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Crimen organizado, a la caza de técnicos en telefonía celular
Crimen organizado, a la caza de técnicos en telefonía celular
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Crimen organizado, a la caza de técnicos en telefonía celular

10 de marzo, 2014
Por: Paris Martínez (@paris_martinez)
@WikiRamos 
Foto: Cuartoscuro.
Foto: Cuartoscuro.

[contextly_sidebar id=”3f09179193f78a50c850240af9f51dea”]”Me gusta correr –confiesa R.– Para mí, correr es como una terapia, mientras corro voy meditando, voy pensando lo que hice bien en los días anteriores, lo que hice mal, me voy diciendo mis verdades… tengo para correr un short negro, de lycra… y fue ese short negro lo que me pusieron en la cabeza, para amordazarme y que no viera nada…”

R. tiene 30 años, un título como ingeniero y un trabajo que, asegura, es reconocido en el medio de las telecomunicaciones como de “alto riesgo”: él es un tethering drive tester, es decir, un técnico que mide la señal de empresas de telefonía móvil, en distintas ciudades del país.

Su labor es “discreta”, explica. Va recorriendo centros urbanos asignados de antemano, en un auto particular, que conduce un chofer, mientras que él va recogiendo, con un equipo de cómputo, datos sobre la calidad de la señal telefónica, de mensajería e internet, en puntos y horas específicas. El auto no lleva insignias ni antenas, aunque en el maletero porta dos valijas llenas de equipo especializado de radiocomunicaciones.

Es aparatoso, reconoce R., pero se trata de equipo que no sirve más que para recabar datos sobre potencia de la señal telefónica y, luego, para enlazarse con una central que recupera esa información y la analiza.

Pero todo esto, afirma R., es algo difícil de explicar a los sicarios del Cártel del Golfo, una vez que te han cerrado el paso a media carretera y te apuntan con sus ametralladoras. Para ellos, este joven ingeniero es, simplemente, un halcón. Un espía al servicio de los cárteles rivales, un candidato a la sala de tortura, a la decapitación o a la calcinación con diessel.

“Si te la llevas tranquila –me dijeron–, tal vez esto sea rápido…”

Estados conflictivos

Los asaltos, las extorsiones, los secuestros y las desapariciones “son algo común” en este oficio, afirma R.

La entrevista, de hecho, se realiza un mes y medio después de que, a finales del año 2013, él mismo sobreviviera a un secuestro a manos del crimen organizado.

“Este es un medio pequeño –explica–, y todos saben que el trabajo conlleva un peligro: Nextel, Telcel, Iusacell, Movistar, Huawei, la que quieras, todas las empresas tienen casos de técnicos extorsionados, secuestrados, golpeados, asaltados, desaparecidos.”

–Y si tú y tus compañeros saben que se trata de una labor de alto riesgo, ¿por qué la realizan? ¿Se han acostumbrado a ese riesgo?

–No –responde R.–, no es algo a lo que te puedas acostumbrar. Es por necesidad. Yo llegué a esta labor luego de un año de buscar trabajo como ingeniero, sin encontrarlo, y otros compañeros tienen hijos, familia que mantener, y este trabajo ofrece condiciones favorables: cuando sales de recorrido, vas con viáticos, y durante periodos largos prácticamente no tocas tu sueldo, además de que existen bonos por recorrer plazas conflictivas. Todas las empresas dan bonos a quienes van comisionados a estados peligrosos.

–¿Qué estados son considerados riesgosos, por la industria de las telecomunicaciones?

–Por la situación de inseguridad y de crimen organizado que hay, todos los estados de la frontera norte: Baja California, Chihuahua, Sonora, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, pero también otros, como Durango, Zacatecas, Aguascalientes, Sinaloa, San Luis Potosí, Michoacán y Veracruz.

Ocho meses

–¿Cuántos casos conoces de técnicos de telecomunicaciones que hayan sufrido ataques? –se pregunta a R., en su hogar, en un lugar de la república que, por seguridad, es mejor no citar.

