Javier Valdez Cárdenas es un hombre-periodista solitario viviendo en medio de una guerra no convencional que ha elegido narrar. Ha requerido, y en ocasiones todavía le ayuda, terapia psicológica para enfrentar lo que ha vivido, escuchado y visto. Frente al riesgo que hoy significa ser reportero en la guerra del narco en México, insiste en relatar las horas en el infierno desde el hades mismo, porque para él evitarlo “sería hacerme pendejo”.
Con ningún arma más que la crónica, pese a que ni la mejor de ellas pueda “contar este infierno”, ha expresado desde el semanario sinaloense Ríodoce una voz periodística que reconoce y lamenta la necesidad de la autocensura por la seguridad personal; porque, como si fuera una “broma macabra”, es necesario pensar en “el narco” casi como un interlocutor, que está pendiente de lo que se publica y que se cobra las afrentas con la tortura y la muerte. Con el terror.
Al lado de Ismael Bojórquez, Alejandro Sicairos y otros cofundadores como Francisco Sarabia y Cayetano Osuna, creó Riodoce en 2003, que ha sido elegido por la Universidad de Columbia para recibir el Premio María Moors Cabot porque “desafía a la muerte”. Además, en su papel de corresponsal en esta guerra interna en México, recientemente también fue reconocido por el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) de Nueva York por su labor periodística.
Con todos los reflectores que esos reconocimientos han traído a su carrera, no baja la guardia de la sencillez de quien se sabe frágil y expuesto, mantiene el augurio pesimista sobre el futuro de México, pero se asume como un mexicano más al que no le queda otra más que resistir:
“Lo peor sería que nos prohíban soñar, tener ilusiones; querer ser mejores, anhelar justicia y paz, y mantener la dignidad. Lo peor sería dejar de apedrear estrellas. No lo podemos permitir. No importa que no tumbemos ninguna”.
– Has atestiguado muchas cosas, has estado prácticamente en la antesala del inframundo y tanteado el fuego, ¿cómo vives con eso en el día a día?
– Soy un hombre solitario y aunque convivo con mucha gente y tengo ratos de alegría y diversión, escasos pero que parecen un estado permanente y que no lo son, debo darme espacios para pensar en lo que hago y debo hacer. Esos ratos en soledad son cada vez más difíciles y algunos de los rincones que he escogido para sumergirme también son frecuentados por otros, pero me permiten estar conmigo, desprenderme un poco de la rutina y mirar más allá de lo aparentemente intrascendente. Esos espacios son como bálsamos, como curitas para mí, momentos conmigo. Lo otro que me ayuda es ir a terapia: lo hice cada semana, durante dos años, en un periodo muy crítico y definitorio para mí, todo un parteaguas en mi vida, y lo hago ahora, en ciertas coyunturas.
El caso es que no pasa un mes sin que vaya con mi terapeuta, que además de ser buena profesionalmente hablando, ha sido más que generosa. Los otros escapes que me doy son los libros que leo, la música –que no debe faltar en mi carro ni en el rinconcito que opera como bibliotea en mi casa-, y los tragos de güisquis sin agua mineral ni rocas, porque de esas –rocas, piedras, arena- sobran en mis ojos y mi garganta, y tengo que deshacerme de ellas para que me dejen ver y hablar, y desahogarme. Creo que todos estos escenarios copulan para que logre exorcizar miedos, fantasmas, acechanzas y frustraciones, inyectarme energía y amaneceres vía intravenosa, y seguir viviendo. Y escribiendo.
– ¿Hay un conflicto en tu quehacer diario al pensar en el “deber ser” del periodismo, cuando debes callar ciertas cosas?
– Sí, todos los días y a cada rato uno se pregunta si está haciendo bien, si puede uno publicar tal cosa o de plano hay que guardarla para mejores momentos. Siempre uno se está preguntando, cuestionando, tratando de ubicarse en el lugar que ocupan las víctimas en las historias, sus derechos y sentimientos como personas, pero también otros que son protagonistas, el daño que puede o no causar un reportaje o crónica.
