a seguir. En el entendido de que si Váldez o su Malayerba ya lo habían escrito se podría retomar, y eso pasaba con muchos medios.
Era de los periodistas que sabía traspasar fronteras no sólo por su carisma, sino por su solidaridad con el gremio de México y otras latitudes donde inspiró a nuevas generaciones.
Era de esas personas que nació para enseñar. Siempre tenía un consejo o recomendación para sus colegas. En 2009, por ejemplo, participó activamente en un taller de periodismo de narcotráfico y violencia, organizado por la Fundación García Márquez, donde sus aportaciones fueron de gran importancia para tejer redes con periodistas de otros países y entender la violencia que en ese momento azotaba al país.
Dos años más tarde, en 2011, esa valentía que lo caracterizaba los hizo acreedor del Premio Internacional a la Libertad de Prensa del Comité de Protección de Periodistas (CPJ), por el valor mostrado en su trabajo como periodista en una zona de alto riesgo (Sinaloa).
Durante la entrega de la premio, Valdez habló de los riesgos de ser periodista en México y dedicó el premio a sus colegas y a las víctimas de la violencia.
“He sido periodista estos 21 años y nunca antes lo he sufrido y gozado con esta intensidad, ni con tantos peligros. Donde vivo, Culiacán, Sinaloa, es un peligro estar vivo y hacer periodismo es caminar sobre una invisible línea marcada por los malos, que están en el narcotráfico y en el gobierno, un piso filoso y lleno de explosivos. Esto se vive en casi todo el país. Uno debe cuidarse de todo y de todos, y no parece haber opciones ni salvación, y muchas veces no hay a quién acudir”.
El asesinato de Javier ha cimbrado a los periodistas y a la sociedad sinaloense en su conjunto.
Si Javier cayó que era una de las cabezas y baluartes del periodismo honesto en Sinaloa qué no le pueden hacer a cualquier ciudadano o periodista sin su trayectoria. Ese es el mensaje implícito además del terror, el miedo y la zozobra que nos deja su asesinato. Es la malayerba de la que escribía Javier Valdez, el periodista sinaloense que con su “lengua larga” optó por decirle “no al silencio”.