Los niños sí leen, el asunto es ¿cómo mantenerles ese hábito de por vida?, pregunta Óscar Martínez Vélez, autor de libros como Hilario y la cucaracha maravillosa o ¡Guácala!, quien cada vez que visita alguna primaria para dar una charla se encuentra con cientos de lectores.
En esos encuentros es invariable que los pequeños se le arremolinen pidiéndole un autógrafo, una dedicatoria o una foto a su lado.
[contextly_sidebar id=”GSSM3vMTquxoO8vzgwqqH4LsOFwvRjYZ”]“Para literatos de otros géneros esto es tan inusual que un amigo, al enterarse de este fenómeno, me comentó: ‘Cuando vas a un colegio has de sentirte como Carlos Fuentes o Gabriel García Márquez’, a lo que yo le contesté, ‘¡no! ¡Más bien como Mick Jagger!”.
Sin embargo, advirtió, aunque a los niños les entusiasma la lectura, con frecuencia los profesores terminan por matar esta afición al arrebatarle lo lúdico y convertirla en una tarea. Esto pasa cada vez que un maestro encarga a sus alumnos leer un libro y entregar un reporte. “Si nos exigieran redactar un ensayo en cada ocasión que vemos una película, ¿nos darían ganas de ir al cine? Creo que no”, dice.
Pese a que podría pensarse que Martínez Vélez comenzó a preocuparse por estos asuntos cuando estudiaba Ciencias Políticas en la UNAM, en realidad estas inquietudes le surgieron tras una sobremesa con el novelista Paco Ignacio Taibo II; en aquella ocasión éste le dijo: “Si alguien tiene la culpa de que México no lea es la Secretaría de Educación Pública”.
“Al escuchar eso fue inevitable remontarme a la década de los 70 y recordar mi libro de texto gratuito de cuarto grado, donde te ponían como material de lectura un fragmento del Mío Cid. ¿Qué sentido tiene darle a alguien de nueve años el Mío Cid y además sólo un fragmento? Eso es una trampa porque no tiene nada que ver con el niño ni con su realidad, es más bien una invitación a no leer”, expuso.
Por ello, Óscar Martínez le apuesta a los personajes antisolemnes y a las tramas inteligentes para enganchar al público y avivar su interés por las letras, aunque señala la imposibilidad de hacer esto en solitario.
Es necesario replantear cómo hacen las cosas las escuelas, ya que los docentes caen en el vicio de dar un aura de obligatoriedad al acto de leer, lo que en vez de atraer es un repelente, dijo.
“A fin de devolverle este espíritu lúdico a la lectura deberíamos tratarla como al futbol, pues los colegios suelen dar espacio para practicar este deporte y ello no impide que al sonar la campana los estudiantes estén ansiosos por irse al parque a echarse una cascarita. Con los libros debería ser igual y las escuelas tendrían que generar escenarios donde los niños salgan de las aulas con ansia de llegar a casa y sumergirse en las páginas de su relato favorito. Es una lástima que aún no descifremos la mejor manera de lograr esto”.
Al enterarse de que la biblioteca de la Primaria Manuel Cabrera Carrasquedo, en Oaxaca, no tenía nombre, una alumna del lugar propuso el de Óscar Martínez Vélez y ése fue el que se quedó, “lo que para mí fue una satisfacción inesperada, pues yo supe de esa historia meses después, cuando me invitaron a conocerla”.
Anécdotas similares el escritor tiene muchas, y aunque la mayoría han sido agradables, otras no lo son.
“Muchos de mis relatos forman parte del programa Biblioteca de Aula —pequeñas colecciones de textos que hay en cada salón— y en muchas ocasiones, al visitar las escuelas, me he encontrado con la mala sorpresa de que hay profesores que no dejan que los niños toquen los ejemplares bajo el argumento de que no los cuidan o que se maltratan. Eso es un respeto mal entendido hacia la literatura”.
El enfado de Óscar Martínez hacia estas conductas se debe a que, para él, los libros están hechos para desgastarse por el uso, deteriorarse por haber sido hojeados una y otra vez y ponerse amarillos tras soportar las inclemencias del tiempo.
De entre todas las vivencias que le da dejado la carrera de narrador al también marionetista, la que más le emociona es la de ver a un niño con algún título de su autoría ya despastado de tanto uso, subrayado e incluso decolorado por haber conocido los rayos del Sol.
Cada vez que alguien presenta a Óscar Martínez Vélez como alguien que escribe literatura infantil él interrumpe la conversación y aclara que él hace literatura para niños, “pues son cosas diferentes y no me agrada la connotación que acarrea el primer término”.
Al respecto, el narrador añade: “Evito utilizar la palabra infantil porque, por sus raíces (el prefijo de negación in, el verbo fari ‘hablar’ y el sufijo il, que denota debilidad) este vocablo significa ‘el que no habla’. De ahí que la primera fila de los ejércitos —ésa usada como carne de cañón— se llame infantería, y que incluso haya una pretensión política de infantilizar al país, es decir, de no darle voz.
“Para sacudirme de esta carga etimológica y hasta ideológica siempre digo que hago relatos para niños y eso no es fácil; crear una historia sin recurrir a fórmulas fáciles es complicado. Suelo tardarme en encontrar el tono preciso para cada texto y por lo mismo tengo menos títulos en mi catálogo que otros compañeros que se dedican a esto, aunque por esta misma demora al final mis libros son no los que el mercado exige, sino los que a mí me gustaría leer”.
Sobre la industria editorial para niños, Martínez Vélez señala que es muy grande y de eso se dio cuenta cuando comenzó a comparar los tirajes de sus obras con las de autores de otros géneros. “Una novela (a menos de que sea de un best seller) sale a la venta con mil o dos mil ejemplares, mientras que tan sólo uno de mis títulos, Los inventos de Gelasio, llegó a los 75 mil”.
El también profesor de la UACM explica que esto no se debe a que su trabajo sea de mayor calidad que el de sus colegas, sino a que las escuelas adquieren este tipo de material en grandes volúmenes y a que los padres prefieren comprarle un libro a sus hijos que adquirir uno para consumo personal.
Para concluir, Martínez Vélez hizo un diagnóstico de la industria editorial para niños y señaló que hay una gran demanda que no alcanza a ser satisfecha y eso provoca que se produzcan cosas vía exprés y casi prefabricadas, “lo cual es una lástima porque pese a ser un país que no lee, tenemos una niñez a la que sí le gustan los libros, pero a la que con frecuencia le llegan cosas de poca calidad. Quizá si mejoramos lo que se hace en este renglón México pueda asegurarse, ahora sí, una generación de lectores en su futuro”.