Todos los días uno debate consigo mismo, con los otros javieres que habitan en mí, pero también lo hago con mi esposa, con algún interlocutor sensible e inteligente. No importa que no sea periodista, y también con otros que integran la redacción en Ríodoce. La ventaja es que en Ríodoce, los cuatro que estamos al frente nos tenemos confianza, sabemos que no está el narco ahí, infiltrado, como sí pasa en otros medios. Eso nos permite discutir, debatir y pelearnos, pero también asumir que lo que se decide se hace y ya.
Es paradójico y parece una broma macabra, pero uno como periodista debe pensar en el narco a la hora de escribir una nota y eso hace válida aquella expresión de que el narco manda en las redacciones: pienso en él, en el capo de moda, el poderoso, el que controla la ciudad, a la hora de escribir, en si va a mandarme un ramo de granadas en respuesta a la historia que salió publicada.
Es una forma de jugar el juego: escribir una parcela de infierno en lugar de guardar silencio, porque el silencio es complicidad y muerte. Y yo no soy reportero del silencio. Pero sin duda es algo que debes medir en cada historia y de manera diferente, porque cada una tiene sus peculiaridades. Y eso lo hace un ejercicio muy desgastante porque siempre hay que pensar, debatir, revisar, y en ocasiones eso termina cuando uno pone el pie en el pedal del freno, lo que significa que es momento de repensar y quizá detenerse, o tal vez no escribir más sobre esa historia porque ya de por sí es muy peligroso lo que has publicado.
– Ese silencio periodístico parece estarse convirtiendo en un virus en México, ¿cómo lo ves?
– Sí, ganó terreno en las redacciones y se propagó (el virus) al resto de los ciudadanos. Creo que la guerra contra el narco o la llamada estrategia de (Felipe) Calderón contra el crimen organizado, y los conflictos entre los diferentes cárteles han propiciado un ambiente de miedo y destrucción en todo el país.
Ya no hay protestas y cuando la gente accede a hablar con un reportero sobre determinado tema, aunque éste no tenga qué ver con el narco, pide que no se mencione su nombre porque teme represalias. Eso puede significar que el narco está metido en todos los ámbitos –y lo está-, pero también que la gente asume que los políticos y gobernantes pueden pedirle al sicario, al narco, que amenace o asesine a sus opositores. Pero en todo caso es ese escenario de beligerancia, de balaceras y decapitados y operativos y convoyes del Ejército desfilando, lo que tiene arrinconado a este país, sumergido en una suerte de resignación.
Hay medios que no publican o investigan el narco por temor, otros por mediocridad y falta de profesionalismo, algunos más por intereses económicos o políticos. Lo cierto es que la autocensura se impuso y uno no requiere que alguien llame o mande un recado para que se publique la información de cierta manera o de plano, no salga. La realidad misma es amenazante y uno debe aprender a leer eso en cada situación específica, de cada trabajo periodístico en particular: medir los niveles de riesgo y los márgenes en los que puede moverse la pluma.
-Lo que se juega el reportero es la vida, pero ¿a cuenta de qué? ¿es la adrenalina del oficio, la voluntad de exponer el mundo y su realidad?
-Yo lo asumo como mi trabajo, mi oficio, mi pasión, lo que me toca hacer. Lo otro, siendo periodista y no publicar lo que está pasando, este incendio nacional, sería hacerme pendejo. Uno se apasiona, vive la historia y la sufre y la goza y la llora. Eso pasa conmigo. Es difícil tomar distancia y asumirlo como algo lejano, distante y ajeno. No es adrenalina, pero tampoco soy un héroe.
Prefiero aprender a ubicar lo que se puede o debe publicar, y lo que no, y seguir escribiendo, a morir por una buena historia, por una imprudencia o por hacerla de valiente. Porque hay que seguir pariendo libros y reportajes y crónicas, seguir peleando con las teclas y sosteniéndole la mirada a la pantalla en blanco de la computadora.
Creo que en todo caso es la voluntad de escribir trozos de vida y de muerte, atisbos de realidad, parcelas del submundo, cachetadas de verdad, sobredosis de indignación, coraje, vergüenza y desolación, y suministrar pastillas contra el olvido. Eso es lo que a mí me hace seguir escribiendo. No quiero morir, no lo busco, aunque asumo que eso puede pasar, pero no solo porque soy periodista y publico, sino porque vivo aquí, en Culiacán, en Sinaloa o en casi cualquier estado del país. Es decir, parece no haber salvación. Pero también eso hay que contarlo.
