Es la estrategia más ambiciosa del actual gobierno para ubicar e intentar detener a Joaquín Guzmán Loera e Ismael Zambada García, los jefes de la organización de tráfico de drogas asentada en Sinaloa. La urgencia no sólo es del presidente Felipe Calderón, apremia también a los estadounidenses, cuyos servicios de inteligencia están en alerta ante la posibilidad de que el llamado cártel de Sinaloa haya establecido vínculos con redes de terrorismo árabe. Pero no será una tarea fácil, a “El Chapo” lo protegen unas 300 personas y la gente de los pueblos en la sierra de Durango y Sinaloa, quienes lo idolatran.
Por: Juan Veledíaz. Gráfico: Mariana Hernández @mariana1hdzc.
El hallazgo ocurrió en noviembre pasado, un comando de fuerzas especiales del Ejército realizaba por esos días una incursión en la sierra de Sinaloa cuando descubrieron un lote de equipo militar cuyas características los desconcertó. Tuvieron que pedir instrucciones a la secretaría de la Defensa Nacional, en la ciudad de México, y en pocas horas vía aérea un reducido grupo de especialistas norteamericanos se les unió. A partir de ese momento, la sorpresa creció.
–¿Cómo vino a dar esto hasta aquí?—se cuestionó sorprendido uno de los estadounidenses. La pregunta surgió después de que entre fusiles, lanzagranadas y equipo de comunicación de alta tecnología, apareció por lo menos un misil de última generación de los que no han sido utilizados en ningún otro lugar del mundo, salvo en Irak. Aquella interrogante, reproducida por una fuente de la Embajada de Estados Unidos en México que conoció del hallazgo, disparó las alertas sobre las posibles ligas de la organización de tráfico de drogas encabezada por Joaquín Guzmán e Ismael Zambada, con agrupaciones terroristas árabes.
A partir del hallazgo, los servicios de inteligencia norteamericanos intensificaron el rastreo de información con la hipótesis de que, el “Chapo” Guzmán y el “Mayo” Zambada líderes del llamado cártel de Sinaloa, habían establecido contacto con redes de terrorismo asentadas en países de Medio Oriente. La preocupación en el gobierno estadounidense se tradujo en una visita por primera vez a México del consejero de seguridad interior y contraterrorismo de la Casa Blanca, John Brennan, quien en marzo del 2011 se sumó a la comitiva de alto nivel que encabezó la secretaria de Estado Hillary Clinton, el titular de Defensa Robert Gates, el jefe del Estado Mayor Conjunto, el almirante Michel G. Mullen y el director de Inteligencia Nacional, Denis Blair, entre otros funcionarios del gabinete de seguridad nacional norteamericano que estuvieron en el país.
En esa visita Blair, acompañado de Brennan, compartió con sus pares mexicanos la información de inteligencia sobre el rastreo que hacían de vínculos entre organizaciones terroristas con los capos de la droga en Sinaloa, añade la fuente de la Embajada. También se puso sobre la mesa los contactos entre la mafia rusa y el grupo paramilitar de los Zetas, de quienes se conocían sus tratos con la ‘Ndrangheta italiana. El general Guillermo Galván, titular de la Defensa, quedó como interlocutor directo de una estrategia conjunta que comenzó por esos días luego de la visita de los funcionarios estadounidenses. Con el apoyo logístico y operativo norteamericano, un grupo de militares mexicanos de “élite” inició una operación “secreta” con el objetivo de dar con el “Chapo” y el “Mayo”, considerados los dos mayores capos del tráfico de drogas en Latinoamérica. El teatro de operaciones quedó trazado en el llamado “Triángulo Dorado”, como se conoce a la zona montañosa que une Sinaloa con Durango y Chihuahua, la vasta geografía donde se dice que ambos, por separado, se ocultan.
La preocupación norteamericana fue compartida públicamente también por el gobierno mexicano el pasado 8 de septiembre, cuando Guillermo Valdés Castellanos dijo, al despedirse como director del Cisen, que no se podía descartar el riesgo que representaría una eventual presencia en el país del terrorismo islámico.
‘No será fácil ubicarlo, menos detenerlo’.
