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María Elena Morera, una mujer con <i>muchos pantalones</i>
María Elena Morera, una mujer con <i>muchos pantalones</i>
13 minutos de lectura

María Elena Morera, una mujer con <i>muchos pantalones</i>

08 de febrero, 2011
Por: Alberto Tavira Álvarez
@WikiRamos 

No se puede estar quieta. María Elena Morera ya ha asumido el activismo social como un órgano más de su cuerpo que le permite estar viva. Luego de presidir durante cuatro años la asociación México Unido Contra la Delincuencia, la Morera está sacando del horno un nuevo proyecto personal llamado “Ciudadanos por una Causa en Común”, una organización de la sociedad civil independiente y sin afiliación partidista que promueva la reinvención de un gobierno honesto y responsable.

María Elena Morera.

A pesar que la reconocida activista creó esta asociación en abril de 2009, es en este año donde pretende darle todo el impulso para que despegue. “Primero abrimos un centro de estudios y empezamos a ver qué temas podíamos desarrollar y desde dónde nos íbamos a ir enfocando. Al final decidimos ver los temas de seguridad desde el ángulo completamente ciudadano, no solamente diciéndole al gobierno qué no hace, sino también cómo podemos aportar los ciudadanos además de exigir”, explica María Elena en entrevista con Animal Político.

Pero quién es esta mujer que dará mucho de qué hablar en materia de activismo social lo que resta del año. A continuación un perfil muy completo de la mujer que, a raíz del secuestro de su marido, se sumó a la causa de contribuir a hacer de México un mejor país.

Por su cuna la conoceréis

María Elena Morera Mitre tiene ascendencia catalana y libanesa. La sangre de Catalunya le viene de su padre, Juan Morera Solernou, quien a los 15 años viajó a México para trabajar como vendedor en negocios textiles. Debido a que era hijo único, el pequeño Juan tuvo que hacerse cargo de su mamá tras la muerte de su padre.

Durante toda su juventud, el inmigrante catalán trabajó arduamente para enviarle dinero a la mujer que le dio la vida a Europa. Pero la fortuna le sonreía y no sólo ganaba lo necesario para ayudar a su madre, incluso podía tener una vida cómoda en la ciudad que lo había acogido. No pasaron muchos años para que Juan ocupara puestos directivos en importantes empresas como en Textil Lanera, hasta que llegó el momento de comprar sus primeros negocios.

El perfil de María Elena Morera.//FOTO: Pablo Luna

También en México, Juan encontró el amor. Se casó con Elena Mitre Buraie, una joven hija de emigrantes libaneses que llegaron a nuestro país en busca de mejores oportunidades. Aunque Elena nació en territorio mexicano, fue educada bajo las más conservadoras tradiciones libanesa. Luego de su boda, la pareja afincó su hogar en la colonia Lindavista, en el Distrito Federal, donde le dieron la bienvenida a sus cuatro hijos: tres hombres y una mujer.

A la única Morera Mitre sus padres la bautizaron con el nombre de María Elena. Fue la segunda integrante de la dinastía y era una niña tierna, divertida e inteligente. Conforme crecieron, sus hermanos se fueron ocupando de los negocios familiares. Sin embargo, María Elena desarrolló más simpatía hacia la labor social, influenciada por don Juan Morera. “Mi papá, que todavía vive –dice María Elena en entrevista para Animal Político– tiene ideas de izquierda moderna, él está convencido de que lo que se tiene que repartir en México no debe ser la pobreza sino la riqueza, en términos de tener oportunidades para todos, de que los programas de salud sean igualitarios y que por supuesto la justicia también sea equitativa.”

Durante sus primeros años escolares, María Elena estudió en un colegio de monjas, en el Guadalupe. Ahí estuvo la primaria, la secundaria y la preparatoria. Después cursó la carrera en la Universidad Tecnológica de México (Unitec) donde se graduó como Médico Cirujano Odontólogo con promedio de 9.8. Algo que poca gente sabe de los hermanos Morera Mitre es que los cuatro fueron condecorados con el Premio Nacional por tener los mejores promedios en sus carreras. Dos de los hermanos de María Elena estudiaron ingeniería, y el otro, contabilidad.

