Socorro tiene los ojos rojos y la piel blanca. No dejaba de llorar sobre el teléfono. Tenía una hija.
– Ayer me dijeron que ya hoy la visita iba a ser normal y cuando venía en el bus escucho que las quemaron.
Se recuesta sobre una patrulla mientras sigue llorando.
Cuando llegó Socorro, los bomberos estaban sacando los cuerpos, pero tres horas después nadie le daba razón de su hija.
Cada cierto tiempo salía un trabajador social con un papel para tomar los datos de quienes buscaban a sus niños. Leía los nombres y ellos respondían con un suspiro. En el mejor de los casos llevaba consigo una foto para mayor calma. Un padre borracho, casi al punto de tambalearse decía:
– ¿Por qué se llama “seguro” esto, vos? ¿Puta, no pueden cuidar ni a mi patojo?
Aquello era un retrato de familias disfuncionales. A casi un metro del barranco dos niños de año y medio jugaban, mientras sus papás, que no tendrían más de 18 años, hablaban del partido del Barcelona. Uno de los bebés se cayó y se golpeó la cabeza contra un carro, empezó a llorar. Sus papás lo vieron y siguieron hablando.
El otro niño, con sus pasitos tambaleantes, lo abrazó y lo ayudó a pararse.
– ¿Ahora para qué putas vienen?, grita una señora con la voz rota mientras la magistrada María Eugenia
Morales entra al Hogar.
– Ahora para qué, si ya se quemaron, secunda otra señora.
Al menos la magistrada llegó. En las afueras del Hogar Seguro había esparcido el rumor de que el presidente
Jimmy Morales llegaría. No lo hizo.
En vez de eso se anunció una conferencia en el salón de banderas del Palacio Nacional.
El cambio de ambiente era abismal. Se pararon frente a las cámaras Anabella Morfín, Procuradora General de la Nación; Carlos Rodas, Secretario de Bienestar Social; Julio Aguilar, vocero de la PNC; Víctor Godoy, comisionado de Derechos Humanos; y el vocero de la presidencia, Heinz Heinmann.
Los siguientes 40 minutos fueron surreales.