La noche del 22 de julio pasado un helicóptero despegó en sigilo de la base militar ubicada en la cabecera municipal de Badiraguato, a una hora por carretera al norte de Culiacán. Cuando tomó dirección rumbo al sur, varios “informantes” reportaban en tiempo real el movimiento y la posible ruta de la aeronave. A pocos kilómetros de la capital sinaloense, en el ejido del Melón perteneciente a la sindicatura de Quilá, el ajetreo a toda velocidad de varios vehículos antecedió al arribo de los militares. Cuando el grupo llegó, fue recibido a tiros en la entrada del lugar por un comando de pistoleros, quienes cubrían la huida de los autos. En el choque dos testaferros fueron abatidos y uno más quedó detenido. Más adelante se hallaron dos vehículos abandonados uno de los cuales, un Mercedes Benz con placas del Estado de México, tenía un blindaje de alta seguridad. El otro era una camioneta en cuyo interior los militares hallaron fusiles de asalto y pertrechos.
Las autoridades locales identificaron a Alejandro Mariscal Millán como uno de los detenidos, quien ,junto a los dos fallecidos, formaban parte de una célula de pistoleros a cargo de Orso Iván Gastelum, un exreo prófugo desde agosto del 2009 apodado el Cholo, y quien forma parte de la guardia personal de Guzmán Loera. De manera extraoficial reportes de la prensa local señalaron que en el lugar se encontraba el “Chapo”, quien departía en una reunión con sus allegados cuando fue alertado del despliegue militar.
No era la primera vez desde que inició la operación conjunta con los estadounidenses que Guzmán se escapaba. De abril a la fecha, por lo menos en dos ocasiones, se ha estado cerca de capturarlo. Una fuente militar señaló que el capo tiene un primer anillo de protección de la menos 300 hombres fuertemente armados. Cuando se han hecho despliegues en comunidades de la sierra, los primeros en protegerlo son los pobladores, hay una idolatría a su figura no sólo donde nació, en la comunidad de La Tuna, perteneciente al municipio de Badiraguato, sino en docenas de poblados vecinos del estado de Durango cercanos a Tamazula y Canelas, añade.
Durante el desarrollo de labores de inteligencia en la zona serrana, los militares mexicanos han sido fotografiados y filmados por niños y adolescentes, a quienes los narcos les han regalado teléfonos celulares con cámara para que capturen imágenes de todos los extraños que aparezcan por esos lares. Cada foto o video se cotiza de entrada en 100 pesos, explica por su parte una fuente de la Embajada, quien subraya un detalle: el corte de pelo característico de los soldados terminó por delatarlos en varias ocasiones entre la gente de la sierra. Después de las primeras incursiones, se detectó que Guzmán tenía varios escondites, uno de ellos –el cual abandonó—se localizó en las inmediaciones del cerro Moinora, cercano a la comunidad del Zorrillo, en la zona donde colinda Sinaloa con Chihuahua. Después de cinco meses, a los norteamericanos les quedó claro que no será fácil ubicarlo y menos detenerlo.
Sospechas y desconfianzas
En lo que va del 2011, lo tuvieron en tres ocasiones y en todas ellas escapó. Con el “Mayo” Zambada la estrategia ha errado de igual forma como con el Chapo. Esto llevó al mando estadounidense de la operación a solicitar al general Galván “blindar” toda la información sobre las maniobras en terreno. De acuerdo a dos fuentes de inteligencia, consultadas en la ciudad de México y en Sinaloa, el equipo norteamericano –en el que participan militares y agentes de la CIA—no tiene confianza en el jefe del Estado Mayor de la Defensa, el general Luis Arturo Oliver Cen, ni en el subsecretario de la Defensa, el general Carlos Demetrio Gaytán Ochoa. De ambos se cuestiona sus resultados en el área antinarcóticos en su paso por la PGR en gobiernos pasados.