El surgimiento de la señora Galido

Ya con el título bajo el brazo, la joven y guapa Morera no tardó en adentrarse en los asuntos del corazón. A mediados de 1979 conoció, por medio de una amiga en común, a Pedro, quien era hijo de Luis Galindo Martí y Rosa Rodríguez, uno de los muchos matrimonios españoles que buscaron refugio en México en la primera mitad del siglo pasado. Pedro creció acompañado de sus siete hermanos. Cursó la prepa pero no terminó la carrera y después se fue a estudiar mecánica a Estados Unidos, en cuanto regresó se dedicó a hacer hornos para panaderías.

María Elena tenía 21 años y Pedro 25. Sólo necesitaron tres meses de noviazgo para darse cuenta que el uno complementaba al otro, así que el 23 de mayo de 1980 se convirtieron con todas las de la ley en marido y mujer. La casa donde comenzaron a crear su propia familia se localizaba en la colonia Lindavista.

Asuntos del corazón.

El papel de ama de casa de tiempo completo no iba con la nueva señora de Galindo. Y es que desde el inicio de su carrera –y durante 10 años– María Elena ejerció como odontóloga, una pasión a la que no estaba dispuesta a renunciar por el anillo de matrimonio. Morera primero trabajó con varios doctores en Polanco y después montó su propio consultorio en Lindavista. Sin embargo, el terremoto que sacudió a la ciudad de México en 1985 derrumbó el edificio donde se encontraba su consultorio y lo mudó a las Lomas de Chapultepec.

Por esa época, María Elena ya tenía dos hijos: Pedro José, actualmente de 29 años, y Juan Pablo, de 26. Tres años después llegó María, de 23 años. La familia Galindo Morera había hecho la mudanza al club de golf Bella Vista y años más tarde se cambiaron a Bosques de las Lomas. Finalmente se hicieron vecinos de las Lomas de Chapultepec.

Con la llegada de sus hijos, María Elena siguió compaginando su rol de esposa, mamá y profesionista. Siempre trabajó la mitad del tiempo como servicio social y la otra mitad por honorarios. Es decir, en el mismo consultorio atendía a gente de escasos recursos y a gente que pagaba por los servicios. Ya con sus tres niños, Morera sólo trabajaba tres días a la semana y los otros cuatro se los dedicaba a ellos.

Llegó un momento en que su familia la demandaba cada vez más, así que María Elena se despidió de su consultorio cuando María ya había cumplido un año. Decidió dedicarse exclusivamente a cuidar a sus hijos. En sus ratos libres, la señora Galindo jugaba golf, deporte que en una época fue su pasión. Mientras los niños estaban en el colegio, la señora de la casa se volcó a pintar iconografía y después a pintar porcelana plana. Pero no había tomado el arte de manera improvisada, pues estudió con el venezolano Philippe Pereira, además de otros profesores.

Al principio, Morera sólo pintaba por hobbie, pero en cuanto comenzó a dominar la técnica empezó a comercializar su obra. Incluso participó en exposiciones colectivas en la Federación Mexicana de Pintores en Porcelana. La última exhibición que hizo fue de manera individual en el estado de Hidalgo. María Elena estaba convencida de que era una buena artista y que era eso a lo que se quería dedicar el resto de su vida.

La tragedia irrumpe en la familia

Para el año 2000, Pedro Galindo Rodríguez ya se había ganado un lugar en el mundo de los negocios. Su trabajo en las panaderías Trico –la empresa familiar de los Galindo– había ayudado a consolidar y expandir la marca. A decir de María Elena era un buen padre y a pesar de que el ser un hombre metódico lo llevó al éxito, también lo convirtió en una presa fácil para el crimen organizado.

El 20 de septiembre del 2001, Pedro salió de su domicilio en Bosques de las Lomas a las 7:45 de la mañana para irse a trabajar. Su oficina no estaba dentro de la ciudad de México, por lo que tenía que viajar en carretera hasta llegar a Tizayuca, Hidalgo, donde se encontraba la fábrica. No tenía escoltas. Él manejaba su propio auto, un modelo 94.

Víctimas de la delincuencia.//FOTO: Pablo Luna

María Elena se despertaba a la misma hora que su esposo se iba a trabajar. Ese día ella se instaló durante casi toda la mañana en su estudio a pintar. Estaba por concluir una obra con el rostro de una mujer. Se le pasaban las horas abruptamente deslizando el pincel. Más tarde dio instrucciones al personal de servicio de lo que se iba a hacer para la hora que llegaran sus hijos a comer. En ese entonces, Pedro, el mayor, ya estudiaba en la Universidad Iberoamericana mientras que Juan Pablo estaba en el Instituto Irlandés. Los dos ya manejaban. Y a la menor, María, que entonces estudiaba en el Regina, la llevaba el transporte escolar.

