Las “posibilidades de Estados Unidos son infinitas”, la economía está en recuperación y una década de guerra está llegando a su fin, declaró el lunes el presidente Barack Obama durante una ceremonia pública en la que dio inicio a su segundo mandato ante cientos de miles de personas que se congregaron en el complejo de monumentos de Washington.
“Mis colegas estadounidenses, fuimos hechos para este momento y lo aprovecharemos, siempre que lo aprovechemos juntos”, declaró Obama momentos después de prestar juramento durante una ceremonia pública en un día fresco en la capital del país.
El presidente no se enfocó en ninguno de los logros de su primer mandato, pero prometió trabajar duro en un país que todavía lidia con una economía perezosa.
“Debemos tomar las decisiones difíciles para reducir el gasto de la atención médica y el tamaño de nuestro déficit”, declaró. Pero “rechazamos la idea de que Estados Unidos debe elegir entre cuidar a la generación que construyó este país o invertir en la generación que construirá su futuro”.
Decenas de miles de personas se congregaron en la plaza denominada National Mall y millones de personas más frente al televisor para presenciar la toma de protesta.
Atrapado entre una agresiva campaña presidencial y discusiones fiscales por librar, la ceremonia del lunes fue un breve respiro de la parálisis partidista de los últimos dos años.
De pie ante el Capitolio, el presidente imploró a Washington encontrar un terreno común para sus siguientes cuatro años. Y buscando sacar provecho al apoyo público que lo catapultó a la Casa Blanca dos veces, Obama dijo que la gente “tiene la obligación de dar forma a los debates de nuestro tiempo”.
Aquí el discurso íntegro en español:
Muchas gracias, Vicepresidente Biden, Presidente y miembros del Congreso de los Estados Unidos, invitados distinguidos y queridos conciudadanos
Cada vez que nos juntamos para inaugurar un presidente, somos testigos de la perdurable fortaleza de nuestra constitución. Confirmamos la promesa de nuestra democracia. Recordamos que lo que nos une como nación no es el color de nuestra piel, ni los principios de nuestra fe, ni el origen de nuestros nombres.
Lo que nos hace excepcionales, lo que nos hace americanos, es nuestra lealtad a una idea expresada en una declaración hecha hace más de 2 siglos;
Sostenemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la felicidad.
Hoy continuamos este viaje sin fin para darle sentido a aquellas palabras entre las realidades de nuestro tiempo. Pues la historia nos dice que mientras estas verdades pueden ser evidentes, nunca han sido aplicadas por sí solas; que mientras la libertad es un regalo de Dios, debe ser asegurada por Su gente aquí en la tierra. Los patriotas de 1776 no pelearon para reemplazar la tiranía de un rey con los privilegios de unos cuantos. Ellos nos legaron una República, un gobierno de y por, y para el pueblo, y confiaron que cada generación mantuviera a salvo nuestro credo fundacional.
Esto lo hemos hecho, durante más de doscientos años.
A través de sangre derramada, aprendimos que ninguna nación basada en los principios de libertad e igualdad podía sobrevivir con esclavos. Nos reformamos y nos comprometimos a avanzar juntos.
Juntos, determinamos que una economía moderna requiere de vías del tren y carreteras que agilicen el comercio y los viajes; escuelas y universidades para entrenar a nuestros trabajadores. Juntos, hemos descubierto que un mercado libre sólo prospera cuando existen reglas para asegurar la competencia y el juego limpios. Juntos, resolvimos que una gran nación debe cuidar a sus vulnerados y proteger a su pueblo de las amenazas y los infortunios.
Pese a todo, jamás hemos renunciado a nuestro escepticismo de una autoridad central, ni hemos sucumbido a la idea ficticia de que todos los males de una sociedad los puede curar el gobierno. Nuestra celebración a la iniciativa y a la empresa, nuestra insistencia en el trabajo duro y en la responsabilidad personal, son constantes en nuestro carácter.
Pero siempre hemos entendido que cuando los tiempos cambian, nosotros tenemos que cambiar con ellos; que la fidelidad a nuestros principios fundacionales requiere de nuevas respuestas a nuevos desafíos; que preservar nuestras libertades individuales, en última instancia, requiere de acciones colectivas. Porque el pueblo americano no puede satisfacer mejor las demandas de hoy solo, que lo que un soldado pudo enfrentar las fuerzas del fascismo o del comunismo con mosquetes y milicia. Una sola persona no puede entrenar a todos los maestros de matemáticas y ciencias que necesitaremos para prepararnos para el futuro, o para construir carreteras y laboratorios que aporten nuevos empleos y empresas a nuestras costas. Hoy, más que nunca, debemos hacer esto juntos, como una sola nación y un solo pueblo.
Esta generación de americanos ha sido probada por una crisis que ha endurecido nuestra determinación y demostrado nuestra capacidad de recuperación. Una década de guerra está por acabarse, una recuperación económica está en camino, las posibilidades de America son ilimitadas, pues poseemos todas las cualidades que demanda este mundo sin límites: juventud e impulso, diversidad y apertura, una infinita capacidad para el riesgo y una capacidad renovadora
Mis queridos americanos, nacimos para este momento y lo aprovecharemos, siempre que lo hagamos juntos.
