Mientras se documentaba para escribir Anatomía de un instante (Mondadori, 2009), el escritor Javier Cercas descubrió algo que parecía sepultado en su vida: las bandas de delincuentes juveniles que florecieron a finales de los 70 en España. Él no fue ajeno a ese fenómeno social porque era parte de su paisaje habitual. Estaban en todas partes: en los recreativos, en los autos de choque, en el colegio. Veía a aquellos jóvenes con miedo pero también con fascinación como lo hacía el país entero.
Eran años de incertidumbre y pobreza. Había muerto el dictador Francisco Franco y las historias de esas pandillas ganaban espacios importantes en las páginas de los diarios y en la televisión. Tenían una vida aparentemente libre, con dinero, autos y chicas guapas; todo lo que deseaba tener un joven. Había un grado de idealización tan enorme por esos “chavales” que se hicieron muchas películas, libros y hasta canciones que se convirtieron en un referente popular.
Cintas como las tres entregas de Perros callejeros, de José Antonio de la Loma, de Carlos Saura, de Eloy de la Iglesia; discos de Los Chunguitos y Los Chichos retrataron apenas un punto de ese agujero negro de la transición hacia la democracia. Los medios de comunicación ayudaron a crear mitos como el de Juan José Moreno Cuenca, “El Vaquilla”, delincuente barcelonés de gran notoriedad. Pero fue hasta que vio en Barcelona la exposición Quinquis de los 80 en 2009 que decidió escribir sobre esos ladrones juveniles que poco se ha documentado.
Esa expo exhibió discos de grupos de aquella época como The Police, Bob Marley, Bee Gees, Dire Straits, Donna Summer, Los Grecas, Los Amaya y hasta José Luis Perales. Javier no sabe si rejuveneció o envejeció al recordar aquellos años duros. Lo que le impactó fue una serie fotográfica de retratos en blanco y negro de esos chicos muertos por la violencia, la heroína o el sida. Se conmovió tanto que casi se puso a llorar. Jóvenes sin empleo y desarraigados. En ese momento se preguntó “¿por qué ellos y yo no?”.
“La inmensa mayoría de esos chavales murieron a causa de la violencia, pero sobretodo de la heroína que fue letal. Fue una epidemia salvaje que arrasó a mi generación, quizá hubo centenares de miles de muertos, no sabemos cuántos todavía. A los días siguientes me pregunté qué hubiera ocurrido si en vez de ser un adolescente timorato y felizmente pedante, hubiese un día cruzado la frontera que me separaba de ellos. Entonces empecé a escribir, a imaginar la historia”.
Precisamente, el autor oriundo de Ibahernando, Cáceres, reconstruye en Las leyes de la frontera (Mondadori, 2012) la trayectoria delincuencial de Antonio Gamallo alías el Zarco, su ascenso como el criminal más temido hasta su declive en la cárcel de Gerona. Pero también es la historia de amor y desamor de Ignacio Cañas “Gafitas” –un joven de 16 años- que se enamora perdidamente de Tere, integrante de la banda del Zarco.
Ese verano del 78 cambió radicalmente la vida de Gafitas: pasó de ser un estudiante de clase media a un miembro activo de esa mítica pandilla de ladrones. Una sombra que perduró más de dos décadas hasta que contó la verdadera historia del Zarco a un escritor que preparaba un libro sobre esa figura distorsionada de Robin Hood. Nunca había hablado del tema porque desconfiaba de los periodistas, sobre todo de los periodistas serios o supuestamente serios.
Las leyes de la frontera está dividida en dos grandes capítulos. “Más allá”: relata la etapa juvenil de Gafitas, su rebeldía efímera y la desintegración de la banda del Zarco; y “Más acá”: 21 años después el mismísimo Gafitas –ahora un abogado exitoso, divorciado y con una hija- se reencuentra con Tere y tratará de sacar de prisión a Antonio Gamallo.
Es una novela que reconstruye la vida del Zarco a partir de los testimonios de Ignacio Cañas –personaje principal-, del inspector Cuenca –quien desintegró a la banda-, y del director de la cárcel de Gerona. Pese a esto, en ciertos pasajes el punto de vista de los entrevistados no ofrece sorpresas, intrigas, episodios atractivos y se extiende demasiado en situaciones que al final no resultan trascendentes. Da la impresión que las casi 400 páginas no hacen honor a lo que el escritor contratado le dice a Gafitas: “yo soy de los que piensan que la ficción siempre supera a la realidad pero la realidad siempre es más rica que la ficción”.
-En notas del autor menciona el libro Vint-i-cinc anys i un dia, de Carles Monguilod, y otros más que fueron fundamentales para reconstruir la historia del Zarco. ¿Cómo definiría Las leyes de la frontera? ¿Es una novela de aventuras-policíaca?