María Elena se puso guapa. Era viernes y tenía una comida con unas amigas en el restaurante Bakea, en Las Lomas. En plena charla recibió una llamada a su celular de parte de su suegra. Al otro lado de la línea, Rosa Rodríguez de Galindo, estaba a punto de un ataque de pánico y con trabajos logró articular: “Secuestraron a Pedro, se llevaron a mi hijo”.

No es que los plagiarios del empresario hayan querido llamar como primera opción a la mamá de éste, sino que a Pedro, de los nervios se le olvidó el teléfono de su esposa y les dijo a sus captores que se comunicaran al negocio, con su padre. Pero el señor Luis Galindo Martí tampoco estaba, por lo que tomó la llamada otro de sus hijos; fue al cuñado de María Elena al que le avisaron del secuestro.

Al siguiente día –era sábado–, los papás de Pedro citaron en su casa a María Elena y a otras personas que les iban a ayudar a negociar el secuestro. “Yo no conocía al negociador ni mi suegro, alguien se los recomendó y entonces todos en conjunto decidimos trasladar la negociación a mi casa para que yo pudiera estar cerca de mis hijos”. Tanto los papás de Pedro como los negociadores se fueron a vivir a casa de María Elena.

Si bien es cierto que el plagio de Pedro tomó a los Galindo por sorpresa, la familia ya sabía cómo se tenía que manejar este tipo de situaciones. Y es que seis años atrás, Antonio Galindo, uno de los hermanos de Pedro, también había sido privado de su libertad. “Por un lado nosotros sabíamos que Pedro ya conocía cómo era ese proceso y no iba ser tan difícil para él entender su parte, pero por el otro, también sabíamos que estaba sufriendo”.

A pesar de esa experiencia previa, los acuerdos para la liberación de Pedro fueron mucho más complejos que los de su hermano. “Con todo y que mi suegro era un extraordinario negociador, esos tipos estaban locos y cada vez que les decíamos que no teníamos el dinero, le cortaban un dedo a mi marido y nos lo mandaban en un sobre”. La negociación se volvió muy complicada. Luis Galindo le pidió ayuda al entonces procurador general de la República, José Luis Santiago Vasconcelos, quien a su vez lo canalizó con Genaro García Luna que entonces era Director General de Planeación y Operación de la nueva Agencia Federal de Investigaciones (AFI).

Según cuenta María Elena, García Luna asignó a dos personas para que estuvieran en el domicilio de los Galindo de forma permanente. Después llegaron otros dos extranjeros para asesorarlos de igual forma, por lo tanto la familia contaba con las dos asesorías durante la primera semana del plagio de Pedro. Más adelante sólo los agentes federales lideraban el rescate aunque los asesores extranjeros se mantuvieron en México durante todo el proceso.

María Elena, ¿eras tú la que hablaba con los secuestradores de tu esposo?

“Primero lo hacía mi suegro. Luego pasaron unos días y él se puso mal por lo que yo seguí con la negociación.”

¿Cómo manejaste esta situación con tus hijos?

“La forma en que lo manejamos fue que en el día estábamos todos reunidos, la familia de mi esposo es grande, son ocho hermanos, y estaban todos, también mis concuñas y mis suegros. De igual forma me acompañaban mis papás y mis hermanos. Luego, en la noche, yo me reunía con mis hijos y estábamos un rato ellos y yo solos. Platicábamos de su papá, de cómo íbamos a hacer todo lo posible porque regresara. A pesar de que en ese proceso estábamos todos juntos, había cosas que cada uno vivió solo.”

¿Tú qué viviste cuando estabas sola?

“Yo siempre pensé que Pedro estaba vivo y siempre luché por una negociación de una persona que estaba viva. Sin embargo, la comunicación con los secuestradores se empezó a tornar difícil porque todo se volvió muy tenso. Con todo y eso me daba fuerzas el poder contar con una familia tan unida como la nuestra. Eso ayudó a que esto saliera adelante.”

¿En algún momento te llegaste a doblar?

“Sí claro, muchas veces.”

¿De dónde sacabas fuerzas para seguir?