El dicho fue corroborado con una fuente de la Embajada, quien señaló que los estadounidenses tienen la certeza de que hay infiltrados al servicio del narco en las comandancias de la novena zona militar en Culiacán, la décima en Durango, y la tercera región en Mazatlán, desde donde les avisan cuando hay algún movimiento. Ésta fue una de las razones por las que el general Galván designó como su representante en teatro de operaciones a Antonio Gurrola Calzada, un militar cuya hoja de servicios aparece en ambos lados de la frontera como impecable. Nacido hace 56 años en Zacatecas, este oficial de infantería ascendido a general de brigada hace pocos años, no sólo tiene experiencia de mando de tropas en el terreno –estuvo en la operación “Cruz Grande” en la zona de narcotráfico y guerrilla en Guerrero a mediados de los años 80—sino que ha sido instructor en escuelas militares y comandante de centros de adiestramiento en el país. De acuerdo a su expediente militar, cuya copia tiene Animal Político, ha desempeñado cargos operativos en diversas unidades como el batallón 63 de infantería del cual fue comandante, y administrativos como vocal del Consejo de Guerra de la primera zona militar en el DF. Conoce las zonas serranas de Chihuahua y Sonora, donde estuvo de jefe militar, además de que su figura no es ajena para sus colegas estadounidenses. Hace pocos años estuvo como agregado adjunto en la Embajada mexicana en Washington y fue representante ante la Junta Interamericana de Defensa.
Con el general Gurrola Calzada al mando del grupo especial de militares que reportan directamente al secretario de la Defensa, quienes generan la información de inteligencia son los estadounidenses. Ellos son los que guían al grupo, evalúan si las cosas van bien, si funcionan y qué necesidades se presentan en el terreno, explica la fuente de la Embajada de los Estados Unidos en el país. En esta fase de la estrategia el centro de operaciones está en Fort Huachuca, Arizona, sede del centro de inteligencia del Ejército norteamericano. Desde ahí se ha mapeado vía satélite la zona del “Triángulo Dorado”, se utilizan equipos especiales para intercepción de telecomunicaciones, llamadas telefónicas e Internet. Hay un seguimiento especial, están intervenidos equipos, correos, casas, todo lo que se sabe de ellos. No es una operación sencilla, añade, no se tiene la certeza en qué momento va a resultar positiva y exitosa.
¿Última oportunidad?
En una ocasión, el “Chapo” comunicó por sus redes que se desplazaría hacia cierta zona de Durango. Los norteamericanos reportaron el aviso pero nada ocurrió. Habían detectado un desplazamiento de su escolta más cercana por caminos de la serranía cercana a Canelas, lo tenían ubicado pero nunca apareció. Era una señal de que sus operadores utilizaban la contrainformación. Los satélites pueden detectar cómo se mueven, a qué hora y con qué equipo, pero es imposible saber si es para “despistar”.
Hace unos días, en la semana de los festejos de la Independencia, el equipo especial del Ejército recibió el reporte de los estadounidenses que tres de sus “informantes” infiltrados en las filas del capo habían sido detectados. Sus cuerpos aparecieron sin vida en las inmediaciones de la capital sinaloense.
Cuando el semanario Rio Doce, editado en Culiacán, publicó a principios de septiembre que el Ejército había lanzado una operación especial para capturar al “Chapo” y al “Mayo”, decían que la captura buscaba ser un regalo de fin de sexenio para el presidente Felipe Calderón. Un regalo demasiado caro, titularon en portada. En el recuento de las operaciones fallidas contra Guzmán Loera, desarrolladas en terrenos de la sierra desde el año 2006, quedó de relieve que el capo tenía a militares a su servicio como informantes en Sinaloa y Durango. Algo que se tomó en consideración en el desarrollo de las fases de la estrategia.
La primera fase fue establecer una “fuerza física en el área de sus operaciones para recolectar información de inteligencia”. La segunda consistió en desplazar un equipo de soldados dentro de las áreas donde opera. Y la tercera, sería su captura. Esta información apareció en el cable 3077 enviado el 26 de octubre del 2009 por la Embajada estadounidense en México al Departamento de Estado, el cual fue dado a conocer hace unos meses por Wikileaks. Según el documento, el general Galván comentó en una reunión que sostuvo en esa fecha con Denis Blair, director de Inteligencia, que el Ejército mexicano estaba interesado en establecer los más altos niveles de cooperación con las agencias de inteligencia estadounidenses para el combate al crimen organizado. Quería que el Ejército fuera “responsable de capturar a blancos de alto nivel, incluyendo a dos miembros de los Zetas, y al jefe del cártel de Sinaloa, Joaquín el Chapo Guzmán”.
Casi dos años después de aquella reunión, de acuerdo a diversas fuentes consultadas en Sinaloa y en la ciudad de México, la nueva operación es quizá la más delicada que ha existido, por lo cual el nombre con el que se le identifica ni siquiera se comenta.