Es una novela de jóvenes que se hacen adultos. A finales de los 70 yo tenía 16 años, la misma edad que Gafitas. En el momento en que se acaba la dictadura y comienza la transición hacia la democracia hay en España un fenómeno muy local y universal que es la aparición de bandas de delincuentes juveniles. Chicos de barriada, de arrabal, que como dice el verso de Bob Dylan “no tenían nada y por lo tanto no tenían nada que perder”. Y se lanzan a la delincuencia. Lo extraordinario es que estos chavales literalmente capturaron la imaginación del país. El país los mitificó, se convirtieron en una especie de avatar. Fueron los medios de comunicación quienes los idealizaron. Yo no era un “quinqui” ni un delincuente juvenil pero esos chicos estaban en todos lados. Lo cierto es que fue un fenómeno intenso pero efímero.
-En su reciente novela Emiliano Monge dice que “un hombre puede irse de su vida, pero no puede escaparse de su sombra”, ¿fue lo que le pasó a Ignacio Cañas, Gafitas?
Sí, claro. La primera parte retrata la vida de un adolescente que se hace mayor. Descubre las cosas esenciales de la vida, el sexo, el amor, se revela contra sus padres. Se hace un hombre maduro. La segunda parte cuenta varias cosas: la madurez que a veces no es más que una ilusión, llevamos casi siempre un adolescente adentro para bien y para mal. Por otro lado, cuenta cómo un hombre que tiene 40 años le ocurre lo que sucede a menudo: tienes la impresión a cierta a edad que te has equivocado de camino y que tomaste un desvío y vives una vida que es la que tu no querías vivir. Una vida impostada, prestada y ocurre que su pasado regresa. “El pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado”, decía Faulkner. Y ese pasado regresa como una sombra, como una especie de deuda, pero también como una posibilidad de retomar la vida en el momento en que se equivocó de camino. Esa es la ilusión que tiene Gafitas y por eso recupera su relación con Tere. Casi todos los personajes de la novela lo que hacen fundamentalmente es lo que hacemos todos los seres humanos: engañarnos permanentemente sobre nosotros y los demás. Estamos viviendo en medio de la oscuridad, de las sombras.
-Gafitas ingresa a la banda del Zarco por la bellísima Tere, ¿por el amor de una mujer se puede hacer cualquier locura?
¿A ti que te parece? A los 16 años se hacen todas las locuras del mundo, hombre, por supuesto. A los 40 años es distinto. Este hombre no es que permanezca prendado de Tere toda su vida, él la olvida por completo. Reaparece Tere en su vida y lo seduce. Lo vuelve atrapar. ¿Por qué? No lo sabemos. Tengo mis teorías que lo hace porque quiere ayudar al Zarco, porque ve en él la alternativa de estar del otro lado de la frontera. Gafitas ve en ella la posibilidad de una mujer fantástica. Es una historia de amor-desamor donde el personaje más importante al final del libro e inesperado es Tere. Creo que es el personaje que encierra todos los secretos de la novela. El personaje que encarna los dilemas morales del libro, y seguramente el que más quiero.
-¿Cuál es la diferencia de aquellos chicos de la transición con los “indignados”? ¿Esa juventud tenía ideales y ahora sólo hay desencanto?
Comparar es difícil. Pero hagamos una comparación que es útil: compara a los “quinquis” de ese momento con los indignados de ahora. Pasaron más de 30 años, la diferencia es extraordinaria e ilustrativa. Los chavales de España de los 70 vivían en una país tercermundista literalmente, pobre, miserable, que apenas salía de una dictadura larga, oscurantista y cruel. De manera que esos chicos que estaban en la miseria absoluta sólo tuvieron un instrumento que fue la violencia, no tenían alternativas. En cambio, la realidad de estos indignados es infinitamente mejor que la transición. Es verdad que hay un 50 por ciento de paro juvenil en España pero la violencia es muda. Los indignados han tenido las palabras y sus detractores dicen que es un “movimiento antipolítico”, mentira, es un movimiento totalmente político y en mi opinión es lo más esperanzador que ha ocurrido en España en muchos años. Es gente que está huyendo del país porque no tiene donde trabajar pero es la mejor generación preparada de la historia. Así que la diferencia es abrumadora.
-En esos años se festejaba: “la libertad del Zarco representa un triunfo de nuestros sistema penitenciario y un triunfo de nuestra democracia”, decía el director general de Instituciones penitenciarias, ¿cómo describiría el momento actual de España? ¿Es un país frustrado?
Hay una frustración grande y lógica. Más que una frustración –porque es una palabra suave- lo que hay es un enfado, una angustia, un cabreo. Pero creo que es una obligación moral ser optimista y hay razones para serlo. Porque como se dice en España “en peores plazas hemos toreado”. Es decir, la situación de los 70 era muchísimo más complicada, sé que esto no es ningún consuelo para los que no tienen empleo, pero es la verdad. Vivimos una dictadura del presente o sea vivimos en la ilusión que el presente sólo se entiende con el presente y es falso. Sin el pasado el presente no se entiende. El pasado es una dimensión del presente. Yo hablo sobre un presente ampliado. No podemos entender lo que pasa en España sin entender lo que pasó antes. Ahora tenemos instrumentos económicos, culturales, políticos mucho más fuertes para salir adelante. Lo peor ha pasado, sinceramente. Hay que destacar algo: esto no es sólo una crisis española, es una crisis europea. España es el epicentro de esta crisis como lo fue Grecia e Irlanda.