Aunque quizás no lo notemos, compartimos nuestras vidas con tres destacadísimos pensadores que tuvieron el ingenio y la voluntad de cuestionar el status quo: los filósofos del siglo XIX Karl Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud.
[contextly_sidebar id=”j4673FkQkLo7cI511ATFwNN4bBaZfQ83″]Sus ideas transformaron las vidas de millones de personas en el siglo XX, y en el XXI siguen teniendo una influencia exponencial.
Desde canciones pop hasta la economía global, pasando por nuestras actitudes frente al sexo, las teorías y los aforismos de estos tres hombres ya fallecidos apuntalan las experiencias cotidianas.
“Lo que no te mata te hace más fuerte“, opinó Nietzsche; “somatizar”, “deseos reprimidos” e “inconsciente” son términos acuñados por Freud, mientras que la condena de Marx de la religión como el “opio del pueblo” sale a relucir para calificar muchas cosas: desde arreglar las flores en una iglesia hasta los ataques del autodenominado grupo Estado Islámico.
Todo parece tan familiar… sin embargo, aquí hay algunas cosas que quizás no sepas acerca de estos tres revolucionarios.
Marx creció en un entorno completamente burgués en la elegante ciudad de Trier, Alemania, y se casó con la hija de un barón quien lo introdujo a William Shakespeare.
Su familia era dueña de viñedos y un pariente llegaría a fundar más tarde el imperio de electrodomésticos Philips.
Pero al igual que Nietzsche y Freud, Marx tuvo una juventud difícil.
Su padre se tuvo que convertir del judaísmo al cristianismo para poder seguir practicando su profesión de abogado y como un escolar, Marx experimentó de primera mano la opresión de Prusia.
Freud creció en empobrecidos alojamientos en la pequeña ciudad de Moravia, actual República Checa, con su compleja familia judía (de niño su amigo del alma era también su sobrino).
Nietzsche tuvo que ver a su padre, un pastor luterano, morir de forma atroz a causa de una enfermedad cerebral.
El primer gran trabajo académico de Marx fue un estudio de los filósofos griegos Demócrito y Epicuro.
Marx y Engels propusieron una teoría teleológica de la humanidad: la historia de la lucha de clases desde el mundo antiguo a lo largo del tiempo, popularizando el término “proletariado”, del latin proletarius.
Nietzsche fue el profesor de Filología más joven de la historia y un acólito del dios griego Dionisio, que para él era el camino para alcanzar la grandeza humana.
Freud concibió el psicoanálisis como arqueólogo-explorador: examinando las ruinas de la mente, excavando en lo profundo para desenterrar evidencia.
Los tres creían en empujar los límites, intelectuales y físicos.
Freud usaba cocaína.
Marx fue miembro del club de chicos malos de clase media, la taberna Trier Club.
Y Nietzsche tuvo una historia de amor con Lou Salomé, quien se convirtió en psicoanalista especializada en el placer anal.
Y años antes, según el informe de la escuela de Nietzsche, había sido suspendido por embriaguez y también por fallar en matemáticas.
La lectura de las cartas publicadas recientemente del primer amor de Freud, Martha, lo revelan como el protopsicoanalista, tratando a su novia con una precisión clínica y animándola a hablar de sus sentimientos.
La vista de Nietzsche era tan mala que hay quienes señalan esta insuficiencia física como una de las razones de que su filosofía tenga la forma de aforismos concisos: filosofía en bocados, que resultó peligrosamente atractiva para el Tercer Reich.
Marx fue afligido -probablemente por unos veinte años- con una enfermedad debilitante de la piel; hay médicos que argumentan que esto podría haber alimentado su sentimiento de “alienación”.
El análisis económico de Marx, aunque no sea del todo correcto, identificó el aún crucial asunto de la alienación de lo que llamó “la esencia de nuestra especie”: el riesgo de convertirse en una tuerca de una vasta máquina capitalista.
Nietzsche profetizó brillantemente una cultura en la que, en ausencia de Dios, buscaríamos la religión de confortabilidad.
Aunque cuestionó las consecuencias desastrosas de enfocarse en la recompensa que recibiremos en la otra vida, también advirtió que sin un propósito divino superior (Nietzsche proclamó que Dios estaba muerto) quedaríamos en libertad de -o condenados a- crear nuestros propios sistemas de valores.
La aceptación de Freud de la normalidad de lo anormal alentó la tolerancia, mientras que su matriz de valoración para identificar nuestros deseos y nuestro afán por satisfacerlos fue la base de la cultura de la publicidad en Estados Unidos.
Millones de personas han muerto en nombre del marxismo, sin embargo, la terrible ironía es que Marx hubiera sido condenado por los gobiernos marxistas más rígidos.
A pesar de su declaración grandilocuente, “el comunismo es el enigma resuelto de la historia”, Marx pensaba que nunca debemos dejar de cuestionar las ideas ortodoxas.
En los cuadernos de Nietzsche, encima del esbozo de ‘Voluntad de poder’, el pensador garabateó una lista de compras -pasta de dientes, bollos, betún para zapatos- evidenciando que se trataba de un trabajo en curso. No obstante, ese texto fue objeto de apropiación indebida como una verdad fundamental del dogma nazi.
Los tres filósofos nos recuerdan del peligro de que las ideas se calcifiquen en ideologías; de que grandes ideas conllevan una gran responsabilidad, y que la palabra escrita, como dijo Platón, ‘es a menudo una huérfana‘ y pueden ser objeto de abuso intencional.
En inglés, la palabra para ‘hombre’ es ‘man’, que viene de la proto-indoeuropea ‘manu’ -mente-. Como especie estamos definidos por nuestro poder de pensar.
Marx, Nietzsche y Freud lanzan un desafío: El futuro del mundo no depende ya de ellos, sino de nosotros; tenemos el deber social de usar el poder de nuestra mente para entender cómo vivir mejor y cuál es la razón de nuestras vidas.