[contextly_sidebar id=”58a9e6353aa67bda6401c01b7b0f0fde”]Las mayores reservas de agua del planeta no están en los océanos o en los casquetes polares, sino bajo la superficie terrestre, hasta tres veces la cantidad de líquido que hay en la superficie.
El único problema es que no es potable. Es más, ni siquiera se puede explotar.
Un grupo de investigadores estadounidenses calcula que puede haber hasta tres veces el volumen de agua de los mares en las capas a una profundidad de entre 410 y 660 kilómetros, según un estudio publicado en la revistaScience.
La particularidad es que no se trata de agua en estado líquido o sólido o vapor, sus presentaciones familiares, sino en estructuras moleculares de formaciones rocosas que, según los estudiosos, tienen una gran capacidad de absorber agua.
“Esto altera nuestra concepción sobre la composición de la Tierra”, le dijo a la agencia Reuters, Steve Jacobsen, geofísico de la Universidad Northwestern.
Recurso inútil
Al parecer, la presión que ejercen las centenas de kilómetros de franjas rocosas y las intensas temperaturas de esas zonas subterráneas, por encima de los 1.000°C, fractura el líquido en sus componentes, lo que la hace inaccesible y, de hecho, un recurso inútil, ya que no se puede aprovechar con las tecnologías actuales.
Jacobsen explicó que el agua se filtra en minerales de los mantos durante el proceso tectónico, el lento movimiento de las rocas que conforman la superficie terrestre.
Al llegar a cierta profundidad, los minerales que han absorbido el agua empiezan a sufrir un proceso de fragmentación conocido como deshidratación y suelta el agua para formar magmas.
Ese “derretimiento por deshidratación” es común en los mantos superficiales y es la materia que forma el magma de muchos volcanes.
De acuerdo con la investigación publicada en la revista Science, existe evidencia de que este proceso también ocurre a mayores profundidades en la región llamada “zona de transición” entre el manto superior e inferior de la Tierra.
El estudio se hizo con una combinación de experimentos de laboratorio de materiales sintéticos expuestos a condiciones que simulaban la temperatura y la presión de la zona de transición, junto con información sísmica de una red de más de 2.000 sensores distribuidos a lo largo de Estados Unidos.