Porque nosotros, el pueblo, entendemos que nuestro país no puede tener éxito cuando los pocos hacen bien y los muchos apenas pueden. Creemos que la prosperidad de Estados Unidos debe descansar sobre los hombros amplios de una clase media en ascenso. Sabemos que Estados Unidos destaca cuando cada persona puede encontrar la independencia y el orgullo en su trabajo, cuando los salarios del trabajo honesto logran liberar a las familias al borde de la penuria. Somos fieles a nuestro credo cuando una niña que ha nacido en la pobreza más extrema sabe que tiene las mismas posibilidades de tener éxito como cualquier otro, porque ella es americana, es libre, y ella es igual, no sólo ante los ojos de Dios sino también ante los nuestros.
Entendemos que hay programas caducos que son insuficientes para las necesidades de nuestros tiempos. Debemos aprovechar las nuevas ideas y tecnología para rehacer nuestro gobierno, reformar nuestro código fiscal, reformar nuestras escuelas, y empoderar a los ciudadanos con las habilidades que necesitan para trabajar más, aprender más y llegar más allá. Pero mientras que los medios cambiarán, nuestro propósito perdurará: seremos una nación que premia el esfuerzo y la determinación de todos los estadounidenses. Eso es lo que este momento requiere. Eso es lo que va a dar verdadero sentido a nuestro credo.
Nosotros, el pueblo, seguimos creyendo que todo ciudadano merece una medida básica de seguridad y dignidad. Necesitamos tomar decisiones difíciles para reducir el costo de la atención médica y el tamaño de nuestro déficit. Sin embargo, rechazamos la creencia de que Estados Unidos debe elegir entre cuidar a la generación que construyó este país e invertir en la generación construirá su futuro. Recordamos las lecciones de nuestro pasado, cuando se vivieron largos años de pobreza, y los padres de un niño discapacitado no tenía adónde recurrir. No creemos que en este país, la libertad se reserve para la suerte, o la felicidad de unos pocos. Somos conscientes de que no importa cuán responsablemente vivamos nuestras vidas, cada uno de nosotros, en cualquier momento, puede enfrentarse a perder su trabajo o adquirir una enfermedad repentina o que nuestra casa desaparezca en una tormenta terrible. Los compromisos que hacemos los unos a los otros – a través de Medicare y Medicaid y el Seguro Social – estas cosas no minan nuestra iniciativa, sino que la fortalecen. No nos convierten en una nación de personas que toman lo que sea; nos liberan para tomar los riesgos que hacen a esta nación grande.
Nosotros, el pueblo, todavía creemos que nuestras obligaciones como estadounidenses no son sólo para nosotros, sino para toda la posteridad. Responderemos ante la amenaza del cambio climático, sabiendo que el no hacerlo sería traicionar a nuestros hijos y a las generaciones futuras. Algunos podrán todavía negar el juicio abrumador de la ciencia, pero nadie puede evitar los efectos devastadores de los incendios, ni de las devastadoras sequías, ni de las tormentas más poderosas. El camino hacia las fuentes de energía sustentable será largo y a veces, difícil. Estados Unidos no puede resistir esta transición, tenemos que dirigirla. No podemos ceder a otras naciones, la tecnología que creará nuevos trabajos y nuevas industrias – debemos reclamar su promesa. Así mantendremos nuestra vitalidad económica y nuestro tesoro nacional – nuestros bosques y cuencas, nuestras tierras de cultivo y nuestros picos nevados. Así es como vamos a preservar nuestro planeta, encomendado a nosotros por Dios. Eso es lo que va a dar sentido al credo que nuestros padres fundacionales alguna vez declararon.
Nosotros, el pueblo, seguimos creyendo que una seguridad y una paz duraderas no requieren de una guerra perpetua. Nuestros valientes hombres y mujeres uniformados, atenuados por las llamas de la batalla, son inigualables en habilidad y coraje. Nuestros ciudadanos, quemados por el recuerdo de los queridos que han perdido, conocen muy bien el precio de la libertad. El conocimiento de su sacrificio nos mantendrá siempre vigilantes contra aquellos que buscan hacernos daño. Pero también somos herederos de los que ganaron la paz y no sólo la guerra, aquellos que convirtieron a sus peores enemigos en los mejores amigos, y tenemos que traducir esas lecciones a este momento también.
