En punto de las 15:00 horas, miles de estudiantes de distintas escuelas públicas y privadas se formaban ya, a un costado de la Plaza de las Tres Culturas, para conmemorar con una marcha el 45 aniversario de la matanza de Tlatelolco, con la consigna de llegar al Zócalo aún ante la negativa de las autoridades capitalinas.
A la vanguardia iban, como ya es tradición, los ex líderes del movimiento estudiantil del 68, y detrás los alumnos de las distintas facultades de la UNAM, del Politécnico, la UAM, Chapingo, UACM, normalistas y bachilleres, así como maestros de oaxaca, comuneros de Atenco, electricistas del SME, y entre ellos, a la mitad de la procesión de jóvenes, los grupos anarquistas, en contingente nutrido, de alrededor de 200 integrantes, la mayoría encapuchados, muchos con casco y máscaras antigás.
Con ánimo solemne, primero, y luego festivo, la marcha inició su andar a las 16:00 horas, sobre Eje Central, aunque pronto la tensión marcó el paso de los manifestantes, cuando al pasar junto a la plaza de Garibaldi dieron con el cerco policiaco tendido a ambos lados de la avenida, y que incluía no sólo a granaderos, sino también a uniformados a caballo, armados con toletes, escudos y morteros con balas de lacrimógeno.
“Una marcha pacífica es una marcha sin policía –se escuchó desde el altavoz que encabezaba la vanguardia–, la violencia viene del Estado”, y luego un grito, repetido a coro: “¡disolución del cuerpo represor!”, que era ya una de las principales demandas del movimiento estudiantil masacrado hace 45 años.
En calma transcurre esta primera parte de la manifestación, de acaso unos minutos, calma que comienza a diluirse cuando los estudiantes distinguen al fondo, en Bellas Artes, la mancha azul oscuro del contingente policial dispuesto ahí para impedir su paso al Zócalo capitalino.
Es al topar la vanguardia de la marcha con este cinturón policiaco que, sin aspavientos, se anuncia que la manifestación tendrá un destino alterno: el Ángel de la Independencia, así que al llegar a Bellas Artes, el contingente dobla sobre avenida Hidalgo, en dirección opuesta a la Plaza de la Constitución, y enrumba hacia Reforma.
El temor de que el grupo de anarquistas insista en llegar al Zócalo resulta pasajero, pues acatan sin chistar la indicación de seguir hacia el Ángel de la Independencia. Sin embargo, en este punto queda claro que, aún cuando su deseo no sea llegar ante Palacio Nacional, sí tienen un objetivo claro: enfrentarse con la policía a como dé lugar.
Artillados
A diferencia de las recientes manifestaciones en las que han protagonizado choques con la policía federal y capitalina –las del 1 de diciembre del año pasado, y las de los días 1 y 13 de septiembre–, en esta ocasión los manifestantes beligerantes aplicaron una nueva estrategia para mantener a distancia a los uniformados, ahora ya no sólo arrojándoles piedras y palos, sino también cohetes, que este 2 de octubre llovieron por decenas sobre los granaderos.
Además, los manifestantes arrojaron no sólo las ya típicas bombas molotov, sino también granadas de gas lacrimógeno contra los uniformados –aunque no más de una docena–, dificultando así que mantuvieran sus formaciones ofensivas, ya que sólo contaban con máscaras antigás aquellos policías armados con morteros.
De los granaderos, además, los jóvenes anarquistas aprendieron ya la técnica de rodear a grupos pequeños de rivales, reducirlos a golpes e, incluso, aprovechar el desconcierto para jalar a alguno de los uniformados y tundirlo entre varios.
Por su parte, los policías capitalinos también mostraron nuevas estrategias que no habían empleado en las anteriores grescas con manifestantes, empezando por el uso mismo de gas lacrimógeno lanzado a discreción, y en distintas presentaciones: granada arrojadiza, morteros con balas de gas e, incluso, extintores. Aún cuando el 1 de diciembre se empleó este tipo de armamento no letal para disolver la protesta por el arribo de presidente Enrique Peña Nieto a Los Pinos, en aquella ocasión fueron las fuerzas federales, y no las capitalinas, las que emplearon este método.
Esta vez, además, todos los uniformados del DF, sin excepción, portaban toletes, un arma no letal cuyo uso no había sido autorizado por los mandos policiales en anteriores protestas.
