Texto originalmente publicado en El Daily Post:
[contextly_sidebar id=”IGYpiVTCT27ImVcBgjIvFqlFAoZPSh2G”]La bruma gris de la mañana sube al valle de Ahuisculco, trayendo el nuevo día al campamento, a la orilla de la carretera, en el que diez robustos aldeanos han pasado la noche alrededor del fuego, bebiendo café y compartiendo historias para protegerse del frío y del agotamiento. Uno por uno, los refuerzos comienzan a llegar desde el pueblo cercano con chicharrones, chismes y buen ánimo.
Es otro día en el plantón, en el campamento que bloquea el camino a las excavadoras. Cientos de pobladores de esta localidad de 5 mil habitantes han estado aquí por más de un mes para proteger sus fuentes de agua de las excavaciones de una corporación misteriosa que aún no han podido identificar. Aquí, en la entrada a la zona de construcción que amenaza sus manantiales, han bloqueado la construcción con sus propios cuerpos, y construyeron un campamento temporal con cocina completa, baños portátiles, sistema de sonido y ahora una capilla dentro de una tienda de campaña al aire libre con su amada “Chaparrita”, la milagrosa Virgen de la Ascensión.
Aquí más de 700 personas se reunieron para apoyar a los habitantes del pueblo, y los simpatizantes han creado una página en Facebook que se llama Ahuisculco Se Defiende. Cientos más llegaron en procesión desde la plaza central la noche del 11 de diciembre para celebrar el Día de la Virgen, y ahora un núcleo sólidamente arraigado de aldeanos se está preparando para celebrar la Navidad y el Año Nuevo aquí, también, si es necesario – todo para evitar que una empresa contamine sus borbotones de agua.
Ahuisculco, escondido en un valle verde entre dos grandes bosques al suroeste de Guadalajara, es uno de los pocos lugares en México donde los residentes pueden abrir sus grifos y beber agua fresca y limpia. De hecho, puede ser el único lugar donde esa agua llega hasta las cocinas, desde las montañas, por la mera fuerza de la gravedad. Esas raras aguas azules de manantiales cristalinos son un tesoro, y ellos lo saben.
De hecho, este valle ha sido defendido ferozmente desde tiempos precolombinos por los guerreros Tecuexe que dieron a esta región su nombre: Ahuisculco, lugar del río serpenteante. Es también un lugar donde, pese a estar en una región que ha llegado a ser conocida por sus ríos y lagos contaminados y disecados, un río corre libremente y limpio todo el año. Esta estrecha franja de tierra es también llamada el “Paso del Jagua”, un corredor de vida silvestre que conecta el Bosque de la Primavera con la Sierra de Ahuisculco. Aquí, pumas, jaguares, venados de cola blanca y otros grandes mamíferos se mueven como en casa.
En septiembre una empresa trajo retroexcavadoras y las ubicó en un campo de caña de azúcar justo arriba de los manantiales, en pleno centro del corredor de vida silvestre, y comenzó a cavar y a cavar. Los residentes se preocuparon; uno no tiene que cavar muy profundo aquí para llegar a las fuentes de agua y, como saben todos en este lugar, debajo de la tierra toda el agua está conectada.
“Empezamos preguntar por los trabajos que realizaban y nos dijeron que iban a poner una una instalación para el almacenamiento industrial de melaza”, dijo Ignacio Partida, líder del gobierno ejidal local, quien ha tomado la iniciativa en el movimiento de defensa, trabajando incansablemente para entrevistarse con funcionarios gubernamentales, líderes universitarios, organizaciones no lucrativas, y quien sea que quiera escuchar.
Cuando los miembros de la comunidad oyeron la palabra “melaza”, las alarmas se encendieron. Siendo esta una importante región productora de azúcar, la melaza se produce en grandes cantidades. Hace tres años, un derrame de melaza industrial en las aguas de Ahuisculco provocó la muerte masiva de peces en el Lago de Valencia, un desastre que prácticamente acabó con la economía de Valencia hasta que, finalmente, este verano, la vida del lago y de la ciudad comenzó a recuperarse.
“Fuimos a hablar con los funcionarios del gobierno municipal para ver lo que estaba pasando, y nos dijeron que no nos preocupáramos”, dijo Partida. “Dijeron que sólo iba a haber algunos contenedores, no un problema”.
Pero la excavación continuó, y los aldeanos comenzaron a preocuparse aún más. Los lugareños pidieron ver el permiso para la obra, pero nadie tenía ninguno. Insistieron y, finalmente, el 13 de octubre, la construcción fue detenida por la falta del permiso. Unos días más tarde, sin embargo, el gobierno municipal concedió la autorización y los trabajos reiniciaron. Han considerado entablar una demanda, según el abogado local Ernesto Delgado, pero no han sido capaces de averiguar a quién demandar.
Una mañana, después de una lluvia torrencial, las aguas cristalinas se transformaron en una corriente café oscuro y los ciudadanos decidieron que habían tenido suficiente. Instalaron un campamento el 6 de noviembre bloqueando la entrada a la construcción.
“Si no dejamos a los franceses tomar control de nuestra agua, ¿cómo es que estos necios piensan que los vamos a dejar entrar ¿y destruir todo?”, dijo Luz Elena López, una de las dos mujeres que se ha hecho cargo de la cocina desde que comenzó el campamento. Ella me sirvió café y un plato abundante de frijoles con chicharrón; durante el desayuno le pedí al grupo reunido que me contara un poco sobre la historia de este pueblo. Me contaron de los distintos momentos en que sus antepasados tuvieron que resistir y proteger sus recursos naturales. Como ellos lo ven, ahora no están haciendo otra cosa que siguiendo la tradición local.
Si quieres lee el resto de la historia ve a El Daily Post (en inglés).