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¿Cómo es Ciudad Juárez sin el maquillaje por la visita del papa Francisco?
¿Cómo es Ciudad Juárez sin el maquillaje por la visita del papa Francisco?
Cuartoscuro
8 minutos de lectura

¿Cómo es Ciudad Juárez sin el maquillaje por la visita del papa Francisco?

17 de febrero, 2016
Por: Mario Gutiérrez Vega (@mariotuitero )
@periodistagonzo 
¿Cómo es Ciudad Juárez sin maquillaje papal? . // Foto: Archivo Cuartoscuro.
¿Cómo es Ciudad Juárez sin maquillaje papal? . // Foto: Archivo Cuartoscuro.

[contextly_sidebar id=”2KD3MkOQc1D0IzeLa7ApyVDGiHt5ydmL”]Esta no es la Ciudad Juárez maquillada, la que espera una visita redentora que por decreto divino cambie la realidad. Es la ciudad de siempre, la de la violencia que marca familias y divide colonias enteras, la de quienes trabajan horas extras en las maquilas para ganar un poco más. Es la ciudad de los que se quedan, no la de quienes la visitan por unas horas.

Es la ciudad de Eduardo, estigmatizado por ser joven (25 años), llevar una arracada en la nariz, tatuajes, vestimenta holgada y gorra de visera recta. Tiene diez años haciendo grafiti, rap y hip-hop para escapar de todo lo que le rodea y apoyar a quienes también encuentran en la música una vía para salir adelante.

Apenas terminó la secundaria. No tenía dinero para seguir estudiando pero el ser considerado un joven problemático le cerró las puertas. La música lo salvó. Hoy compone canciones, produce discos y apoya proyectos a través de un colectivo. No se conforma con eso, desde hace tres años es promotor social en diversas colonias de Ciudad Juárez y utiliza la música y el grafiti para ayudar y tener lo que él nunca recibió. Su nombre artístico es Pok Tres Siete. “Si hubiera tenido más oportunidades, pues hubiera estado perrón. Pero yo aprendí todo por necesidad, nadie me dijo cómo ni qué”.

Eduardo Ramírez es de los que se han quedado en Juárez, al igual que las organizaciones de la sociedad civil que tienen una presencia histórica en el trabajo comunitario. Y aunque la ciudad lo condena por su apariencia, cree que trabajar por su comunidad es la mejor respuesta que puede ofrecer. Desde hace cinco meses, Eduardo enfrenta un reto mayor: en el patio de su casa abrió talleres de música y dibujo para niños y adolescentes. Nunca había trabajado por los habitantes de su colonia, la Pancho Villa.

Eduardo la describe como un “hoyo” que a nadie le importa porque está lejos de los asentamientos pobres del poniente ─que tienen mayor atención de los programas gubernamentales─ y cerca de la colonia Lomas del Rey, formada por viviendas de clase media. Enclavada en parte de un arroyo entre Casas Grandes y el Eje Vial Juan Gabriel, su colonia ve de reojo a la frontera con Estados Unidos.

En la Pancho Villa viven familias que hace décadas emigraron de Zacatecas, Chiapas y Veracruz para buscar un mejor empleo en las fábricas de la ciudad. Es una historia que se repite en todas las colonias. El documento La realidad social de Ciudad Juárez refiere que en la década de los noventa esta zona vivió un repunte demográfico asociado a la importante generación de puestos de trabajo ligados a la industria maquiladora, muchos ocupados por migrantes de todo México.

En el año 2000, según datos del INEGI, uno de cada tres habitantes juarenses había nacido en una entidad distinta a Chihuahua. Aunque en los últimos años se identifica a Veracruz como el más importante expulsor de población hacia Ciudad Juárez, en el año 2000 el 30.8% de esta migración provenía de Durango, 19.6% de Coahuila, 11.6% de Veracruz y 11% de Zacatecas; en conjunto, estas cuatro entidades reunían el 73% de los inmigrantes.

La migración tuvo características especiales. En diversas investigaciones académicas se ha documentado que el arribo de mujeres solas de otros estados del país, sin las redes familiares para apoyar el cuidado de sus hijos, llevó al surgimiento de una generación de menores de edad que crecieron en su casa sin compañía ni espacios educativos y de recreación.

Este abandono, así como la ausencia de políticas sociales provocó múltiples problemas. La Encuesta de Cohesión Social para la Prevención de la Violencia y la Delincuencia 2014 (Ecopred) indica que 35.7% de los jóvenes de Ciudad Juárez dijeron que por lo menos uno de sus amigos había estado involucrado en actos de vandalismo, golpeado a alguien, portado un arma, robado, pertenecido a una banda violenta, arrestado y/o participado en grupos criminales. La percepción del entorno delictivo es uno de los más altos de las 47 ciudades donde se aplicó la encuesta.

Por si fuera poco, la crisis de inseguridad que envolvió a Ciudad Juárez y que la convirtió en la ciudad más violenta del mundo trastocó la vida de sus habitantes. Si la cifra anual de homicidios entre 1991 y 2007 era de entre 200 y 300, la cantidad de muertes violentas llegó a las 2,656 en 2009. En ese año, 26% de los homicidios en todo el país se cometió en Ciudad Juárez.