Y también por primera vez en los años recientes, la Policía Montada participó en el operativo antimotines desplegado por el gobierno de la Ciudad de México.
No fue sino hasta que los manifestantes beligerantes llegaron a Reforma que la táctica policiaca diseñada para esta marcha quedó en evidencia: extirpar al bloque anarquista de la procesión, y luego permitir que los contingentes pacíficos que venían detrás continuaran su camino hacia el Ángel, medida que provocó los disturbios más fuertes de la tarde, ya que los anarquistas fueron divididos en dos grupos, uno desviado hacia Hidalgo, a la altura del Panteón de San Fernando, y el otro por Reforma hasta el entronque con Lafragua, en donde fueron obligados a refugiarse en el plantón magisterial que se mantiene sobre el Monumento a la Revolución.
Fue en estos dos puntos donde la policía realizó la mayoría de las detenciones, aunque, como ha ocurrido en anteriores protestas, los arrestos se hicieron a discreción, sin contemplar si el detenido había participado en las agresiones contra los uniformados o no.
Y tal como en las pasadas protestas, los arrestos se realizaron con lujo de violencia, a grado tal que, en la entrada del Metro Hidalgo ubicada junto al templo de San Hipólito, los granaderos que no perdieron su tolete en la refriega, se quitaron los cascos y con éstos golpearon a un grupo de jóvenes que tenían acorralados y rendidos.
Poco antes de las 19:00 horas, y una vez que una veintena de detenidos fueron subidos en un camión oficial, los últimos contingentes pacíficos pudieron continuar la marcha rumbo al Ángel, donde la jornada concluyó con un mítin en el que, paradójicamente, un representante del Comité 68 –convocante de la manifestación– declaró que la protesta había logrado su objetivo: conmemorar la matanza de Tlatelolco de forma “pacífica”, y sin haber caído en la “provocación policiaca”.
Los pacíficos
Los muchachos del CCH Oriente se organizaron. A sus escasos 15 o 17 años, saben lo que ha ocurrido durante las últimas manifestaciones en el DF: detenciones, enfrentamientos. Consiguieron una manta, un poco de cuerda y un altavoz.
La idea era simple: ir a la marcha de 2 de octubre en un sólo e indisoluble contingente. Avanzarían juntos ellas y ellos, rodeados por una cuerda y una manta con consignas, a manera de valla. Así nadie se separaría ni nadie se metería a causar conflictos.
Al frente, uno de sus compañeros llevaba un altavoz. Desde ahí lanzaba consignas que repetían quienes iban dentro del corral o daba instrucciones.
Ellos no vieron los enfrentamientos que ocurrieron sobre avenida Hidalgo y Reforma. Su contingente iba casi al final de la marcha conmemorativa a los hechos de Tlatelolco, en 1968.
Cuando llegaron al lado de la Alameda central, un picor se metió en sus ojos y gargantas. A su alrededor había piedras, basura, ladrillos despotillados. Avanzaron y a cada paso había más y más policías. Se agarraron a la cuerda e instruyeron que nadie se separara del grupo.
Al llegar a Paseo de la Reforma, sus semblantes cambiaron. La alegría adolescente se convirtió en miedo, incertidumbre. Frente a ellos, a unos 200 metros, explotaban petardos y se alzaban nubes de gas lacrimógeno.
“No hay que seguir, hay que quedarnos aquí hasta que se calme”, opinó una joven de fleco rosa. “¡Ni madres, vamos a chingarnos a esos policías!”, gritó otro. Al final, el grupo acordó esperar a la altura del metro Hidalgo. Detrás de ellos venían los alumnos de la FES Iztacala y el SME.
En el cruce de Bucareli, Reforma y Juárez, los manifestantes y la policía se enfrentaban. Volaban piedras hacia ambos lados. Los petardos estallaban.
Afuera del hotel Meliá, los profesores se replegaban. “¡Somos docentes, no delincuentes!”, gritaban al unísono para calmar a los granaderos. Pero el enfrentamiento seguía.
Al fotógrafo Alejandro Medina, de la agencia Oochel, se lo llevaron detenido. A un fotógrafo de la agencia Cuartoscuro, la policía le rompió los lentes.
Mientras el choque entre manifestantes seguía, el resto del contingente de la marcha se abrió pasó hacia el Ángel de la Independencia.
Los muchachos del CCH pasaron en silencio, agarrados a la cuerda que los protegía, mientras varias piedras volaban y un helicóptero rondaba.