Cuando los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa retomaron la consignas que en 1984 lanzaron las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina, para pedir la aparición de sus hijos, nunca imaginaron que con ello reproducían un performance.
[contextly_sidebar id=”FTwkQfsBfbjXogUgK8h0VxJiynjFMtI5″]Un “performance” cargado de historia porque resignifica y reutiliza el pasado, asegura Diana Taylor, Directora y Fundadora del Instituto Hemisférico de Performance y Política, con sede en Nueva York, en entrevista con Animal Político.
Taylor vino a México a ofrecer el curso interdisciplinario “Performance y Activismo”, durante dos semanas, en la Facultad de Música de la UNAM, e impartió la conferencia “La política de la presencia” en el Auditorio de la Unidad de Posgrado en CU.
Animal Político la entrevistó para conocer su concepto sobre performance, el cual no se circunscribe al espacio de exhibición o al escenario, sino que lo sitúa en el espacio público para mirar los comportamientos corporales y su organización en comunidad.
“Son actos culturales que se realizan con y entre otros. Gestos activistas frente a los peligros que nos rodean… (El performance) es rebelde y transgresor. Transmite presencia y no sólo la representa”, considera la especialista de origen canadiense.
Para Taylor, el potencial político del performance no sólo implica su capacidad subversiva para cuestionar al poder, al Estado, también remite a la “polis”, al estar y convivir, porque apela a la participación.
“Uno forma parte de él para dar cuenta de uno mismo: “¿qué hago ahí y cómo afecto lo que pasa ahí?”
Performances que han aumentado su peso simbólico al aludir al pasado, ejemplifica, son los manifestantes opuestos en 1999 a la World Trade Organization, en Seattle, al remitir a la visión del levantamiento zapatista, o “Cuentos patrióticos”, video artístico de Francis Alÿs, donde rememora el desafío de los burócratas al sumarse en 1968 al movimiento estudiantil.
Occupy Wall Street (2011); las protestas en Chile a favor de un nuevo sistema de educación pública (2011) y el Yo Soy 132 en México (2012) fueron acciones performáticas libertarias.
Pero advierte, el performance es inestable y, como toda forma de comunicación, da cabida lo mismo al lenguaje más bello y poético que al intimidatorio, como el del Ku Klux Klan en Estados Unidos o el de la militarizaciones de las ciudades con soldados armados y caras cubiertas con pasamontañas.
La ensayista recupera al performance como conocimiento. Si la academia ha privilegiado la vista, la lectura y la escritura, ella se ocupa del cuerpo, con toda y la dificultad de codificarlo, por su gran capacidad para transmitir afectos, identidad y memoria.
Aunque ella se ha enfocado en el activismo, reconoce que los participantes en las marchas y protestas no necesariamente están conscientes de formar parte de un performance.
“Esa actuación del cuerpo en el espacio público tiene un código, como cuando estás en un aula o entras a misa, y eso lo que me permite enmarcarlo como performance.
“Es una forma de mirar y conocer lo que está pasando a través del poder que tiene el uso del cuerpo”, asegura la coeditora de Negotiating Performance in Latin/o America: Gender Sexuality and Theatricality y The Politics of Motherhood: Activists from Left to Right.