[contextly_sidebar id=”04uCxwsiUFimnM4KSc4Il4errsB5ZWdQ”]La violencia que se vive en las calles se ha trasladado a las escuelas, sin que alguna política pública haya sido capaz de frenarla. Sin embargo, hay acciones efectivas que han conseguido disminuir la violencia en los entornos escolares generando redes de apoyo entre los padres de familia, estudiantes y maestros.
Uno de ellos es la investigación desarrollada por un equipo de expertos de la Universidad Veracruzana, expuesta en el libro “Violencia en la Escuela. De las violencias sufridas a las violencias cometidas”, que recoge experiencias en escuelas de Chile, Rumania y Francia para hacer frente a los casos de violencia.
El único caso de México incluido en la publicación fue el desarrollado por María José García, investigadora de la Universidad Veracruzana y asesora en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura UNESCO.
Se trata de una capacitación hacia instructores y capacitadores del Consejo Nacional de Fomento Educativo, que atiende sobre todo regiones rurales del país, donde un equipo de psicólogos realizó talleres de “sensibilización” que tuvo efectos en toda la comunidad.
De acuerdo con la investigadora, se debe dar las herramientas necesarias a los profesores, quienes al reflexionar sobre su práctica docente pueden descubrir los caminos para solucionar los conflictos y mejorar la convivencia escolar. “Descubrieron que el éxito es con el diálogo”. A pesar de ser comunidades donde, por ejemplo, la violencia de género es vista como algo cotidiano, los jóvenes instructores lograron cambiar algunos hábitos, como incluir a los niños en las labores de limpieza del salón, aún cuando las madres reclamaban que eso solo le correspondía a las niñas.
Desde 2006, la investigadora ha seguido el tema de la violencia en las escuelas y ha corroborado que va en aumento y se presenta cada vez en edades más tempranas con maestros “en la desesperanza” y padres de familia ausentes, lo que deja más vulnerables a los jóvenes.
Esto quedó en evidencia en la Encuesta Internacional sobre Enseñanza y Aprendizaje (TALIS, por sus siglas en inglés), de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), donde México presenta niveles por encima del promedio de entre 34 naciones. Aquí, los profesores señalaron que al menos una vez a la semana se presentan situaciones o actos vinculados con la violencia, como intimidación física o verbal, lesiones físicas y hasta actos de vandalismo dentro de las aulas.
Además, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) reporta que de 2011 a 2013, el porcentaje de estudiantes que dijo sufrir algún tipo de violencia pasó de 30 por ciento a 40 por ciento.
La investigadora de la Facultad de Psicología de la Universidad Veracruzana advierte que la respuesta está en el “diálogo cotidiano y no en las medidas policíacas de vigilancia y control”, como la estrategia de “Escuela segura” emprendida en el sexenio pasado.
Aunque esta administración reconoció que revisar las mochilas es una estrategia ineficaz, tampoco ha emprendido una estrategia idónea para afrontar la problemática. Incluso, derivado de la investigación de los últimos 13 años, María José García y su equipo desarrollaron una metodología de intervención en las escuelas además de materiales de apoyo para los profesores y padres, mismos que mostró aunque se acercó a la Secretaría de Educación de Veracruz para llevarlo a otras escuelas, la propuesta fue rechazada por “falta de presupuesto”.
Actualmente María José García desarrolla la investigación “Construyendo comunidad libre de violencia” en una secundaria de Jalapa, Veracruz con más de 400 alumnos. Un centro escolar estigmatizado por su bajo desempeño escolar y altos grados de violencia, pero que después de la intervención ha conseguido ganar concursos de aprovechamiento y los estudiantes recuperaron el “orgullo” de pertenecer a esa comunidad.
Ahí, por ejemplo, se encontró que un estudiante, supuestamente vinculado con un grupo del crimen organizado, amenazaba y controlaba a sus compañeros. Portaba cadenas de oro, ejercía un poder sobre los otros como ocurre en la calle y los profesores le temían y no hacían nada por detenerlo.
El equipo de investigación inició las intervenciones en las escuelas con talleres durante los fines de semana, primero hacia los jóvenes, luego los padres de familia y docentes. Lo primero fue reconocer el problema de violencia, encontrar las causas y fomentar la participación.
La violencia, dice la investigadora, es un fenómeno más complejo que el conocido como bullying, pues no solo ocurre entre estudiantes, sino también entre los maestros y padres de familia que ejercen el poder “con la intención de dominio”, aunado a la violencia por delitos comunes y los que ocurren en zonas dominadas por el crimen organizado.
Limitar el problema al bullying es más fácil. “La negación es como lavarse las manos, no responsabilizarse, pero la responsabilidad de los menores es de los adultos y estos tienen que recuperar su papel de formadores”.
Con los talleres consiguieron que los padres se involucraran más con sus hijos y estos se sintieran más confiados de que podrían acudir a ellos en caso de algún problema o a negarse a ser partícipes por omisión en los casos de abuso. “La persona es más vulnerable en la medida que tiene menos redes de apoyo (amigos, padres, maestros) y si los padres tienen más redes también los hacen más fuertes y no corren a la primera ante un estudiante rebelde”.