-La asociación Reporteros Sin Fronteras dice que México es el lugar más peligroso del mundo hoy día para hacer periodismo, ¿es así o se exagera?
– Creo que tienen razón. México es el lugar más peligroso para los periodistas. Yo iría más allá: si no se puede vivir ni ser feliz, ni viajar, ni descansar de las balaceras un fin de semana, ni tener una noche o un día tranquilo, entonces menos se puede hacer periodismo. No hay condiciones para la vida y ahí empieza y termina todo.
La diferencia aquí es que no es una guerra convencional, no hay un frente de guerra y hay muchas partes en el conflicto y muchos intereses. Ninguno de ellos ideológico o político, sin demandas sociales o reivindicaciones de justicia o libertad, sino por el negocio de la droga, los dólares, el poder económico y político.
Creo que eso complica la cobertura periodística del narco y hace que cada región sea diferente. No solo porque las organizaciones lo son, sino porque cada una de ellas actúa en función de las regiones en las que opera y los cárteles con los que se enfrenta.
– La crisis por violencia en México está cambiando las formas de hacer muchas cosas ¿el periodismo está cambiando? ¿cómo?
– El periodismo ya cambió en México y cada vez son menos los medios que investigan, que analizan, revisan y propician un debate sobre el narco. Ahora estamos contando muertos, lo están haciendo la mayoría de los medios. Se han olvidado de contar personas, sus historias, los latidos, torrentes sanguíneos, frustraciones, sueños, ilusiones, de víctimas y victimarios en este panorama de destrucción. También a los medios el narco y los operativos del Gobierno los tienen arrinconados, con el bozal o sin él, bajo el imperio del miedo y la autocensura.
La agenda nacional –del Gobierno y sus niveles- está siendo determinada, o al menos, influenciada por el narco y lo mismo pasa en la sociedad y esto se refleja en los medios. Salvo algunos casos, como Proceso, Gatopardo, Zeta, Ríodoce y otros pocos medios, que investigan el narco, le dan su valor a la crónica y al reportaje, el resto sigue las huellas de sangre que dejan las víctimas del narco.
Creo que el futuro debe estar en la crónica porque si no podemos revelar los nexos entre políticos y narcos, o entre éstos y empresarios y banqueros, o solo pasar de rozón al desarrollar estos temas, el gran reto es contar el pavor como forma de vida y eso solo puede lograrse con un buen texto, con prosa, con lágrimas, sudor y sangre plasmadas en punta de golpes en las teclas. Y eso es hacer crónica. Creo que ni el mejor texto, ni la mejor crónica, cuenta todo este infierno, pero se acerca, coquetea con los nudos centrales del fenómeno, nos alcanza a decir a fondo, con profundidad, más allá de los datos duros y los números, cómo se vive, goza y sufre el narco en la banqueta, la calle, la escuela, la banqueta, el café, el bar, el antro, el vecino, la esquina: el narco nuestro de cada día. Sin duda ese es el reto. Y ahí debería estar nuestra expectativa. Ahí está el paradigma del ejercico periodístico actual en México.
En medio de esos cambios están las iniciativas para tratar de regularnos, ¿son viables, son limitantes o podrían sesgar el trabajo periodístico?
– Claro que no son viables, que parecen más interesados en barnizar esta realidad u ocultarla, además de que algunos medios, sobre todo los electrónicos, son hipócritas al asumir restricciones en la cobertura del narco y cacarear, con objetivos publicitarios y comerciales, los éxitos de los grupos musicales de la “onda grupera”, conocidos por todos como intérpretes de narcocorridos.
Es decir, maniatan el ejercicio periodístico en sus noticieros, y hacen negocio con estos conjuntos musicales, aunque sin difundir los narcocorridos, promoviendo canciones de otro tipo y también el discurso del narcotráfico: la vestimenta, las mujeres bellas, las joyas, los automóviles y algunas expresiones orales propias de quienes se dedican a estas actividades ilícitas y que tienen qué ver con el poder, la atractividad, la seducción que ejerce el crimen organizado y los criminales, en la población, sobre todo infantil y juvenil. Creo que en esto está también la mano del Gobierno de Felipe Calderón, que dictó una línea a la que se ciñeron los medios electrónicos.