–Yo llevo poco más de un año en este trabajo, y de ese tiempo, ocho meses los pasé en un proyecto de monitoreo por distintas ciudades del país, fue un proyecto que duró prácticamente todo el año 2013, y que contó con distintos equipos de trabajo (conformados por un teathering y un chofer), para cubrir toda la república. El primer caso de una agresión del que tuve conocimiento fue tan pronto como empezó el proyecto, en el segundo trimestre del año, cuando el compañero que recorría Laredo (Tamaulipas) fue secuestrado en su mismo cuarto de hotel, junto con su chofer, por un grupo de sujetos armados que entraron presentándose como policías. Los sacaron en una camioneta y se los llevaron a un lugar donde los golpearon muy feo, los interrogaron acusándolos de ser halcones, les preguntaban por qué estaban vigilando y dando información, total que acabaron destruyendo todo el equipo, y luego los dejaron ir, pero les advirtieron que no querían volver a ver a nadie de la empresa en esa ciudad… ellos se fueron, pero la empresa mandó a otro compañero a terminar el monitoreo. Es decir que para la empresa era más importante terminar el trabajo en esa plaza, que la seguridad de los técnicos.

El segundo ataque, narra R., vino en el tercer trimestre de 2013, cuatro meses después del primer ataque, cuando en Mazatlán, Sinaloa, el técnico y el chofer que se disponían a ingresar a la ciudad para realizar el monitoreo fueron extorsionados por policías municipales, “los agarran en un retén, les piden sus datos, registran el equipo, y luego los agentes les piden seguirlos hasta un lugar solitario en la carretera, donde les dicen: ‘el carro se va al corralón y ustedes quedan detenidos’, así los esposaron y los metieron a la patrulla. Cuando mi compañero les dijo que no eran delincuentes, el policía le respondió ‘sí, pero aquí se hace lo que yo digo, ¿o quieres que te ponga el dedo?’ Al final les sacaron mil 500 pesos, que era todo el efectivo que llevaban consigo, y los dejaron ir, aunque ya no entraron a Mazatlán, los compañeros prefirieron brincarse esa ciudad… y nuevamente, otro equipo los suplantó.”

El tercer ataque vino en el segundo trimestre del año y fue contra el mismo técnico que fue secuestrado al arrancar el proyecto. “Este chavo estaba en Nuevo León y lo volvieron a agarrar, y otra vez lo golpean y le vuelven a decir que es un halcón. Se lo llevan al hotel junto con su chofer y se comunican con la empresa, para pedir dinero a cambio de su vida. En ese momento les depositaron una cantidad en una tarjeta de los mismos compañeros secuestrados, y los mantuvieron retenidos toda la noche en su cuarto de hotel, hasta el día siguiente, que los delincuentes pudieron retirar ese dinero. Luego de eso los dejaron libres, con la garantía de que podrían concluir el monitoreo.

–¿Tus compañeros se fueron del estado?

–No… se quedaron y terminaron el monitoreo. Y uno entiende: este compañero tiene esposa y varios hijos.

Zacatecas…

Poco tiempo después de que en Fresnillo, Zacatecas, amanecieran colgados los cuerpos de dos mujeres en un puente, en una acción reivindicada por el Cártel del Golfo, R. ingresó al estado, con la encomienda de monitorear la señal de telefonía móvil en la capital. El año 2013 estaba por concluir.

Junto con su chofer, el técnico se instaló en el mismo hotel que había usado en dos recorridos anteriores que había hecho antes por esta ciudad –como parte del mismo proyecto de monitoreo–, y fue ya en su habitación que “como a las 12 de la noche suena el teléfono y el recepcionista del hotel me dice que tengo una llamada. Yo pensé que eran de la empresa, verificando que estuviera yo hospedado ahí, entonces acepto la llamada y me habla un tipo que dice ser el gerente del hotel, que supuestamente estaba con un comandante de la Policía de Zacatecas, y que estaban corroborando datos de los huéspedes. Luego me pasa al supuesto comandante y, ya con groserías, me dice ‘mira cabrón, yo sé quién eres y de dónde vienes, tú eres el ingeniero R.’, y entonces yo me quedé perplejo, sin saber qué hacer.”

El sujeto al habla le repitió a R. las placas y características de su auto, el número de su teléfono celular, el nombre de la empresa para la que trabaja y el día que ingresó al estado, luego le ordenó salir del hotel “y no empieces con chingaderas –le advirtió–, porque yo estoy aquí afuera y como hagas una mamada o te asomes al balcón, te pegamos un tiro.”

Luego de más amenazas, y desconcertado por el temor, R. colgó el teléfono y denunció los hechos ante el encargado del hotel, que llamó a la Policía Federal.

El hotel permaneció con vigilancia toda la noche y, al día siguiente R. recibió autorización para salir de Zacatecas, habiendo realizado sólo la mitad del ejercicio de monitoreo, por lo que, presionado por su empresa, una semana después debió volver al estado.

