Felix Baumgartner fue el primer paracaidista en romper la barrera del sonido. Pulverizó tres records mundiales y mantuvo a todo un planeta en vilo, hasta que aterrizó y se arrodilló en señal de gloria. Sin embargo, todo estuvo a punto de fracasar.
El 14 de octubre de 2012 el austriaco Baumgartner era el foco de todas las miradas. El famoso paracaidista iba a saltar desde 39 kilómetros de altura y romper la barrera del sonido sin ayuda mecánica: toda una proeza.
Se sabe que durante los primeros segundos de caída libre giró sin control y casi pierde el conocimiento. Sin embargo recién ahora se reveló que la presión que ejercía el traje espacial diseñado para Baumgartner casi lo asfixia, producto de una reacción claustrofóbica severa.
El aventurero de 43 años nunca había experimentado esa altura antes del día D. Para sobrevivir al salto más que ser un paracaidista tenía que convertirse en un piloto de prueba.
Su traje a presión de última generación fue fabricado por la misma compañía que hace los trajes de vuelo que utilizan los astronautas de la Nasa. La diferencia es que un piloto de prueba siempre cuenta con al menos 2.000 horas de entrenamiento para acostumbrarse a éstos. Baumgartner tuvo sólo 20 horas para situarse a la presión de la goma interna del traje.
En dicho contexto, tras la batahola mediática que desató el salto, la BBC y National Geographic están preparando un documental sobre el proyecto. La película revelará la lucha que tuvo el austriaco contra sus propios miedos, durante los cuatro años que duró su entrenamiento.
“El tener que usar y sentir constantemente este traje alrededor de mi cuerpo, con el fuerte olor de la goma sintética, me dio una ansiedad enorme”, confiesa ahora Felix Baumgartner.
El hipnotista y el veterano
Fue tal la ansiedad que para prepararse el hombre sónico se tomó un año sabático para dejar de entrenar y recluirse en Austria. Allá recibió hipnoterapia por parte de un especialista, para empezar a entrenar lo que sería vital cuando saltase desde 39 kilómetros de altura, su cabeza.
“Nunca he estado a esa distancia de la Tierra. Lo único que esperas es volver a casa con vida”, confesó el deportista días antes del salto.
Pero otra pieza clave dentro de esta partida fue el coronel retirado de la Fuerza Aérea de Estados Unidos Joel Kittinger. El hombre, hoy de 84 años, es quien antes de Baumgartner poseía el récord mundial por saltar desde 31 kilómetros de altura, en 1960. Nadie mejor que él podía entender los riesgos de un salto así.
“El vacío, la nada, todo eso está ahí afuera esperando para matarte de inmediato. Es hostil allá arriba. No hay presión, hace frío y hay un brillo enceguecedor. Si algo falla, estás acabado”, dijo Kittinger en su momento.
Fue la bebida energética quien puso los billetes sobre la mesa para financiar la hazaña, pero el recibir el dinero tenía un costo implícito: un plazo de apenas doce meses para tener todo listo. La presión nunca ha sido un buen aliado para los científicos.
Por otro lado Baumgartner, por primera vez en su carrera, no podía tener todo el control sobre lo que iba a pasar. “Tenía que confiar ciegamente en estos científicos. Si algo sale mal allá arriba, no importa cuanto apoyo tengas desde la sala de control: estás completamente por tu cuenta. Eso da mucho miedo”.
El factor Armstrong
Las probabilidades de sobrevivir para Baumgartner estaban relegadas a una única y avanzada pieza tecnológica, su traje a presión. Incluso los más experimentados astronautas luchan por adaptarse a usar esta pesada indumentaria. El hombre sónico se tenía que mentalizar para saltar con el puesto.
Quizás el peor temor del equipo en torno al deportista era que el traje fallara cerca de “el límite Armstrong”. Esto no es más que aquella altura en que la presión atmosférica es tan baja -apenas 0,0618 atmósferas- que el agua puede llegar a hervir a la temperatura normal del cuerpo humano.
