Unos enormes muros de piedra fueron en su día la última línea de defensa de las ciudades antiguas, unas estructuras impenetrables diseñadas para proteger a sus habitantes de los enemigos en el exterior.
Con los años muchas murallas fueron cayendo.
Pero las que siguen en pie protegen aún el estilo de vida de los que habitan en el interior.
Así, estas barreras de piedra además de ofrecerles una mirada diaria a la historia, también influyen en varios aspectos del día a día, desde el tráfico al turismo.
Hablamos con los habitantes de algunas de las más conocidas y mejor conservadas ciudades amuralladas, todas ellas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Les preguntamos cómo es vivir rodeados de tan imponentes piezas de historia.
Y esto fue lo que contestaron.
Dubrovnik, Croacia
Apreciada por su ubicación en la costa y su fácil acceso, la ciudad mediterránea de Dubrovnik ha ganado aún más fama en años recientes al ser el escenario deKings Landing o Desembarco del Rey, en la serie Game of Thrones.
Las murallas de unos dos kilómetros que envuelven la ciudad antigua datan del siglo XVI y sus calles reservadas a los peatones ayudaron a preservar el ambiente histórico de la ciudad.
Pero la última oleada de turistas, inspirada por el tirón de la serie, ha provocado varios cambios en la ciudad antigua.
Así lo cuenta, al menos, Maja Milovcic, nacida y residente en Dubrovnik.
Como ella, muchos de los vecinos del centro histórico se mudaron a otras zonas y ahora alquilan sus apartamentos a los visitantes.
Aunque los que decidieron quedarse tratan de preservar esa forma de vida tan única que permiten las murallas.
“Los niños que crecen en la ciudad antigua respetan la historia y los monumentos“, dice.
“La ciudad les enseña lo que la belleza y la armonía de la arquitectura significa para el futuro de esta ciudad y para las nuevas generaciones”.
Los muros también parecen fomentar un sentido de comunidad.
“Muchas parejas jóvenes con niños vuelven porque vivir aquí es mucho más seguro y amable, y es más fácil proteger a tus hijos de cualquier peligro posible”, añade.
“Cuando era niña la ciudad entera era un enorme patio de juegos”.
Jerusalén
Las murallas que rodean hoy la ciudad antigua de Jerusalén fueron construidas en 1500, pero el asentamiento estuvo protegido por muros de piedra desde tiempos bíblicos.
“Las piedras viejas de los edificios, los nombres de las calles y los vecinos que son descendientes de seis, siete, hasta ocho generaciones anteriores hacen sentir que la ciudad es antigua”, explica Liz Cohen, autora del blog Lizrael Update, donde cuenta sus experiencias como extranjera.
Muchos puedan pensar que Jerusalén tiene un ambiente politíco o intenso, pero Cohen asegura que vivir en la ciudad cambia esa perspectiva.
“Cuando vives aquí sientes que todo va a estar bien”, dice.
“Nosotros (quienes viven de murallas para adentro) somos muy distintos (…). Muy a menudo nos ayudamos unos a los otros a bajar del autobús, en el mercado, en la calle“.
En Jerusalén, tanto en la ciudad antigua como más allá de sus muros, los barrios se dividen por religiones o nacionalidades, aunque algunos son más mixtos que otros.
Aquellos que hablan inglés o francés suelen preferir la moderna Colonia Alemana, la tranquila Katamon o Rechavia, situadas a unos pocos kilómetros al oeste de la ciudad antigua.
Nachloat, ubicada a 4 kilómetros al noroeste de la ciudad antigua, es particularmente popular entre los estudiantes.
Ávila, España
La muralla de Ávila fue construida en el siglo XII para proteger a sus habitantes del conflicto entre los reinos de Castilla y de Aragón.
Y cerca de 1.000 años después sigue rodeando por completo la perfectamente conservada ciudad, salpicada de iglesias románicas y góticas.
“Sientes como si estuvieras viviendo en un cuento medieval“, dice Carolina Ares, nativa de Ávila.
“Es mágico”.
Además, la ciudad es amable y tranquila.
Los vecinos tienen cierta edad, por lo que, aunque celebran una gran cantidad de eventos culturales, la actividad decae de noche.
Así que quienes prefieran un ambiente más vivo, deben buscarlo al sur de la muralla.
“Los jóvenes suelen mudarse al sur, porque la ciudad está creciendo en esa dirección”, explica Jorge García, también nativo de Ávila.
“Allí hay más servicios que en el centro”, añade.
Cartagena de Indias, Colombia
Al otro lado del mundo y cientos de años después, España se dispuso a construir otros muros.
El puerto caribeño de Cartagena resultó ser un puesto de avanzada importante.
Tanto los ingleses como los franceses atacaron la ciudad, y España invirtió millones de reales para protegerla de la plaga de piratas en el siglo XVIII.
Así erigió los muros y fuertes que aun hoy siguen en pie.
Vivir en la ciudad antigua es como estar “en un set de filmación pero en la vida real”, dice Silvia Tcherassi, diseñadora de moda y propietaria del hotel que lleva su apellido, una mansión colonial ubicada dentro de las murallas.
Este tipo de edificios, junto con las animadas plazas y los acogedores cafés y restaurantes, proveen de un telón de fondo vivo a sus vecinos.
Además, Tcherassi añade que Cartagena es una verdadera ciudad caribeña.
“La ciudad antigua captura ese espíritu de forma perfecta: feliz, amistoso, vívido y dramático”, dice.
Quienes quieran vivir de cerca ese ambiente deben buscar vivienda en los alrededores de las plazas, donde los vendedores de fruta ponen sus puestos y los vecinos se reúnen para charlar.
A menos de un kilómetro al sur de la ciudad amurallada, Getsemaní atrae a los más hipster, con su arte callejero y sus modernos hoteles y restaurantes.
Carcassonne, Francia
Si se vive en la ciudadela amurallada de Carcassonne es inevitable convertirse en un aficionado a la historia.
“Te hace pensar en cómo vivirían aquí hace cientos de años y en la destreza de los artesanos que trabajaron en la construcción del castillo, las casas y los muros de La Cité, que soportaron el paso del tiempo”, dice Jacqui Boulter, una australiana que se mudó a la ciudad en 2013 y dirige el hostal L’Echappee Belle.
Dentro de la propia ciudadela hay menos de 50 hogares de residentes permanentes, una cifra muy pequeña en comparación con los cuatro millones de turistas que la visitan cada año.
“Muchos visitantes no son conscientes que aquí vive gente”, señala Boulter.
“Suelen pensar que es una mera atracción turística”.
En los últimos años se volvió cada vez más difícil vivir en la ciudad amurallada, ya que cerraron el banco y la oficina de correos.
Además, acceder a la ciudad en coche, una opción exclusiva para los residentes y los repartidores, se vuelve casi imposible en verano, con las calles abarrotadas de turistas.
Por ello, los vecinos de la ciudadela se apoyan unos a otros y respiran tranquilos en invierno.
Muchos recién llegados deciden vivir en Bastide St Louis, la parte más nueva de Carcassonne, a kilómetro y medio al oeste de la ciudad medieval.
Y aunque pocos turistas lleguen hasta allí, el barrio cuenta con sus museos y cafeterías interesantes.
Pero nada como vivir dentro de las murallas, protegido y rodeado de historia.