Pero también hay quienes sacan raja de ello, y aprovechan el desangramiento, para ilustrar portadas y generar ganancias…
– Claro, también es un negocio. Prohíben, como lo expresaba antes, los narcocorridos, pero hacen negocios con otras canciones de estos mismos grupos que tienen discos con piezas que hacen propaganda y apología del delito. Es simple y sencillamente doble moral.
-¿Hay que replantear nuestra responsabilidad como reporteros?
– Sí, el replanteamiento de nuestra responsabilidad como reporteros, pero también de nuestra forma de cubrir y publicar el narco. Creo que estamos frente a una responsabilidad de revisar, al menos, lo que estamos haciendo y cómo lo estamos haciendo, en este panorama de guerra. Lo peor es que no hay nada de esto: no hay foros, mesas redondas, debates, discusiones, análisis, actos reflexivos sobre lo que está pasando en los medios, la relación con el poder político y la cobertura que se realiza sobre los hechos violentos.
Todo esto debe revisarse y solo así puede surgir un replanteamiento. Pero no parece haber quién convoque y al paso que vamos podría no haber quién participe. Eso sería lo peor. Estamos tan metidos en lo cotidiano, los operativos y balaceras, que nos hemos olvidado de la pausa, de pensar y repensar en los medios, los lectores, los ciudadanos, la sociedad, el gobierno, y todos juntos, en una licuadora, el país que retratamos y lo que estamos generando y heredando.
– ¿Cómo viste el acuerdo para la cobertura de la violencia firmado por un grupo de medios de comunicación?
– Implícitamente hay un reconocimiento de que no se hacen algunas coberturas básicas o no se tratan bien, profesional y éticamente, algunos de estos hechos, pero también de que no se hacen, simplemente. El resultado de este acuerdo no es una mejor cobertura ni más profesional o seria o analítica, sino un pacto con el Gobierno Federal para disfrazar nuestra realidad, vestirla mejor o negarla. Los medios electrónicos, así se ven, una vez que quedan desnudos cuando hacen este tipo de acuerdos ratifican su servilismo frente al poder político, pero también el poder que tienen, la influencia y sus implicaciones en la vida nacional: la telecracia como forma de Gobierno que somete a la otra autoridad, la Constitucional.
Río doce recibió el premio Maria Moors Cabot, uno de los más importantes del mundo ¿Es un reto para mantener ese nivel?
– Sí, al mismo tiempo que es un reconocimiento y un aliciente, es un reto. Nosotros padecemos una especie de cerco informativo, de silencio, alrededor de nuestras publicaciones: nadie hizo eco de la información, -por más reveladora que ésta sea- que publica Ríodoce: ni los medios, ni activistas ni analistas, ni comentaristas, ni dirigentes políticos de oposición ni diputados.Eso nos ubica en una situación muy vulnerable y riesgosa. Una soledad macabra o más bien desolación mortal.
Creo que el Moors Cabot nos brinda más guarida, nos guarece, le echa un poco de leña y fuego a nuestra fogatita, y nos ofrece un puerto seguro, quizá el único, del otro lado de la bruma incendiaria de esta guerra. Es como un blindaje, como sentirnos menos solos. Eso es muy chingón para nosotros. También nos obliga a revisar lo que estamos haciendo, más allá de los halagos y la pirotecnia; para mejorar, sobre todo en términos de calidad: desde la prosa, el uso del lenguaje, las imágenes, hasta el contenido de fondo, el discurso, la cobertura, la forma de hacer periodismo. No solo porque la lupa mediática internacional está sobre nosotros, con este galardón, sino porque es una obligación, un reto que se debe asumir cotidiana y diariamente. El periodismo, por más bueno que sea, nace y muere todos los días.
-¿No hay ego? Bueno, aunque sea por un momento no se sintieron muy chingones…
-Nos sentimos chingones, claro, pero solo un ratito (risas adjuntas, grabadas en un caset de ocho tracks, de la década de los ochenta). Nos sentimos muy bien porque como que nadie nos pelaba, no nos hacían caso, hasta que empezó la guerra entre los cárteles, luego de la división y el encontronazo entre los dos principales grupos que componían el Cartel de Sinaloa y la violencia exacerbada que esto generó.