“Yo me negué –narra R.–, le dije a mi jefe que yo no quería regresar para averiguar si se había tratado de una llamada de extorsión al azar o no. Mi jefe dijo que había que terminar el proyecto, aún cuando ya había yo cumplido la ruta, y que si no quería volver a Zacatecas, entonces tenía que ir a Michoacán, que estaba todavía más caliente… y acepté volver.” 

Así, faltando algunas semanas para que concluyera el año, R. y su chofer ingresaron nuevamente a Zacatecas, por San Luis Potosí. “Eran alrededor del mediodía, íbamos en carretera, apenas acabábamos de cruzar los linderos de los dos estados, cuando una Cherokee nos rebasa y, 30 o 40 metros más adelante, se cruza a todo lo ancho del camino, obligándonos a detener la marcha; luego se bajan de la camioneta dos tipos armados, y de las ventanas vimos que salían manos con más armas, apuntándonos, y esos dos tipos nos echan a mi chofer y a mi al asiento de atrás, uno de ellos toma el volante y el otro se va con nosotros, nos obligan a enconcharnos, y nos comienzan a golpear.”

La ropa sucia que R. llevaba en una bolsa en la parte posterior del auto fue usada para amordazarlos.

“Eran unos muchachos de 25 años, aproximadamente, los dos llevaban cuernos de chivo, y el que venía atrás con nosotros todo el tiempo vino chingándonos con que éramos zetas, con que se la íbamos a pagar, que hacía 15 días nos habíamos echado a sus primos, pero que ahora íbamos a chingar a nuestra madre.”

Primero avanzaron sobre la carretera, incluso se cruzaron con un convoy militar, junto al que pasaron desapercibidos, luego ingresaron a un camino de terracería, “discutían si nos llevaban a la ‘cabaña’ o si nos remataban ahí mismo, siempre acusándonos de ser halcones de los Zetas, y entonces yo pensé que la peor opción ante mí era que me llevaran a una casa para torturarme, así que empecé a joderlos diciéndoles que nos soltaran, que éramos técnicos de telefonía, que hablaran a los contactos de nuestros teléfonos, que vieran la documentación que portábamos, una y otra vez, hasta que los desesperé.”

Cuatro horas después de haber sido secuestrados, y luego de andar a toda velocidad por caminos de terracería que amenazaban con volcar el auto, siendo golpeados en todo momento con puños y cachazos, R. y su chofer fueron bajados en un llano.

“Nos pusieron de rodillas y cortaron cartucho. Uno de ellos le dice al otro ‘pues ya, de una vez, me los chingo’, pero éste le dice que se espere, nos preguntan qué hay en la cajuela y cuando les explico que equipo de telecomunicaciones, como que se apantallan, y entonces deciden subirnos de nuevo al auto, y otra vez empiezan los golpes, y mi insistencia de que nos dejaran ir, hasta que al final nos vuelven a bajar, nos golpean nuevamente y nos abandonan ahí, con una botella de agua de un litro y medio, ‘para que no se deshidraten’, nos dijeron, sarcásticamente”.

Gracias a la ayuda de campesinos, R. y su chofer pudieron salir a la carretera y luego llegar a un retén de la Policía Federal, donde denunciaron el secuestro y el robo del auto y su instrumental.

Epílogo: todo para nada

Una semana después de haber sufrido este secuestro, afirma R., el técnico que realizaba el monitoreo en Torreón, Coahuila, “fue detenido por policías municipales junto con el chofer que lo acompañaba, mis compañeros estaban haciendo una prueba estática, que no dura más de 15 minutos, y con ese pretexto fueron arrestados y llevados a la cárcel, donde los torturaron durante dos días, acusados de ser halcones. Luego los pusieron en libertad, y todavía, como en burla, les dijeron ‘ustedes perdonen, pero ya vieron cómo sí estamos trabajando contra la delincuencia’. Uno de ellos quedó con la rodilla muy lesionada.

–¿Tú o tus compañeros víctimas de agresiones han recibido algún tipo de apoyo, por ejemplo, psicológico, por parte de su empresa?

–No, sólo el bono… aunque a mí, por ejemplo, me dieron un bono de 10 mil pesos, cuando las pertenencias que perdí, porque iban en el auto que se robaron, valían como 30 mil, entre ropa, artículos personales y aparatos electrónicos. Pero lo peor no es eso… lo peor es que, debido a las deficiencias en las redes, la señal de todas las compañías es tan mala que los reportes terminan siendo maquillados, para que las empresas puedan decir que su señal es estupenda, entonces, todos los técnicos acabamos arriesgándonos para obtener datos que finalmente se terminan ocultando. Viéndolo así, vale madres lo que hagas, simplemente es ir a ponerte en riesgo a lo pendejo…”

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