“Allá arriba no existe presión de la atmósfera, por lo tanto no hay nada que pueda detener el escape de gases desde tu torrente sanguíneo. Si el traje fallara, el cuerpo de Felix comenzaría a perder todos los gases atrapados dentro de él. Cada orificio de su cuerpo se transformaría en una válvula de salida. Es como la peor película de horror que alguien pudiese imaginar”, confiesa Art Thompson, el jefe a cargo del proyecto.
El traje cosido a mano de Baumgartner costó más de US$1,6 millones y podría perfectamente mantenerlo con vida en la Luna. Durante seis meses, 30 personas trabajaron meticulosamente en la fabricación del traje.
De hecho parte importante de su entrenamiento estuvo enfocado en ayudarlo a aclimatarse al traje. La idea era que se sintiera lo más cómodo posible usándolo, casi como si estuviera con su propia ropa. El problema es que el millonario traje restringía demasiado sus movimientos.
“Es difícil explicar cómo se siente. Tus movimientos naturales están absolutamente limitados. Cuesta respirar, cuesta mucho. ¡No se puede sentir nada del exterior con ese maldito traje!”, exclamó el paracaidista luego de realizar la proeza.
“Cuando salto, incluso en invierno, nunca utilizo guantes. Me gusta sentir el aire flotando en torno a mi cuerpo. Me gusta sentir la velocidad y la temperatura”, afirmó.
Cuando Baumgartner se probó el traje por primera vez dijo que se sentía “como si el exterior dejase de existir”.
“Eres sólo tú, con una respiración oprimida. Además es difícil lidiar con la soledad. Al estar sentado por dos horas adentro de la cápsula, empiezas a pensar en el gran salto, mientras asciendes más y más alto. No tienes conexión alguna con la Tierra. Si algo sale mal, vas a ser tú el que pagará por ello”, reflexionó el deportista tras sus salto.
Un héroe casi claustrofóbico
Tras tocar tierra y romper la barrera del sonido, Felix Baumgartner fue objeto de alabanzas en todo el mundo. Lo tildaron de héroe, de soñador y de ejemplo para las generaciones venideras. Pero lo cierto es que, tras la gloria, se encuentra un ser humano común y corriente.
Durante su entrenamiento tuvo que enfrentar a sus peores miedos, pero no podía dejar de decirle al equipo que lo sacaran del traje. “Ni siquiera podía estar de pie en el suelo, quieto, con el traje puesto”, asegura en el documental que la BBC y National Geographic están preparando.
“Mientras vas ascendiendo, el traje se infla más y más, por lo que se vuelve más difícil moverse. Pueden sentir como tus entrañas y estómago se retuercen y a tu corazón como si fuese a saltar por tu boca”.
Lo que nunca se supo mientras los preparativos del salto eran transmitidos a todo el mundo por internet es que durante el último chequeo del equipo se percató de que el calentador del visor de Baumgartner no estaba funcionando, lo que implicaba que se empañaba cuando el paracaidista exhalaba.
Se calcularon los riesgos si es que se procedía con el salto, luego de entender por qué existía dicho problema.
Incluso antes del salto ya existían preocupaciones en torno al equipo. Se suponía que Baumgartner, al momento de saltar, debía adoptar la posición delta -cabeza abajo y la espalda ligeramente curvada-, apenas abandonase la cápsula.
El salto en sí fue perfecto, pero sin embargo pocos segundos después de romper la barrera del sonido comenzaron los problemas. Baumgartner comenzó a girar sin control, desatando el pánico en la sala de control.
Si no se detenía, la sangre iría de golpe hacia su cerebro, lo que podría haber producido una aneurisma, daño cerebral o incluso su muerte. Si a esto le sumamos la claustrofobia que el deportista había confesado sentir adentro del traje, la ecuación no era positiva.
Lo que pasó después ya todos lo saben. Felix Baumgartner logró estabilizar su caída libre utilizando sus brazos, aterrizó en el desierto, al este de Nuevo México, rompió tres récords mundiales y se arrodilló ante la humanidad. Ahí terminó su salto y empezó la leyenda -aunque casi falla.