“Cuando pensaba que él estaba vivo y que lo iba a volver a ver. De mis hijos, que estaban conmigo, y fueron un apoyo invaluable en esos momentos, porque cada uno con una personalidad distinta me ayudaba. También de mis papás, de mis hermanos, de la familia de Pedro.”

De regreso a la libertad

Por fin llegaron a un arreglo. María Elena Morera y los secuestradores de su marido estuvieron de acuerdo en la cantidad que la familia de Pedro iba a pagar por su liberación. “Eran unos tipos muy agresivos pero cuando les dije que ya les iba a dar el dinero, su actitud cambió totalmente. De la agresividad completa y de groserías y faltas de respeto pasaron a preguntar cuándo les podíamos pagar su dinero, porque los secuestradores asumen que el dinero es suyo, como si alguna vez lo hubieran trabajado en su vida.”

María Elena les pidió que le llamaran el próximo jueves, porque ese día ya tendría la cantidad para poderles pagar. Ellos dijeron que hablarían hasta el viernes. Pero ella insistió mucho en que le hablaran el jueves y que les pagaba ese mismo día. No quería que Pedro estuviera un día más en cautiverio. Los plagiarios aceptaron y le dieron instrucciones a ella sobre el chofer y el coche en el que querían que les entregaran el dinero. Los Galindo tenían todo listo. Sólo necesitaban una prueba de vida para proceder a la entrega de lo acordado. Esa prueba consistía en una pregunta a la que sólo Pedro y María Elena conocían la respuesta. Sin embargo, no volvieron a recibir llamada alguna por parte de los secuestradores.

Nunca perdió las esperanzas.//FOTO: Pablo Luna

La esposa de Pedro no perdió las esperanzas. “Hay un momento en la negociación que sabes que ellos te van a entregar a tu familiar porque ya están seguros de que les vas a pagar. No te puedo explicar en qué consiste exactamente ese click”. En vista de que no llamaron, María Elena y su familia se fueron a dormir como a la una de la mañana. Alrededor de las 3:00 am le llamó por teléfono el jefe de los asesores que tenían y le dijo que le abriera la puerta, que estaba afuera de su casa y tenía que hablar con ella.

“Cuando abrí la puerta él entró con varios agentes federales y ahí venía Pedro. Inmediatamente corrí hacía él, lo abracé, lo besé y les llamé a mis hijos”. El señor Galindo estaba casi irreconocible: había bajado muchísimo de peso, traía la barba larga, no lo habían dejado bañarse en los 29 días que estuvo en cautiverio y, lo peor de todo, sus captores cobardemente le habían cortado cuatro dedos. “Era una situación deplorable, pero eso era lo de menos, mi esposo estaba vivo.”

En la casa estaba uno de los hermanos de Pedro con su esposa, uno de los primos de María Elena y sus hijos. Todos se levantaron felices, corrieron a los brazos del patriarca de los Galindo Morera. Nadie se explicaba cómo había pasado. A esas horas de la madrugada, les hablaron a todos los familiares y estuvieron con Pedro y con los policías como hasta las cuatro de la mañana. Luego el esposo de María Elena se metió a bañar y todavía estuvo con los amigos y con la familia hasta como por las ocho o nueve de la mañana del inolvidable 19 de octubre de 2001.

Al día siguiente María Elena y su marido fueron al hospital a que le revisaran las manos. Las traía en muy mal estado, lo tuvieron que operar. Ese día Pedro pasó la noche en el hospital y mientras estaba internado, María Elena se fue a la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO) a declarar, porque cuando rescataron a Pedro también atraparon a cinco de los miembros de la banda de secuestradores y era necesario que los Galindo acudieran a reconocer la voz del que les había hablado durante todo el tiempo de la negociación. Pedro fue dado de alta al siguiente día y también fue a declarar.

El proceso para dictar sentencia a los secuestradores de Pedro Galindo fue mucho más largo de lo que se esperaba. “En México la justica no es pronta ni es expedita, ni es para todos, por eso se tardó seis años y medio antes de que dieran la sentencia en primera instancia y tuvimos que pasar por siete jueces. A los cinco delincuentes que agarraron en flagrancia, con una averiguación previa del Ministerio Público y con testigos, los sentenciaron hasta marzo de 2008. Es lamentable que en México exista un sistema judicial que acaba favoreciendo a los delincuentes”.

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Imagen BBC