Defenderemos nuestro pueblo y nuestros valores a través de la fuerza de las armas y el estado de derecho. Tendremos coraje para resolver nuestras diferencias pacíficamente con otras naciones – no porque seamos ingenuos sobre los peligros a los que nos enfrentamos, sino porque el compromiso puede deshacer las sospechas y el miedo de forma más duradera. Estados Unidos seguirá siendo el ancla de alianzas fuertes en todos los rincones del mundo, y renovaremos las instituciones que amplían nuestra capacidad para gestionar la crisis en el extranjero, pues nadie tiene una mayor participación en un mundo pacífico que su nación más poderosa. Vamos a apoyar la democracia desde Asia hasta África, desde las Américas hasta el Medio Oriente, porque nuestros intereses y nuestra conciencia nos obligan a actuar en nombre de aquellos que anhelan la libertad. Y debemos ser una fuente de esperanza para los pobres, los enfermos, los marginados, las víctimas de los prejuicios – no por mera caridad, sino por que la paz en nuestro tiempo requiere el constante avance de los principios que nuestro credo común describe: la tolerancia y la oportunidades, la dignidad humana y la justicia.
Nosotros, el pueblo, declaramos hoy que la más evidente de las verdades – que todos somos creados iguales – es la estrella que aún nos guía, del mismo modo que guió a nuestros antepasados a través de Seneca Falls, y Selma, y Stonewall, del mismo modo que guió todos aquellos hombres y mujeres, conocidos y anónimos, que dejaron huella, para escuchar a un predicador decir que no podemos caminar solos, y oír a un Rey proclamar que nuestra libertad individual está inextricablemente ligada a la libertad de cada alma en la Tierra.
Hoy es la tarea de nuestra generación llevar a cabo lo que los pioneros comenzaron. Pues nuestro viaje no estará completo hasta que nuestras esposas, nuestras madres e hijas puedan ganarse una vida que corresponda a sus esfuerzos. Nuestro viaje no estará completo hasta que nuestros hermanos y hermanas gays sean tratados como cualquier otra persona en virtud de la ley – porque si verdaderamente somos creados iguales, entonces seguramente el amor que nos juramos los unos a los otros también es igual. Nuestro viaje no estará completo hasta que ningún ciudadano se vea obligado a esperar durante horas para ejercer su derecho al voto. Nuestro viaje no estará completo hasta que encontremos una mejor forma de dar la bienvenida a los que luchan, a los inmigrantes esperanzados que aún ven en América una tierra de oportunidades, hasta que brillantes jóvenes estudiantes e ingenieros se dan de alta en nuestras fuerzas de trabajo, en lugar de ser expulsados de nuestro país. Nuestro viaje no estará completo hasta que todos nuestros niños, desde las calles de Detroit hasta las colinas de los Apalaches hasta las tranquilas calles de Newtown, sepan que son cuidados y apreciados, y que siempre estarán a salvo de cualquier daño.
Esa es la tarea de nuestra generación- hacer estas palabras, estos derechos, estos valores – de la vida y la libertad, y la búsqueda de la felicidad – algo real para todos los estadounidenses. Ser fieles a nuestros documentos fundacionales no nos obliga a estar de acuerdo en todos los contornos de la vida, no significa que todos vamos a definir la libertad en exactamente la misma manera, o seguir el mismo camino hacia la felicidad. El progreso no nos obliga a resolver siglos de debates sobre el papel de un gobierno a través de los tiempos – pero sí nos obliga a actuar en nuestro tiempo.
Ahora, las decisiones son nuestras y no podemos permitirnos un retraso. No podemos confundir el absolutismo por principio, o sustituir la política con el espectáculo, o que insultar tome el lugar de un debate razonado. Debemos actuar, sabiendo que nuestro trabajo será imperfecto. Debemos actuar, sabiendo que las victorias de hoy serán sólo victorias parciales y que corresponderá a los que estén aquí en cuatro años, y cuarenta años, y dentro de 400 años, impulsar el espíritu eterno, una vez conferido a nosotros en un sala en Filadelfia.
Queridos conciudadanos, el juramento que he jurado ante ustedes hoy, como el mencionado por otros que también sirven a este Capitolio, fue un juramento ante Dios y ante nuestro país, no ante partido o facción – uno que debemos ejecutar fielmente durante el resto de nuestro servicio. Pero mi promesa hoy no es tan diferente al juramento que toma un soldado cuando se inscribe para el servicio, o cuando un inmigrante cumple su sueño. Mi promesa no es tan diferente a la promesa que hacemos a la bandera que ondea por encima de nuestras cabezas y que nos llena el corazón de orgullo.
Estas son las palabras de nuestros ciudadanos, y ellas representan nuestra mayor esperanza.
Tú y yo, como ciudadanos, tenemos el poder de cambiar el curso de nuestro país.
Tú y yo, como ciudadanos, tenemos la obligación de dar forma a los debates de nuestro tiempo – no sólo con los votos que emitimos, sino también con las voces que levantemos en defensa de nuestros valores más antiguos y nuestros ideales perdurables.
Abracemos ahora, con deber solemne y enorme alegría, lo que es nuestro derecho innato. Con esfuerzo y propósito común, con pasión y dedicación, contestemos el llamado de la historia y llevemos hacia el futuro aquella preciada luz de libertad
Gracias, Dios los bendiga y que Dios bendiga estos Estados Unidos de America.