El legado violento todavía trastoca la vida de los juarenses. La colonia Pancho Villa no es la excepción. La diferencia de orígenes provoca que cada familia tenga costumbres y prácticas distintas, difíciles de conciliar. La colonia está dividida por una cancha de futbol sin porterías, cuenta Eduardo. La convivencia que debería traer el deporte es una utopía.

Hoy, el terreno de juego es una marca que parte el territorio en dos y campo de batalla de pandillas rivales que miden fuerzas a balazos y pedradas. Desde hace años, quienes viven en uno y otro lado de la cancha no pueden cruzar la línea de medio campo. “Si te reconocen”, dice Eduardo, “seguro que estarás en problemas”.

De un lado del campo de futbol está el kínder y la primaria, del otro lado la secundaria. Hay familias que por no entrar al territorio enemigo prefieren ir un centro escolar más alejado de su vivienda o que sus hijos mejor permanezcan en casa. Cuando pocas familias llenaron correctamente los formatos de inscripción para sus talleres, Eduardo comenzó a preguntar y supo que en la colonia Pancho Villa la mayoría de los adolescentes abandonan los estudios y repiten la historia de sus padres que no terminaron la educación básica.

Las diferencias entre los vecinos están también al interior de las familias. Eduardo lo escucha todos los días. Con tablas de madera que sirven de paredes, las conversaciones a gritos se cuelan en su casa. Sus vecinos pelean a la menor provocación. Brisa, su vecina de 15 años, lava los platos de la familia entre insultos de su hermano, que se ufana de nunca haber recogido un plato de la mesa. No es un asunto aislado. La Ecopred 2014 revela que 32% de los jóvenes de Ciudad Juárez de 12 a 29 años identifican peleas o situaciones de conflicto en su hogar.

En ese entorno inició sus talleres de pintura y música. Eduardo adaptó su casa de dos cuartos y un patio para recibir a los asistentes. En el patio colocó una carpa y acondicionó el área para que puedan trabajar sin distracciones. Su sueño es que al final de los talleres pueda montar una galería con los dibujos de los niños y grabar un disco recopilatorio con un poemario elaborado con frases de los pequeños. Él lo grabaría y produciría, los niños harían las letras y las cantarían.

En los talleres se encontró con niños tímidos, poco sociables, desconfiados. En esta colonia, dice Eduardo, nunca han existido apoyos comunitarios, ni ayudas. No están acostumbrados a que nadie les dé nada. Por eso, quienes viven aquí están sorprendidos que un joven como Eduardo ofrezca talleres gratuitos en el patio de su casa.

Apoyado por la Organización Popular Independiente (OPI), ha logrado captar en sus talleres hasta 25 asistentes con edades de cinco a 23 años. Aunque todo está destinado a niños y adolescentes, no puede rechazar a quienes con mayor edad se integran a las actividades.

Eduardo –divorciado y padre de una pequeña de tres años─ observa que en el patio de su casa se reproducen las conductas familiares y vecinales. En los talleres debe estar lidiando con peleas y controlando los insultos entre los menores. Aprende a llevar las situaciones complicadas. Tiene detectado que tres niños –de 15, 14 y 13 años de edad─ son adictos a las pastillas, los inhalantes y la mariguana; uno de ellos es Tito, que fuma la mariguana que sus papás le ofrecen.

En Ciudad Juárez, revela la Ecopred 2014, 22% de los jóvenes de 12 a 29 años dijeron tener amigos que ofrecen, venden o consumen drogas ilegales. La misma encuesta detalla que 8% de quienes contestaron las ha consumido por lo menos una vez.

Y eso que hoy a sus talleres sólo asisten niños y adolescentes que viven en el lado de la cancha donde se encuentra su casa. “No he podido ganar la confianza de la gente del otro lado, no quieren enviar a sus hijos por miedo a que les hagan algo acá”, asegura.

En estos meses ha comprendido que su esfuerzo también requiere de paciencia e inteligencia para encontrar gustos e intereses que puedan unir a los niños. Por ejemplo, en la colonia Pancho Villa todos los niños quieren ser “galleros”. Los vecinos siempre han criado gallos, explica Eduardo, pero desde la apertura de un palenque en un viejo depósito de autos, estas aves son el centro de la vida comunitaria.

Eduardo ha identificado en los gallos un tema común y de interés para los menores. “Cada viernes pelean gallos y los gallos que están heridos o moribundos, los dueños los tiran en un contenedor. Muchos de los niños van y los recogen, los curan y ya tienen gallos de pelea”.

Los gallos pueden ayudar, pero sigue buscando despertar el interés de los pequeños y ganar la confianza de los padres de familia para que dejen a sus hijos acudir a los talleres. No se ha encerrado en el patio de su casa. Para que los vecinos vean su trabajo sale a los alrededores a poner cal a los árboles. “Eso lo ha visto la gente y se acercan nuevos participantes”.

No se conforma con lo logrado. Su ilusión es acabar con la división en la colonia y que el campo de campo de futbol deje de ser un ring y vuelva a convertirse en una cancha deportiva donde todos puedan jugar sin problemas. “Me pongo a pensar ¿dónde va a salir a jugar mi hija? ¿Va a crecer como todos los niños de aquí?”

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