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[contextly_sidebar id=”SQPOIGZHSRwbC0xkRiWMg5C8gXrTbhfs”]Sobrevolados por helicópteros de la Policía Federal y la Marina, este jueves 11 de diciembre, los familiares, amigos, compañeros de aulas y canchas, así como vecinos de Alexander Mora Venancio –el único de los 43 normalistas desaparecidos por la policía de Iguala cuya muerte ha logrado confirmar la autoridad– marcharon por las calles de Tecoanapa, municipio del que el joven era originario, hasta llegar a la plaza central del poblado e izar en su memoria una bandera negra.
Al frente de los cientos de personas que participaron en la procesión, con tambores y clarines marcharon los Halcones Dorados, marchó la banda de guerra de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, en la que Alexander tenía dos meses de haber ingresado cuando –el pasado 26 de septiembre– fue emboscado junto con sus compañeros por la policía municipal de Iguala, por órdenes del exalcalde José Luis Abarca. a sus compañeros por la policía de Iguala.
Y con sus casacas rosa mexicano, marchó el equipo de futbol Juventus de El Pericón, del que Alexander era delantero; con el uniforme escolar marcharon los alumnos de la preparatoria de Tecoanapa, y también los alumnos de la facultad de Desarrollo Rural, de la Universidad Autónoma de Guerrero, carrera que Alexander cursó durante un año, hasta que optó por formarse como docente en Ayotzinapa. Y marcharon los profesores de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero (CETEG), que llegaron hasta Tecoanapa en una decena de autobuses, y marcharon los alumnos de la Normal, cobijando todos a la familia del joven de 19 años, de quien las autoridades sólo rescataron dos fragmentos de hueso del Río San Juan, en Cocula, en donde, según la versión oficial, fueron arrojados los restos de los 43 normalistas, luego de ser asesinados y calcinados.
Entre ellos marchó Hugo, hermano de Alexander, quien luego de ver ondear la bandera negra en la plaza de Tecoanapa, tomó la palabra ante los cientos de manifestantes que se reunieron en la plaza municipal, pero no para hablarles a ellos, al menos no directamente, sino a su hermano menor.
“Me enteré de tu muerte a través de las propias palabras de mi padre –le dijo Hugo–, sin alarmarnos, nos quedamos removidos con una fuerte sacudida en el corazón”.
Hugo lee las palabras que ha preparado con voz entrecortada, mientras la plaza guarda absoluto silencio.
“Te restaron en dos fragmentos de toda tu existencia –dice Hugo–, así resumieron tu sueño, tu anhelo de ser nuestro orgullo: Maestro Rural egresado de la Normal Rural de Ayotzinapa, Guerrero…”
Y luego habla con furia: “No cabe en mí esta profunda impotencia, esta injusticia, que avala y complace este maldito gobierno, que todavía se ensaña y nos dice en forma de burla que tenemos que superar Ayotzinapa, como si tú, hermano, valieras poco… Señor Enrique Peña Nieto, quiero que me digas de frente, a mí, sin agacharte, que olvide a mi hermano, que supere este dolor, como si nada… quiero ver si tiene el valor para que le diga a mi padre que olvide a su hijo”.
Esta manifestación, recuerda Hugo, llevó el nombre de “Alexander, tu lucha no fue en vano”, y esto es así, debido a que “la lucha que tú hiciste la dejas sembrada en todos los que estamos aquí presentes, en tus amigos, en tus compañeros de aula, en tus maestros que calificaron tus ideales, en aquellos que te amaron como a un hijo, en tu equipo de futbol, y en los que no te conocieron y ahora saben de ti… Alexander Mora Venancio te marchaste si aviso, tu muerte no ha sido en vano… ya estás con mamá…”
Epílogo: “Bienvenidos”
A 10 minutos de la cabecera municipal de Tecoanapa, por carretera, se llega a la localidad de El Pericón, cuyos habitantes se reúnen, también este jueves, en torno a una humilde casa de adobes y techo de lámina. Se trata de la casa de Alexander, cuyo retrato, con una mano en el corazón, recibe desde una manta a los que llegan. “Bienvenidos a mi hogar”, dice la manta.
Ahí, don Ezequiel, su padre, recibe las condolencias de todos los que ha conocido, antes y después del 26 de septiembre.
Don Ezequiel, grande ya, con los ojos hinchados, de quien Hugo, al hablarle a su hermano en la plaza, le mencionó: “Mi padre se quedó con tu primer recuerdo: cuando eras un recién nacido y apretaste con tu pequeño puño, por primera vez, el dedo de nuestro padre… eso, Alexander, lo tiene atrapado por siempre”.