La cobertura que hizo Ríodoce desde antes y que empezaron a ver luego de este rompimiento, trascendió fronteras estatales y más allá, a niveles ultramarinos, y eso fue muy estimulante. Y claro, que te lo reconozcan y a este nivel, un premio de esta categoría, pues mejor. Así que somos chingones. Lo fuimos. Pero no más poquito. Y ahora hay que dejar la fiesta y las sonrisas efímeras. Hay que seguir trabajando.
-El premio también pone los reflectores sobre ustedes ¿cómo manejarlo?
– Es difícil manejarlo. También está cabrón andar con esa paranoia, como cuando vas manejando un automóvil y vas revisando los espejos retrovisores por si alguien te sigue. Eso te enferma. Alguien en culichi me dijo que era mejor que no se publicara –porque algunos medios en esta capital sinaloense no publicaron una sola línea de este premio-, porque así estábamos menos expuestos. También puede ser que si se publica es como un blindaje. Arma de dos filos.
Aunque esta violencia que tanto nos golpea tiene muchos filos y puntas y hocicos de pólvora y humeantes. Esto nos lleva a concluir que estamos rodeados, pero también está de la chingada quedarse callado y no cacarear el huevo. Quiero creer que con el Moors Cabot ellos, los de las armas y los dedos en los gatillos, los que mandan, la van a pensar. Aunque este ejercicio, el de pensar, está también en crisis en este país.
– Son tiempos muy cabrones. ¿Cuál es tu perspectiva a mediano o largo plazo?
-Creo que a corto y mediano plazo esto se va a complicar todavía más. Que la violencia, la llamada narcoviolencia, seguirá avanzando, porque prevalecerá, hasta donde se ve, este tratamiento de guerra, que es todo un negocio, de parte del gobierno federal: más armas, soldados, policías, equipo y patrullas, solo provocarán, como lo dicen los saldos, más muertos y violencia y miedo cotidiano, como forma de vida. Y si esto se detiene o baja, que lo dudo, el daño que causó en estos cerca de 30 millones de niños que cuando sean adolescentes y adultos recordarán su infancia como tiempo de guerra, es irreversible. En el ADN, en los genes, bajo su piel, llevarán la pólvora, la sangra salpica, los esfínteres apretados.
Me pregunto qué clase de adultos, de padres, funcionarios, dirigentes políticos, activistas, maestros, serán, si tienen este antecedente. Esto es otra muerte, la de nuestro futuro, y ese es el saldo más triste, el peor.
-No me imagino a los priistas llegando a la Presidencia. ¿Qué harán parar la guerra? ¿Negociar, pactar, continuarla?
– Ellos pactaron como lo hizo Calderón y Fox, en lo oscurito. Lo demás es hipocresía y discurso y bla bla bla. Me refiero a los priistas. Igual va a ser muy difícil, incluso si gana la izquierda, que los militares regresen a los cuarteles. Ya los sacaron a las calles, ahora no pueden devolverlos, tienen que mantenerlos ahí hasta que haya una policía honesta, capaz, profesional, científica. O sea nunca. Va a estar difícil. Pero algo se debe hacer.
Creo que los pactos van a seguir y va a continuar favoreciéndose a uno de los cárteles, como ha pasado con el Cartel de Sinaloa, como una forma de tener un aliado, el más poderoso, creo yo, de entre las organizaciones criminales, para seguir gobernando. Aunque dudo que a esto se le pueda llamar gobernar.
– ¿Y la gente, los ciudadanos, el resto, qué le queda?
– Les queda aguantar, resistir, pero no de rodillas ni arrinconados ni con las alas rotas. Les queda recuperar la banqueta, la calle, la plaza, el centro comercial, la parada del autobús, la bohemia y la vida nocturna. Lo peor sería que nos prohíban soñar, tener ilusiones, querer ser mejores, anhelar justicia y paz y mantener la dignidad., lo peor sería dejar de apedrear estrellas. No lo podemos permitir. No importa que no tumbemos ninguna.