Julio César Mondragón, uno de los normalistas asesinados en Iguala en 2014, murió por un traumatismo cráneo encefálico y fue desollado por la fauna del lugar en donde fue asesinado, concluyó la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).
A una conclusión similar llegó el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). “En cuanto a causa de muerte la conclusión alcanzada por peritos del EAAF es que la muerte se produjo como consecuencia de traumatismo craneoencefálico por instrumento contundente”, indicó el grupo en un comunicado emitido este lunes 11 de julio.
Agregaron que “la herida en el cuello que se difundió ampliamente en medios de comunicación en opinión, del EAAF presenta por un lado huellas de actividad de fauna como señaló la primera autopsia, pero también presenta áreas con sospecha de intervención de instrumento cortante.
“Lamentablemente, a más de un año después de su fallecimiento y enterramiento, y luego de diferentes intervenciones médico forenses realizadas después de su fallecimiento, los restos ya no se encuentran en las mismas condiciones para su examen que en septiembre del 2014 cuando sucedió el homicidio y no nos permite ahondar en mayor detalle en este aspecto”.
[contextly_sidebar id=”KQh5DMwYHe257ltI6sWZJnhlM111rbOh”]Durante la presentación de un informe sobre los hechos de Iguala del 27 de septiembre de 2014, José Larrieta Carasco, titular de la oficina especial de la CNDH para el caso, detalló que Julio César fue víctima de tortura física, “golpeado brutalmente con saña y crueldad” tanto por integrantes del crimen organizado como por servidores públicos, en este caso policías municipales.
Según este nuevo informe, el joven no murió por un disparo en el rostro como dijo el Grupo Interdisciplinario de Expertos Internacionales (GIEI) en su informe.
La CNDH detalló que el normalista fue sometido por más de una persona, provocándole traumatismos en cara, tórax y abdomen. En su muerte participaron al menos 11 personas miembros de Guerreros Unidos y la policía de Iguala, según la Comisión.
Sobre el presunto desollamiento de su rostro, la CNDH determinó que ésta no fue realizada por alguna arma blanca previo a la muerte, sino por fauna del lugar, como perros y roedores, pues no hay indicios de un desprendimiento intencional.
Larrieta Carrasco expuso que el normalista presentaba fractura en 13 de los 14 huesos de la cara, además de diversos traumatismos y presencia de sangre, lo que atrajo a la fauna del lugar. La pérdida del ojo izquierdo también se dio después de la muerte.
Señaló que el cuerpo de Julio César fue abandonado en el lugar en que fue asesinado, un paraje solitario, de poco tránsito de personas y vehículos pero con abundante fauna nociva, maleza y basura.
La Comisión denunció que la exposición de la foto del cadáver del joven fue un acto revictimizante para sus familiares, igual que la versión de que la víctima estaba relacionada con el crimen y por ello fue desollado, lo que dijo la CNDH “no tiene sustento”.
El informe también señala que la PGR tardó tres meses en dar a conocer a los familiares los resultados de las pruebas de ADN para la identificación de Julio César, lo que provocó que su cuerpo permaneciera durante tres meses en el Semefo de la Procuraduría.
La CNDH pidió a la Fiscalía de Guerrero investigar el destino de la vestimenta de Julio César Mondragón al morir, pues no existe constancia de haber sido asegurada. A la PGR se le solicitó que indague nuevamente los actos de tortura a los que fue sometido el joven; mientras que a la Comisión de Victimas que brinde especial atención a la familia del normalista.